Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Ocurrió en una aldea de Galilea, llamada Nazaret.

Newark 27.02.2016 Jean Paul Pezzi, MCCJ Traducido por: Jpic-jp.org

Era una tarde cualquiera: el bochorno empolvaba el camino que conducía desde la aldea a la fuente común, a pocos metros de distancia. Myriam caminaba feliz junto a sus compañeras: su brazo apoyado en el cántaro, lo aseguraba en el hombro izquierdo y destacaba la elegancia de su esbelta figura de judía de dieciséis años.

- Estás muy hermosa hoy, Myriam -, la felicita Salomé, su mejor amiga.  

Todo el grupo de jóvenes admira su encantadora belleza, todas están cautivadas por su bondad y nadie siente envidia ni desconfía de ella por lo espontánea y sincera de su sonrisa. Incluso el grupo de mujeres, que la siguen a corta distancia, tiene sólo palabras y pensamientos de aprecio por ella: esa joven tiene algo especial, traerá "gloria" a su pequeña y perdida aldea, se dicen en voz baja.

Los jóvenes siempre buscan pretextos para encontrarse en las esquinas del camino que conduce a la fuente e intentan cruzarse con la mirada de la chica que cautiva sus corazones; solo la apartan cuando se posan en Myriam: sus ojos son demasiado diáfanos y sinceros. Sólo José la contempla sin vacilación: sabe que es el esposo prometido, no solo eso, también sabe desde siempre que la fascinación, la dulzura, la alegría de la esposa es para el creyente el camino hacia Dios.

- Hermosa como si esperaras una visita especial – continúa Salomé mientras rodean la fuente y llenan sus cántaros con esa agua cristalina.

El calor de la tarde avanzada vuelve la ligera brisa trémula, casi agobiante; de pronto a Myriam le parece que los rasgos de la amiga se disuelven, le parecen más solemnes, y siente como si sus palabras sonasen de otra forma en la boca de un misterioso personaje:

- Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo.

La vista de aquella aparición repentina penetra su corazón y Myriam se turba. ¡Sólo Dios está lleno de gracia y de gloria! Y el Dios de Israel siempre está con su pueblo. ¿Qué significan esas palabras tan cercanas a la blasfemia, que sólo Satanás puede pronunciar?

- ¿Qué te pasa, Myriam? – la voz de Salomé la devuelve a la realidad. – Nosotras hemos terminado y nos vamos; no te entretengas.

Otra vez el ser misterioso sustituye a la amiga.

- No temas Myriam, porque has encontrado gracias ante Dios.

Ahora Myriam se siente turbada. No ha asistido a la escuela bíblica de los rabinos, pero la prodigiosa memoria que acompaña a casi todos los jóvenes judíos de su edad le hace recorrer en un instante la Ley y los Profetas: desde Noé a Gedeón, pasando por el padre Abraham y el gran Moisés, para llegar a los Jueces, las palabras “has encontrado gracia” o la invocación “si he encontrado gracia”, siempre fueron preludio de una gran aventura de fe. Todos la llaman "la misión de Dios".

- Seguramente -piensa Myriam-, Iahveh habrá preparado también para mí una misión, ¿pero cuál?

- Escucha, concebirás en tu vientre y darás a la luz a un hijo. Lo llamarás Jesús.

Es la misión de toda mujer judía, es el sueño de cada joven judía, es la vida trazada de antemano para toda creyente judía. Y sin embargo, la duda la envuelve de nuevo, la agobia, y el temor en su corazón se convierte en terror cuando la voz continúa:

- Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.

Desde el corazón de Myriam brota irreprimible una protesta:

- ¿Cómo puede ocurrir eso? Yo no conozco varón.

Al único hombre que espera conocer es a José, un hombre que seguramente no puede darle un hijo destinado al trono de David. ¡Myriam nunca opuso un no a lo que la vida le exigía! Pero ahora se apresura a llenar su cántaro, alza la mirada para que desaparezcan de su horizonte esos pensamientos y esas palabras perturbadoras. Desde lejos Salomé le dirige una última invitación a que se dé prisa. Myriam le hace señas para que continúen, que ya las alcanzará y con firmeza vuelve a cargar el cántaro: ¡nunca le había parecido tan pesado como hoy!

Y entonces por tercera vez la imagen de la amiga se transforma y la voz misteriosa le habla con tono calmado, majestuoso y potente:

- El Espíritu de Iahveh descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el que nacerá de ti será llamado santo, Hijo de Dios.

El temor, la duda que se anida en su corazón, estalla ahora en terror y angustia. Un hijo, sin padre reconocido, ¡un hijo que no es de José! ¿Un hijo que será llamado santo, Hijo de Dios? Las dos imágenes turbias y violentas de lapidaciones por adulterio y por blasfemia se visualizan en su memoria: ¿es ese el futuro que el oscuro personaje le pone delante como destino inevitable? ¿Dónde han ido a parar la alegría, la trepidación por la cercana boda, la dulzura que le provoca en su interior la sonrisa de José?

- Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y ella que se consideraba estéril ya ha llegado al sexto mes.

De repente, sin saber por qué, el terror se convierte en paz, la angustia en serenidad, la incertidumbre por el futuro en esperanza. ¿Y si de verdad algo misterioso estuviera brotando en el vientre de la historia que el protagonismo exasperado de su pueblo pecador ha hecho estéril?

Los salmos tantas veces repetidos vuelven a sus labios:

Nuestros padres nos contaron lo que hiciste en sus tiempos, en los tiempos antiguos, ¡tú con tu mano! Recuerdo las obras del Señor, recuerdo los milagros del pasado.

¿Porque ocultas tu rostro y no te preocupas de nuestra miseria y aflicción? Abre tu mano y vuelve a salvarnos.

Y Myriam siente que una palabra brota espontánea, casi no suya, desde lo íntimo de su ser:

- Soy la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra.

La aparición desaparece de su horizonte, Myriam aprieta el paso: delante de ella las amigas han desaparecido de su vista, el parloteo de las mujeres que la siguen queda lejos todavía y, de pronto, se siente sola.

Sola en el gran camino del pueblo que busca el horizonte de Dios. Sola como el arca de Iahveh cuando fue botín de los enemigos, como el pueblo santo cuando caminaba en el desierto precedido y acompañado sólo por la gloria y por la nube del Altísimo. Delante de ella se aleja la juventud llena de esperanza y necesitada de verdad; a sus espaldas todavía no llega la madurez de la fe adulta que sólo la certeza llena de amor.

- Sí Myriam – se dice a sí misma – visita a Isabel, anda a ver que “nada es imposible para Dios”, anda a ver a los ancianos de tu pueblo para que aprendas los caminos del Dios misterioso de Israel, Él que a los fieles y puros de corazón les muestra el cumplimiento de sus promesas.

 

*****

 

La decisión por un viaje imprevisto está tomada y Myriam se pone en camino, mientras una pregunta flota en su mente y en su corazón: el Altísimo te cubrirá con tu sombra. ¿Qué significan estas palabras, cuándo y cómo ocurrirá eso?

En su burrito Myriam recorre los senderos que desde Galilea la conducen a las montañas de Judea y medita sobre las miradas, las palabras, los deseos, los anuncios de aquel día: atesora todo en su corazón. Pasa por poblados polvorientos, cruza la mirada de madres preocupadas, mira tiernamente la miseria de niños abandonados a su suerte, empuja su cabalgadura por senderos que trepan colinas florecidas, entre terrenos que hombres musculosos riegan con su sudor.

Se exalta en los ocasos rojo-fuego como sangre y de auroras refrescadas por el rocío. Su sueño en casas de familias acogedoras es turbado por gritos y golpes que en las casitas cercanas maridos y padres violentos, tal vez borrachos, descargan sobre esposas e hijos inermes. El canto de los pájaros y el vuelo de las golondrinas la llenan de felicidad por la mañana; el graznido de la urraca y del búho la hunde en la tristeza cuando la noche avanza. La vida verdadera, llena de alegría y sufrimiento, de lo desconocido, ahora le invade con una fuerza irreprimible, como savia vital de existencia. La promesa del Señor de Israel le penetra el corazón lleno de la compasión del Dios que escucha el grito del oprimido que también se vuelve suyo, la historia se ilumina con una luz nueva: Dios está allí y siempre actúa. Y, de repente, algo empieza a moverse en sus entrañas: una nueva vida brota en ellas.  

Absorta en sus pensamientos, poseída por la alegría que sólo la vida que se expande dona, Myriam casi no se ha enterado de que ha llegado al final de su viaje. El burrito enfrenta la última subida de un ondulado cerro, un grupo de niños curiosos la acompaña, algunos más despiertos han intuido adónde va y la han precedido para anunciarla. Entra en la angosta plazoleta de tierra que da a una casa modesta, ve en la puerta a su prima Isabel. La saluda con una seña y enseguida, como una ráfaga de viento, la alcanza un saludo entusiasmado:

- ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿A qué debo que la madre de mi Señor me visite? ¡Oye! Inmediatamente después de escuchar tu saludo, el niño ha saltado de alegría en mi vientre. Y feliz la que ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor.

Entonces Myriam se sorprendió diciendo:

- Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi Espíritu se regocija en Dios Mi Salvador. 

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