Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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El cazador de buen corazón

Newsletter Missionari Comboniani 20.04.2023 Equipe dei Missionari Comboniani Traducido por: Jpic-jp.org

"Suéltame. Ya verás, un día te ayudaré". Cuando la naturaleza y los animales se enseñan mutuamente la gratitud. Siempre ocurre así: si tienes buen corazón y ayudas a los demás en sus dificultades, tú también recibirás ayuda cuando la necesites. Incluso superando la envidia de la gente.

Había un joven bueno y pacífico llamado Ponga. Era también un excelente cazador. Un día atrapó en una trampa a un ‘mugumbi’, un pequeño animal del bosque que escarba bajo tierra. La pobre bestia le suplicó: "Suéltame. Ya verás cómo un día te ayudaré".

Al día siguiente encontró la ‘lluvia’ en la trampa, una lluvia húmeda y fresca. También ella le suplicó: "¿De qué te sirve matarme? En cambio, si me dejas, un día podré salvarte de alguna dificultad". Ponga también esta vez tuvo compasión y dejó libre a la lluvia.

Otro día encontró en la trampa a un ‘ulongo’, el pájaro que acostumbra tirar por tierra los frutos de las plantas; movido de  compasión, lo dejó libre. Luego encontró un mosquito. Estuvo a punto de aplastarlo, recordando todas las picaduras sufridas por sus compañeros mosquitos, pero cedió de nuevo a las súplicas del pobre bicho y lo dejó marchar.

Su sorpresa no tuvo límites cuando encontró en su trampa nada menos que un ‘rayo’. ¿Liberarlo? Cuántos miedos había sufrido durante las tormentas eléctricas. De hecho, un rayo había quemado una vez su cabaña. "Pero también puedo hacer buenas obras", explicó el rayo. "¿No fui yo quien les dio el fuego? Quizá un día pueda salvarte a ti también de algún peligro".

Ponga se dejó ganar también esta vez y liberó al rayo. Pero nunca imaginó que atraparía lo que un día encontró en su trampa. Una hermosa, muy hermosa chica. "Amigo", suplicó ella. Si me dejas vivir, seré tu esposa".

Ponga aceptó entusiasmado e inmediatamente regresó a la aldea para celebrar la boda. ¿Quién había tenido tanta suerte como él de tener una esposa sin el gran problema de la dote?".

Incluso los aldeanos se asombraron al ver a aquella joven y murmuraban: "¿Dónde ha encontrado una chica tan guapa? Es un hombre pobre y no puede haberle dado nada a su padre. Por una novia así habría que pagar una fortuna".

La boda se celebró y los recién casados vivieron felices juntos durante algún tiempo. Desgraciadamente, la envidia de la gente pronto empezó a cebarse con ellos. Sobre todo, la joven se sentía cada vez más molesta por las críticas de su familia, que le reprochaba todo lo que hacía o decía: pretendían que no valía para nada. Finalmente, perdió la paciencia y un buen día se escapó.

El pobre Ponga se desesperó y la buscó en vano por todas partes. Por fin, fue a consultar al adivino y éste le dijo: "Busca en la zona donde sueles poner tus trampas. Encontrarás un pueblo grande, un poco alejado; allí está tu mujer".

Ponga se puso a buscar hasta que encontró la aldea, y allí le dijeron que el mismísimo jefe de la aldea era el padre de la mujer que buscaba. Miró aquí y allá y se dio cuenta de que todas las chicas de la aldea eran idénticas. ¿Cómo iba a reconocer a su esposa?

El jefe se quejó que su hija había sido atrapada con engaños y, además, había sido maltratada; si quería recuperarla, tenía que superar muchas pruebas. El joven aceptó.

El jefe le dio un pequeño cuchillo, tan pequeño que se diría de juguete, y le ordenó que cortara el árbol que había en la cabecera de la aldea, lo quemara y lo redujera a carbón para el día siguiente.

El pobre hombre miró el árbol y el pequeño cuchillo: ¿qué podía hacer? El árbol tenía dos metros de diámetro. Estaba a punto de desesperarse cuando una voz le susurró: "¡Ánimo! Aquí estoy. Me has liberado de la trampa y ahora quiero ayudarte. Ve a esa colina y espera".

Ya era de noche. Las nubes se espesaron y la tormenta se anunció con relámpagos y truenos. Toda la gente corrió a sus casas. El rayo, era él quien había hablado, cayó sobre el árbol, que se desplomó con gran estrépito, ardiendo como una enorme antorcha. El cazador corrió; ahora se preguntaba cómo extinguir aquel inmenso fuego. En ese momento oyó una voz fría que le decía: "No tengas miedo. Tú me ayudaste y ahora yo también te ayudaré. Yo soy la lluvia".

De pronto se abrieron las cataratas del cielo y cayó una violenta lluvia que apagó rápidamente el fuego y redujo la planta a un inmenso brasero. Después, el cielo volvió a despejarse.

Al día siguiente, todos los aldeanos acudieron e hicieron una buena provisión de carbón.

Pero el jefe no estaba satisfecho. "No has ganado más que con engaños", le dijo, "veremos si puedes pasar otra prueba". Lo condujo al bosque, al pie de un alto árbol cargado de frutos. "Mañana por la mañana", le dijo, "todas las frutas deben estar en el suelo amontonadas. Pero ay de ti si rompes una ramita del árbol".

El cazador miró hacia arriba y se sintió perdido. Nunca nadie podría trepar a aquella planta porque su tronco y sus ramas estaban plagados de insectos venenosos de picadura mortal. También esta vez llegó al joven desesperado una ayuda inesperada. Era el pájaro que había liberado. Le dijo: "Ve y duerme tranquilo. Por la mañana toda la fruta estará en el suelo".

El pájaro puso inmediatamente manos a la obra y, en pocas horas, toda la fruta estaba por el suelo. Cuando el jefe vino a ver, se quedó asombrado: ¿cómo había conseguido aquel joven arrancar toda la fruta sin sufrir ningún aguijón y sin hacer caer una hoja?

Meneando la cabeza, dijo: "No creo que lo has hecho por tu habilidad. Quiero otra prueba. Debes comer cinco cestas de comida. Si en tres horas no has terminado, te mataré".

Y lo encerró en una choza con una montaña de comida que habría bastado para alimentar a todo el pueblo. ¡Ni siquiera un elefante podría tragarse todo aquello en tres horas!

El joven estaba a punto de echarse a llorar cuando una voz le hizo volverse. Era ‘mugumbi’, el animal excavador que había liberado. "Escúchame -dijo-, quiero ayudarte porque tú me has ayudado a mí. Ya he cavado un bonito agujero aquí en un rincón: échalo todo adentro y cúbrelo bien con la tierra". El joven así lo hizo, y el jefe tuvo que ver que la comida ya no estaba allí.

Pero no se dio por vencido. "Mañana -dijo- te pondré a prueba por última vez. Pondré en fila a todas las chicas del pueblo. Si puedes reconocer a tu mujer, será tuya: si no, te mataré".

El pobre Ponga ya había visto que todas las muchachas de la aldea eran iguales. Le era imposible distinguir a su mujer. Estaba pensando en huir y renunciar a su mujer cuando oyó una vocecita que le susurraba al oído: "No te rindas, yo te ayudaré. Soy el mosquito que has salvado. Ten cuidado: mañana, cuando estés delante de las chicas, te diré cuál es la tuya".

Al día siguiente, cuando el sol había recorrido un cuarto de su camino, todas las jóvenes de la aldea estaban listas en fila frente a la cabaña del jefe. Ponga fue conducido delante de ellas y sintió que su cabeza le daba vueltas: todas las chicas eran idénticas. Oyó la voz del mosquito en su oído y recuperó la confianza. Empezó a moverse lentamente, deteniéndose un momento delante de cada mujer. Hacia el final de la fila, la voz amiga le susurró: "Aquí está". Ponga levantó la mano y señaló a su mujer. Los presentes lanzaron un grito de asombro. El jefe se declaró vencido y entregó a su hija al cazador.

Se celebró un gran banquete y, hacia el anochecer, Ponga regresó triunfante a su aldea con su esposa y un cortejo de porteadores cargados de regalos. Su bondad había tenido la recompensa merecida.

Siempre ocurre así: si tienes buen corazón y ayudas a los demás en sus dificultades, tú también recibirás ayuda cuando la necesites. (Cuento popular del pueblo Lena, RD del Congo)

Ver, The hunter with a good heart

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Los comentarios de nuestros lectores (1)

Bernard Farine 29.05.2023 Les contes sont souvent plus profonds que leur apparence et parlent à tous. En plus, il existe des contes dans toutes les civilisations.