El 16 de marzo 2020, con la declaración de emergencia sanitaria, en Ecuador todas las actividades y servicios que implicaban una atención de más de 30 personas quedaron suspendidas. El comedor de Cáritas “Oscar Romero” en Manta (Ecuador) cerró también. Sin embargo, día a día la vulnerabilidad de personas y familias que en ese comedor recibían apoyo por su alimentación se iba incrementando porque en su mayoría dependían de trabajos informales también suspendidos.
El sentido de solidaridad exigía retomar la asistencia a personas y familias, implementando un método seguro y práctico para hacerles llegar comidas calientes. El proyecto del comedor de Cáritas en Manta fue ajustado y llamado “Emergencia Alimenticia”. De lunes a sábado prepara comidas calientes que se distribuyen en la calle y a domicilio de las familias que previamente hacían uso del servicio del comedor. Son unos 200 los almuerzos servidos diariamente, de los cuales aproximadamente 98% son para familias con altos grados de vulnerabilidad.
Para respetar el estado de emergencia, los alimentos se preparan en la casa de las Hnas. de la Divina Voluntad, domicilio de la Fundacion Cáritas-Manta. La gestión está liderada por el sacerdote responsable de la pastoral de la Movilidad Humana junto con la administradora laica de la Cáritas y varios voluntarios que aseguran la preparación de los alimentos y el proceso logístico para hacer llegar la comida a las personas en la calle y a las familias vulnerables.
El presupuesto de autogestión se sustenta por donaciones ya sea de alimentos, o monetaria. El Servicio Jesuita a Refugiados ayudó con una única donación a implementar el proyecto por un mes. La manipulación de alimentos, su preparación e higiene respetan los estándares y protocolos de cuidado y prevención para prevenir y evitar la contaminación, asegurar la sana cocción, la preservación de temperaturas y el agua limpia. El personal de cocina hace uso de la indumentaria adecuada.
Todos los participantes del proyecto, incluyendo los voluntarios son diariamente chequeados y se verifica su estado de salud y son sometidos a un monitoreo continuo de su condición física.
La repartición de los alimentos se lo hace con 2 modalidades: entrega directa a las familias de las que se conoce el domicilio; o a las personas en la calle quienes, para evitar aglomeraciones, se organizan en filas con la distancia de prevención de 2 metros y con el uso de mascarillas. El personal colaborador está también dotado de todos los implementos de protección.
La realidad de los empobrecidos va en aumento, proyectos como este de “Emergencia Alimenticia” son necesarios. Y se vuelven un signo. Con el avance de la tecnología el mundo, cada continente, país, ciudad, pueblo se han acercado transformando ideales, emociones, alegrías, sueños y, al mismo tiempo, dando una ilusión de omnipotencia, un individualismo egoísta donde se insinúa una discriminación que matiza el modo de ser y vivir. Nos hemos creído invencibles, empoderados de todo y en todo. Lo bueno era aumentar lo que uno poseía, lo malo era la disminución. Se corría afanosamente detrás del dinero dejando atrás la verdadera felicidad de una vida de paz, solidaridad, verdad, y justicia. Y, volviéndonos consumista, nos estábamos deshumanizando.
Los sencillos, los empobrecidos nos testimoniaban que había llegado el tiempo de la “fraternidad planetaria”, que las condiciones estaban dadas: nos hicimos sordos a ese clamor porque tocaba nuestro “endiosamiento”. De pronto la realidad llegó. El coronavirus nos sacó de la ilusión de ser dioses. Quedamos confundidos y humillados mirando subir las cifras reales de infectados y muertos, nosotros que con la medicina y el bienestar creíamos de haber alejado hasta la muerte. Hemos tocado con las manos nuestra vulnerabilidad. Como dice el jesuita Francisco de Roux: “En pocas décadas, todos nos habremos ido con o sin covid-19. La aplanadora de la muerte empareja nuestras estúpidas apariencias. Pallida mors aequo pulsat pede, decían los romanos, la pálida muerte pone por igual su pie sobre todos”. Y el día que llegue nadie se lleva nada. Nos vamos solos. Sin tarjetas de crédito, sin carro, sin casa. Iremos con lo que hemos sido en amor, amistad, verdad, compasión, o con lo que hemos sido en mentira, egoísmo, deshonestidad. Así enfrentaremos el misterio y así nos recordarán.
Así es, y es así que el comedor de Cáritas “Oscar Romero” se erige en el puerto de Manta (Ecuador) como un pequeño faro que envía su luz sobre la inmensidad del océano.
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