En la historia nunca hay continuidad; cuando las potencias fuertes se afirman, es igualmente probable que caigan rápidamente tras las revueltas. Comunidades virtuosas, diferentes estilos de vida, a pesar de permanecer en silencio durante años, pueden irrumpir en escena dando lugar a retrocesos inesperados y sin precedentes, como ríos kársticos que resurgen con fuerza después de largos tramos silenciosos atravesados bajo tierra. Una reflexión sobre “Desear la luna” llena de buenas ideas que deja la luna bien lejana.
En las Facultades de Ingeniería (pero no sólo) la palabra "tierra" siempre ha sido sinónimo de suelo: suelo para construir, suelo para trabajar, suelo del que extraer recursos ilimitados (fósiles, principalmente), en cualquier caso, suelo para explotar. Esta visión ideológica (la separación entre espíritu y naturaleza que nació con la revolución científica) y productivista (un capitalismo cada vez más feroz y extractivo) ha producido, y sigue produciendo, enormes daños al planeta, desertificándolo, reduciendo su biodiversidad, empobreciéndolo.
La mitología que subyace a los estudios de ingeniería se basa en la ruptura de todo límite o barrera (el puente más largo, el coche más rápido, la producción más acelerada) y constituye el aliado más eficaz del crecimiento ilimitado (que se basa sobre el mito de Odiseo quien va más allá de las Columnas de Hércules, los límites de lo divino). Se ha dicho que sobre todo esto lo domina la cultura del silencio, una cultura que calla todo lo que debería ser escuchado, debatido, comparado: el silencio de los pobres, de los condenados de la tierra, de los explotados y, ahora, de las tantas muertes fruto de guerras libradas por el hambre de tierra, de agua, de recursos de los que esta tierra sabiamente dispone para nuestra supervivencia, para una dignidad herida para siempre.
¿Quién grita en la noche de los escombros?
No creíamos que ella regresaría
La racionalidad nos defendería
Jugar a ser Dios no fue un buen negocio
La arrogancia nos ha devastado
Manadas de semidioses deambulan enojados
Nosotros que venimos de un pasado animal
Desde el corazón de la oscuridad
Soñamos una pesadilla
El regreso al animal.
Es hora de cambiar paradigmas y dejar palabras gastadas: tierra significa “madre-tierra” o Gaia, Biosfera, ecosistema planetario, lugar que nos acoge, que produce vida y todo lo que necesitamos. Definida con un neologismo, la tierra es Matria, lugar físico y metafórico de acogida en contraposición a Patria, palabra inútil e irrecuperable. “La patria sigue siendo la nación masculina (o más bien –en una inversión semántica– la nación femenina cuya inviolabilidad está garantizada por los varones), es el precipitado de las peores retóricas belicosas y excluyentes, rechazantes y clasistas”.
Pensar en términos de Matria, dice Micaela Murgia, permite erradicar la perspectiva de Nación, pues significa madre de todos, que en la experiencia de cada uno de nosotros no es algo imperativo, sino el primer ser vivo que se reconoce, el primer ser amado, el que es siempre deseado. Los hombres son 100% cultura y 100% naturaleza, afirma Edgar Morin. Imposible separar; la mente no es más noble que el cuerpo como pensaba Descartes, ambos son productos de una evolución biológica que nos une a la tierra; no somos habitantes ocasionales, pertenecemos a ella como los animales y las plantas. Somos parte de un ecosistema planetario impulsado y alimentado por la energía solar. El viento, las mareas, la lluvia y todos los acontecimientos atmosféricos surgen de esta energía que nosotros no sabemos utilizar muy bien, a diferencia de la naturaleza que por ella está animada y de ella deriva su belleza y abundancia.
En 1957, un objeto creado por el hombre fue lanzado al universo y durante unas semanas giró alrededor de la Tierra siguiendo las mismas leyes de gravedad que determinan el movimiento de los cuerpos celestes. Pero, dice Hannah Arendt, debido a un fenómeno bastante curioso, la alegría no fue el sentimiento dominante, sino más bien el alivio por "el primer paso hacia la liberación de los hombres de la prisión terrenal". Al comentar este acontecimiento Arendt argumentó que la tierra es la quintaesencia de la condición humana y la naturaleza terrestre, hasta donde sabemos, es la única en el universo que puede proporcionar al ser humano un hábitat en el que moverse y respirar sin esfuerzo y sin artificios. Por tanto, este sentimiento de "liberación" expresa el esfuerzo por hacer artificial incluso la vida, por romper el último vínculo por el que el hombre todavía pertenece a los hijos de la naturaleza.
El nuevo paradigma se centra en una nueva cultura en armonía con los tiempos, una cultura que requiere un replanteamiento profundo de la relación que une a los seres humanos con el resto de la vida en la tierra, una cultura que nos permita salir del antropoceno, una cultura que requiere una radicalidad aún más fuerte que la que estuvo en el origen de las prácticas y luchas que caracterizaron el siglo pasado a las que muchos todavía están anclados. La crisis climática y con ella las desigualdades y las migraciones tenderán a agravarse: así lo confirma la comunidad de los científicos que al mismo tiempo nos advierte que ya estamos cerca de un punto de no retorno. Luchar contra la crisis climática requiere no sólo obras de mitigación, sino también una actitud de adaptación que involucra las relaciones entre las personas, especialmente las más frágiles, los pobres, los explotados, los más oprimidos. La transición ecológica, mejor sería llamarla conversión ecológica, como afirma Viale, tendrá que ser una transición que avance sobre todo desde abajo, donde las experiencias más virtuosas que ya están en marcha hoy puedan ser replicadas por otras comunidades.
La nueva perspectiva es aquella que ve la superación entre cultura y naturaleza, entre espíritu y materia, entre mente y cuerpo y que pone en duda el crecimiento y el desarrollo ilimitados. El crecimiento no es más que acumulación de capital y requiere la explotación de la tierra y de los seres humanos. El desarrollo es su cara presentable en forma de "sostenible", "humano", "ecológico". Este cambio semántico conduce a prácticas devastadoras, como la energía nuclear (considerada "sostenible" por la comunidad europea), la producción de CO2 y su entierro (para seguir produciendo sin cambiar nada), la explotación de países enteros y de los fondos marinos, hasta la búsqueda de minerales raros para la construcción de baterías para coches eléctricos.
Los gobiernos del mundo anuncian estos remedios como necesarios para la transición, pero ninguno de ellos dice que debemos consumir menos, viajar menos. Comer un pastel y luego volver a tenerlo tal como estaba, como afirma la definición de sostenibilidad, es un objetivo físicamente inalcanzable, como ya nos explicó Georgescu-Roegen basándose en el segundo principio de la termodinámica. Ya Giorgio Nebbia propuso en 1999 abolir la palabra sostenibilidad y todos sus adjetivos. La sostenibilidad es el truco que utilizan los gobiernos para hacer creer a la gente que es posible seguir en la misma dirección con algunos ajustes. Gragory Bateson, haciendo referencia a su conocimiento de la Biblia, nos enseñó que no se puede burlar el dios ecológico y que en ecología no hay atajos. La conversión ecológica, por el contrario, indica una conversión en forma de U a la dirección del desarrollo y significa, ante todo, cuidar la tierra y sus seres vivos.
La nueva perspectiva requiere la renuncia a la centralidad del hombre en el universo, la renuncia al patriarcado, al imperialismo y a todos los nacionalismos estrechos, a las guerras, a todas ellas. Es en ella que se basa la acogida entre comunidades y la valorización del trabajo de cuidados, las actividades vinculadas a la producción y reproducción de la vida, incluidas las sociales que mantienen unidas a las comunidades y fortalecen sus vínculos. El verdadero "desarrollo sostenible", él que obstaculizan las potencias fuertes, es el vinculado a la mejora de las condiciones de vida de las generaciones, a la abolición de todo tipo de explotación de los seres humanos y de los ecosistemas que sustentan la vida, el vinculado a la hospitalidad de quienes huyen de las guerras o de la desertificación, a la abolición de los armamentos en todos los países y, por tanto, de una redescubierta armonía con la tierra.
En la historia nunca hay continuidad; cuando las potencias fuertes se afirman, es igualmente probable que caigan rápidamente tras las revueltas. Comunidades virtuosas, diferentes estilos de vida, a pesar de permanecer en silencio durante años, pueden irrumpir en escena dando lugar a retrocesos inesperados y sin precedentes, como los ríos kársticos que resurgen con fuerza después de largos tramos atravesados en silencio bajo tierra. Ya sucedió. No sucederá espontáneamente; todo cambio trae luto y alegría; es probable que suceda como resultado de revueltas no pacíficas, ciertamente no con resignación al consumismo y al pensamiento único, al menos hasta que no quede nada para consumir en esta tierra.
Hay entre nosotros quienes creen que el único conflicto es el que se libra entre los hombres por la posesión del poder o por el mantenimiento del dominio. Creo que la época actual ha puesto de manifiesto que ese mismo conflicto enfrenta ahora a esos mismos hombres contra la madre tierra, dispensadora de bienes. No hay dos conflictos separados: el dominio de los hombres sobre sus pares incluye el más amplio dominio sobre la naturaleza. La armonía con la naturaleza necesita paz, es paz. Como universidad, como estudiosos, como seres cultos y custodios del pensamiento crítico desinteresado, tenemos el deber de contribuir a levantar estos fortines de resistencia en las universidades y los territorios; centinelas silenciosos que serán útiles cuando la humanidad, con suerte, redescubra su Razón.
Foto.
Autor: Jim Veneman/ Women of the ELCA © 2017 Women of the ELCA
Nota. El título retoma el de un libro de 1999 de Giovanni Franzoni.
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