Aborto, control de nacimientos, uso de anticonceptivos, “invierno demográfico”, libertad individual y bien común: ¿son asuntos éticos que emanan de la moral natural o problemas sociales que el estado debe resolver?
Hace unos años en Estados Unidos activistas pro-vida en las afuera de clínicas abortista disparaban, dispuestos a matar, a médicos abortistas. Un absurdo ético: querer defender la vida dispuestos a matar. El sentido ético era, y es, silenciado por un angustioso problema social: una sociedad sin hijos no tiene futuro. España registra más muertes que nacimientos, cada vez menos niños, y llegará el día en que no nazca ninguno. “Nuestra sociedad tiene cada vez menos futuro” (Renacimiento Demográfico). El “invierno demográfico” tendrá un costo alto en el sistema de pensiones, al haber una población activa menor, y una sociedad estéril está condenada a la muerte. Esos activistas norte americanos se defendían: “Es una guerra de autodefensa, de supervivencia. Quien mata a nuestros niños por nacer, mata nuestro futuro, mata a nuestra garantía de vida como sociedad”.
¿Pueden los derechos de la comunidad predominar sobre la libertad decisional del individuo, sobre el derecho de autodeterminación de la pareja, de la mujer? Un principio contestado, asumido sin embargo como válido delante el miedo de la explosión democrática. Países como China e India respondieron con el control de los nacimientos y Estados Unidos – y las Naciones Unidas – con promover el aborto, la esterilización voluntaria u obligatoria a través de organizaciones “humanitarias”.
En China, la ley del hijo único entró en vigor en 1979: unos 40 años después, en 2017, el número de nacimientos ha caído de un 3,5%, mientras los ancianos chinos en 2020 serán 400 millones. A la acción de unos países, se acompaña el fenómeno natural de la fertilidad descendente en otros. En Asia esto despierta la preocupación por las consecuencias económicas y sociales. La Asociación Asiática para el Desarrollo de la Población (APDA) al estudiar a la población del Japón, afirma: “El aumento de la población ha sido la principal preocupación a escala mundial, mientras los riesgos de la baja natalidad y la consiguiente disminución de la población no se previeron hasta ahora”. Sin estudios, los gobiernos no han prestado atención al asunto (Japón en riesgo por crisis de fertilidad). Según la ONU, la natalidad en Japón era de 2,75 hijos por mujer en la década de los años 50, por encima del 2,1 necesario para mantener la estabilidad de la población. En la actualidad, es de 1,44 y la población ha disminuido en un millón en los últimos cinco años.
A esto se añade la inestabilidad social: el aborto masivo de niñas, por la preferencia al hijo varón, hace que en la China con una población de 1,4 mil millones, haya 34 millones más de hombres que de mujeres (Bloomberg), el equivalente de la población de Polonia, que nunca encontrarán esposas y raramente tendrán relaciones sexuales. El destrozo psicológico de las madres por tener que abortar por obligación estatal, hace que en China se suicidan unas 590 mujeres al día. La ingeniería social china, la mayor en la historia humana - control de natalidad, esterilización y abortos forzados y selectivos por decisión gubernamental -, se cierra por su fracaso: “China deja de limitar la natalidad dejando atrás la ley del único hijo.
El fenómeno despierta tan hondas preocupaciones que el Washington Post, un periódico liberal, le dedica un dossier de tonos alarmados con gráficos, imágenes, estadísticas, recuadros analíticos. “Nunca nada como esto ha sucedido en la historia humana. Una combinación de preferencias culturales, decretos gubernamentales y tecnología médica moderna en los dos países más grandes del mundo ha creado un desequilibrio de género a escala continental. Los hombres superan a las mujeres en 70 millones en China e India. Las consecuencias de tener demasiados hombres, con madurez sexual, son de gran alcance”: epidemia de soledad, distorsión en los mercados laborales, aumento en las tasas de ahorro, reducción del consumo, inflación artificial de ciertos valores de propiedad, aumento del crimen violento, del tráfico de las personas y de la prostitución. Estas consecuencias no se limitan a China e India, se extienden a sus vecinos asiáticos y llegan también a Europa y América distorsionado las economías.
El Washington Post ilustra, en cuatro secciones con historias personales, las consecuencias de este desequilibrio. Vida en las aldeas y salud mental: entre los hombres, la soledad y la depresión se extienden y las aldeas se vacían. Precios de vivienda y tasas de ahorro: en la China los solteros se afanan en construir casas para atraer esposas, haciendo subir sus precios, y reducen sus otros gastos aumentando el superávit comercial; en la India con escasas novias las familias sienten menos presión para preparar dotes costosas. Tráfico de seres humanos en aumento: novias extranjeras son reclutadas y atraídas a China, creando desequilibrios similares en los países vecinos. Seguridad Pública: con el aumento de hombres aumenta la delincuencia sexual en la India y de otros delitos en ambos países. En algunas ciudades, el acoso a las niñas en edad escolar ha exigido medidas a costa de restringir el espacio y la libertad de vidas de las protegidas. En la China y la India, 50 millones de hombres en exceso son menores de 20 años y la brecha en la edad de casarse – de 15 a 29 años -, seguirá aumentando a medida que los actuales bebés vayan creciendo. Y así en la India faltan 63 millones de mujeres y hay 21 millones de chicas no deseadas por sus familias, según el gobierno.
El fenómeno tiene un profundo impacto en la cultura familiar tradicional: hijos adultos siguen viviendo con sus madres, en algunos casos, con sus abuelas; las mujeres envejecen cocinando y limpiando para sus hijos adultos con un estrés que afecta su salud; el desequilibrio de género provoca "crisis de masculinidad" en los solteros quienes, al no sentirse ni ser considerados hombres “completos”, adoptan posturas socialmente agresivas para demostrar su hombría.
Mientras Argentina e Irlanda alinean su legislación en favor del aborto libre, y la ley 194 que introdujo el aborto en Italia cumple los 40 años, son siempre más las voces que declaran: “Yo practicaba abortos, hoy defiendo la vida” (Antonio Oriente, ginecólogo) y siempre màs numerosos son los médicos objetores de conciencias, al punto que para asegurar el “aborto libre” se debe “obligar” los objetores a practicarlos. Los enfrentamientos entre movimientos pro-vida y pro-aborto arriesgan de incrementarse con la celebración de los 50 años del encíclica Humanae Vitae de Pablo VI (25 de julio de 1968).
Para celebrar este aniversario, 500 miembros del clero inglés recuerdan una profecía de la encíclica: si el control artificial de los nacimientos se extiende y es aceptado por la sociedad, se perderá la comprensión adecuada del matrimonio, de la familia, de la dignidad del niño y de las mujeres, y los gobiernos comenzarán a utilizar métodos coercitivos para controlar lo que es más íntimo y privado.
A su publicación, la Humanae Vitae fue muy criticada dentro y fuera de la Iglesia, por la ciencia, la política, los movimientos feministas y los que se autodefinían progresistas. Se rechazaba el mensaje de que el uso de la anticoncepción era "intrínsecamente incorrecto" y contra la moral natural. Desde entonces, control artificial de la natalidad, abortos y esterilización voluntaria o forzada, no solo como anunciaba la encíclica, han sido adoptados por gobiernos totalitarios, sino que se han desarrollado tanto en nuestra sociedad que ha llegado “el invierno demográfico”. Y unas voces provocadoras se levantan para decir que Pablo VI tenía razón.
Dos preguntas se imponen.
¿Puede la libertad individual oponerse al bien de la comunidad, de la sociedad? La pregunta en ciertos países africanos, asiáticos, latino-americanos abraza el aborto, el matrimonio homosexual, los vientres de alquiler, el control de los nacimientos. La controversia se hace aún más agria cuando organismos de la ONU y de países ricos quieren imponer estos “adelantos sociales” a países que los perciben como una forma de colonización cultural, provocando reacciones agresivas.
Por otro lado, ¿Puede una presumida ética natural oponerse a la decisión libre de una sociedad? El documento del clero inglés ofrece un camino de reflexión: “Creemos que una ‘ecología humana’ adecuada, un redescubrimiento del camino de la naturaleza y el respeto por la dignidad humana es esencial para el futuro de nuestra gente, tanto católica como no católica”.
A lo mejor, no hay una moral natural a la que obedecer como imperativo ético; pero sí hay caminos de la naturaleza de otra manera, de aliada, la naturaleza se vuelve enemiga y, tarde o temprano, termina con destruir la sociedad. Aborto, control de nacimientos, eutanasia, vientres de alquiler, esterilización voluntaria o forzada, ¿son asuntos éticos, o no más bien son, antes de todo, dilemas sociales?
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