El Obispo de Milán, en su Discurso a su Ciudad en la Basílica de San Ambrosio, nos invita a vivir el Año Jubilar 'Hoy' partiendo de los sentimientos de la gente, entre los que identifica como denominador común el 'Cansancio', de ahí el significado que da al Jubileo 'Que descansen la gente, la tierra y la ciudad' ¡y que descansen un poco ustedes también!
La compasión de Jesús por la multitud que vagaba desconcertada, «como ovejas que no tienen pastor» (Mc 6,34), es el sentimiento de muchos que consideran la situación de nuestra tierra y del mundo en que vivimos. La acumulación de problemas, los desastres que afligen a pueblos, familias, ambientes, los comportamientos a menudo incomprensibles y las situaciones desconcertantes me llegan en forma de palabras, gemidos, invocaciones, gritos de rabia, súplicas.
De los encuentros que vivo, de las confidencias que recojo, me he convencido de que uno de los sentimientos generalizados es una especie de agotamiento, como el de quien no puede más y debe seguir adelante. Eso es: el cansancio me parece una forma de interpretar la situación.
Por eso rezo e invito a rezar con el Salmo 22: es la contemplación de la obra de Dios que acompaña el camino atribulado de sus hijos y nunca los abandona. Él proporciona descanso en el cansancio, seguridad en el miedo, valor ante las amenazas, serenidad en el valle oscuro.
La humanidad está cansada, y quienes tenemos la responsabilidad del bien común debemos sentir la tarea de proporcionar alivio. En nombre de Dios, pido a todos que exploren formas de proporcionar alivio. En nombre de Dios, ¡dejad que la tierra descanse! Tened compasión de vosotros mismos, de vuestros contemporáneos, de vuestros hijos, ¡y buscad formas de dejar descansar a la tierra!
¿De qué está cansada la gente?
La gente no está cansada de la vida, porque la vida es un don de Dios que sigue siendo fuente de asombro y gratitud. La gente está cansada de una vida sin sentido, que se interpreta como un avance ineludible hacia la muerte. Está cansada de una previsión de futuro que no deja esperanza. Está cansada de una vida aplanada a la tierra, de cosas reducidas a objetos, de relaciones reducidas a experimentos precarios. Está cansada porque le han robado el «más allá» que da sentido al presente, sustancia al deseo, significado al futuro.
El cansancio de la gente no se debe a la fatiga del trabajo, porque la gente trabaja con pasión y seriedad, comprometiendo sus fuerzas, sus recursos intelectuales, sus habilidades. Trabajan bien y están orgullosos del trabajo bien hecho. La gente está cansada de un trabajo que no alcanza para vivir, de un trabajo que impone horarios y desplazamientos exasperantes. La gente está cansada de los accidentes laborales. La gente está cansada de que los jóvenes no encuentren trabajo y de que las exigencias del trabajo sean frustrantes. La gente está cansada de la burocracia, de la obsesión por el control que trata a cada ciudadano como un sujeto al que hay que vigilar, en lugar de como una persona a la que hay que implicar en la responsabilidad por el bien común.
La gente no está cansada de la vida familiar, porque la familia es el primer valor, y el bien más necesario para la sociedad, es la red de relaciones que da seguridad, ánimo, compañía. La gente está cansada del frenesí que se impone a la vida de las familias con la acumulación de compromisos y de los servicios necesarios para construir su imagen, para que a sus hijos no les falte nada, para no desatender a los mayores. La gente está cansada de ese desamparo ante un clima depresivo que envenena los pensamientos, los sueños y las emociones de los más frágiles, que induce a tantos adolescentes a no desear la vida.
La gente no está cansada de la administración, de los servicios públicos, de las fuerzas del orden, de la política, porque está convencida de que la vida en común necesita ser regulada, supervisada, organizada. En cambio, la gente está cansada de la política que se presenta como una irritante sucesión de trifulcas, de una gestión miope de los asuntos públicos. La gente está cansada de unos servicios públicos que la obligan a recurrir al sector privado, de una administración que no sabe valorizar los recursos de la sociedad civil, de las iniciativas comunitarias para la educación, la asistencia, la vivienda, la sanidad. La gente está cansada de las habladurías que descalifican a las personas.
La gente no está cansada de una buena comunicación, porque la comunicación es el servicio necesario para tener una visión del mundo. En cambio, la gente está cansada de la comunicación que recoge la basura de la vida y la muestra como si fuera vida, cansada de las noticias que magnifican lo malo e ignoran lo bueno, cansada de las redes sociales que transmiten narcisismo, vulgaridad y odio. Por favor, ¡dejen descansar a la gente!
¿De qué está cansada la tierra?
La tierra no está cansada del hombre, pues sabe que ha sido creada para que el hombre y la mujer vivan y generen vida, amen y habiten la tierra, cultiven el jardín preparado por el Creador para que todos los hijos de los hombres vivan y sean felices de vivir. Sin embargo, cuando el hombre en esta casa común, lugar de crecimiento, de refrigerio, de contemplación, donde todo está en conexión vital, transgrede su papel de custodio al querer convertirse en amo y gobernante absoluto -sustituyéndose a sí mismo por Dios-, el equilibrio se tambalea y las conexiones vitales se arruinan. El mal, la enfermedad, la guerra, la devastación se apoderan de todo, afectando a la humanidad y a la creación en su conjunto. La tierra está cansada de esa forma de trabajar la tierra, «sus ropas y sus entrañas», cuando se explotan los recursos con avaricia insaciable. La tierra está cansada de esa forma de habitar la tierra que la reduce a un vertedero, de esa forma de vivir el presente que no se preocupa del futuro y de las amenazas del desierto, del calor, del aire que respirarán las generaciones venideras. La tierra está cansada y gime, clama, protesta: los trastornos climáticos son, desde el punto de vista de la tierra, una rebelión contra un equilibrio roto, un pacto traicionado. La tierra está cansada de la guerra y gime y grita con la voz de la sangre de muchos hermanos y hermanas, «clamando a Dios desde la tierra» (Gn 4,10).
La tierra no está cansada de ofrecer sus dones para sustento y banquete de los hijos de los hombres. Para esto fue creada y para esto debe ser cuidada y cultivada. Para ello se embellece y se presenta ordenada y hospitalaria. La tierra está cansada de ese modo de reclamar sus frutos que enriquece a los ricos y empobrece a los pobres, de esa explotación que mata la vida y multiplica los beneficios de unos pocos. La tierra está cansada de la estupidez que envenena las aguas y el aire.
La tierra no está cansada de los animales que son compañeros de los solitarios, prestan valiosos servicios, alimentan y alegran la vida. Los animales hacen jugar a los niños, sonreír a los ancianos y ofrecen ayuda en la rehabilitación de los necesitados. La Tierra está cansada de los animales que invaden desproporcionadamente los hogares, los afectos, los recursos, el tiempo de las personas y a veces parecen ocupar el lugar de los niños. Está cansada de esa forma de explotar a los animales que carece de piedad y sentido común. Por favor, ¡dejen descansar a la tierra!
¿De qué está cansada la ciudad?
La ciudad no está cansada de las casas, porque las casas, las oficinas, los equipamientos públicos y privados son la vida y la sustancia de la ciudad. La ciudad está cansada de casas abandonadas a la decadencia, del consumo codicioso de suelo, de zonas sin uso, de casas que podrían albergar a personas y que en cambio están vacías por cálculos mezquinos, por miedo a los que buscan vivienda, para evitar molestias. La ciudad está cansada de que se ocupen casas y se las quiten a quienes tienen derecho a ellas.
La ciudad no está cansada de los turistas, porque quiere ser conocida, admirada por su historia y su belleza. La ciudad está cansada de los turistas que la abarrotan sin respeto, que invaden las casas con pasos rápidos y la despueblan de residentes. La ciudad está cansada de los turistas apresurados que consideran los tesoros de la ciudad sólo objetos para fotografiar en lugar de relatos de historia, testimonios de fe, bellezas para contemplar.
La ciudad no está cansada de la lluvia ni del viento, porque acoge el agua que fertiliza la tierra y se deja acariciar por el viento que esparce semillas y polen. La ciudad está cansada de esa agua que se desborda e invade casas y comercios, bloquea carreteras y enloquece el tráfico; está cansada de ese viento que arranca árboles y los arroja sobre transeúntes, carreteras, coches. La ciudad está cansada de esa superficialidad que descuida lo que puede evitar inundaciones, incendios y los desastres que vienen con ellos. Por favor, ¡dejen descansar a la ciudad! ¡Y que descansen un poco ustedes también!
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