El plan de acción de 7 años es un camino hacia la sostenibilidad total en el espíritu de Laudato Sí, prestando atención a los 7 objetivos (LSG en su sigla inglesa). El 4° invita a adoptar Estilos de Vida Sencillos, sobre él ya hemos hecho una primera reflexión. Ver (1) El Grito de la Tierra y (2) El Grito de los Pobres, (3) Economía Ecológica y (4) Adopción de estilos de vida simples. 4to LSG. 1ª Parte
La adopción de estilos de vida sencillos es la búsqueda de la sobriedad en el uso de recursos y energía, es evitar el plástico de un solo uso y adoptar una dieta más vegetal, es un mayor uso del transporte público evitando los transportes contaminantes y asumir comportamientos a estos similares.
Este 4° compromiso està al centro de los 7 objetivos y, más que los otros es un llamado a los 7 grupos de instituciones mencionados en la Encíclica: Familias; Diócesis y Parroquias; Escuelas, Universidades y Colegios; Hospitales y Centros de Atención Médica; Empresas, Granjas Agrícolas y similares; Órdenes Religiosas. Cada una de estas instituciones està llamada a dar una respuesta al “desafío urgente de proteger nuestra casa común”, si queremos que las cosas cambien (LS, 13).
Hemos visto que el poder financiero debe adoptar las buenas prácticas, como sus propios 'estilos de vida simples', ya que es el primer responsable en el uso de recursos y energía. De hecho, el Papa ha llevado a la atención del mundo financiero esta obligación en su mensaje a los Participantes en las Reuniones de Primavera de 2021 del Grupo del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, si uno se da cuenta de los males que existen en el mundo, ¿puede permanecer indiferente? No, no puede. No es compromiso sólo de los políticos a nivel nacional o internacional trabajar por el cambio. Laudato Sí nos lo recuerda, “Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades” (LS, 14), porque todos podemos adoptar estilos de vida sencillos o, mejor aún, un estilo de vida más sencillo. ¿Qué hacer entonces para que se produzca este cambio?
Es necesario primero acercarse “a la naturaleza y al ambiente con estupor y maravilla”, hablando “el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo”. Entonces, nuestras actitudes no serán las “del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos”, incapaz de ponerse un límite. “Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo”. La pobreza y la austeridad en san Francisco no eran ascetismo, “sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio” (LS, 11).
Debemos tomar conciencia que la naturaleza es “como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (LS, 1). Hoy “esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella” y nos pide dejar de actuar como propietarios y dominadores, que se sienten autorizados a expoliarla. La tierra manifiesta síntomas de enfermedad “en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes”, “gime y sufre dolores de parto”, porque olvidamos que “nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2). Somos tierra e inhalamos lo que exhala el árbol, como el árbol inhala lo que nosotros exhalamos.
Por tanto, cada uno debe analizarse y arrepentirse si descubre que su forma de vida maltrata el planeta. “En la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos”, estamos llamados a reconocer “nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la creación” (Patriarca Bartolomé). “Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que contaminen las aguas, el suelo, el aire: todos estos son pecados”. Porque “un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios” (LS 8).
¿Qué hacer, entonces, para que a nivel de persona, familia, pequeña comunidad o grupo y parroquia demos nuestro aporte, pequeño o grande, no a la desfiguración y destrucción, sino al respeto y restauración integral del medio ambiente?
Lo primero sería la decisión de dejar el estilo de vida impuesto por un mercado que “tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos” y que termina para sumergirnos “en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios”. Romano Guardini decía : el ser humano “acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado”. Uno se cree libre porque tienes la oportunidad de consumir, “cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero” (LS, 203).
El segundo paso es educarnos en una alianza entre la humanidad y el medio ambiente y tomar conciencia de la crisis ecológica para asumir nuevos hábitos. “La mera sumatoria de objetos o placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero [demasiados] no se sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece”. Los jóvenes tienen sensibilidad ecológica y “luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos”. Estamos ante un gran desafío educativo (LS, 209).
Por eso, la familia, la parroquia, los grupos juveniles deben, es el tercer paso, ser lugares de experiencias y gestos que eduquen a las personas para adoptar estilos de vida respetuosos con la naturaleza y el medio ambiente, es decir, espacios de conversión ecológica. “Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores” y “la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior” (LS 217). Una conversión que no puede limitarse únicamente a la oración o a una espiritualidad interior y personal, sino que debe traducirse en gestos concretos y efectivos, aunque limitados.
Esto implica desarrollar nuevas convicciones, nuevas actitudes y hábitos en la vida diaria como son evitar el uso de material plástico o papel, reducir el consumo de agua, clasificar los desechos, cocinar solo lo que se puede comer, tratar con cuidado a todos los seres vivos, utilizar el transporte público o compartir el mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar luces innecesarias, etc. Esto es lo que cada uno puede hacer.
Gestos limitados a nivel personal que, sin embargo, deben llevar a repensar el desarrollo y al cambio en favor de estilos de vida sencillos y sobrios, actos de amor para el planeta y los hermanos, enfocándose en el principio del bien común, en la dignidad de cada persona, en la responsabilidad personal a todos los niveles, desde el internacional hasta el nacional y local.
Los tres pilares de este cambio son el cotidiano, la sobriedad, la relaciones.
Lo posible en la vida cotidiana es la fuente de donde surge el cambio y la clave que hace posibles los sueño. Es en la vida cotidiana donde se construye la conexión entre teoría y práctica, se produce una revolución silenciosa, partiendo desde abajo, potenciando el bien presente en la creación como fuerza para difundir el amor.
La sobriedad feliz, vivida en libertad y conciencia, no es vida de baja intensidad. La sobriedad no es privarse de los bienes de la vida, sino liberarse de lo inútil y superfluo. La felicidad requiere limitar las necesidades que nos atontan y permanecer disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida (LS, 223). Una sobriedad feliz es paz consigo mismo, produce estilos de vida equilibrados, permite captar las palabras de amor que llenan la naturaleza (LS, 225). Una feliz sobriedad ayuda a redescubrir la esencialidad de la vida, permite distinguir lo fundamental y necesario de lo superfluo generado por necesidades inducidas. Es el arte del escultor que quita para dar forma y lleva a la percepción de que lo esencial de la vida son las relaciones.
Todo está relacionado y conectado: es “la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra” (LS, 66). “El auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás” (LS, 70). La categoría relación es el paradigma fundacional del cuidado y custodia de la creación, porque la relación es parte constitutiva de la vida cósmica y por tanto de todo ser vivo. Estamos hechos para relacionarnos, tendemos hacia los demás y hacia el Creador. Una verdadera relación de cuidado y custodia expresa la primacía del amor. Por eso los nuevos estilos de vida generan nuevas relaciones con las cosas, con las personas, con la naturaleza, con el mundo. Y se descubre que en el corazón del cambio hay también una nueva relación con Dios Padre, quien en su amor manifiesta en las criaturas su abrazo y caricia.
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