Para los misioneros, vivir el Evangelio con radicalidad es una manera de hacer abogacía en favor de los pobres y de la creación. Su lema, Justicia, Paz e Integridad de la Creación es un horizonte algo lejano que, sin embargo, orienta y dirige continuamente sus pasos, a veces frágiles y llenos de contradicciones. Uno de estos pasos es invertir en la agroecología promovida por el Movimiento Sin Tierra en Brasil. Hablar de estos compromisos y desafíos los ayuda y anima a ser fieles ensu misión.
Evangelizar es la tarea del misionero, porque, “Evangelizar es hacer presente el Reino de Dios en el mundo” (EG, n. 176).Una de las realidades del mundo actual donde esta misión se ha vuelto más ardua y urgente es la economía. Hoy en día, la concentración de ingresos y capitales ha alcanzado niveles obscenos, y es el signo escandaloso de la creciente injusticia, de un pecado estructural, social y mortal.
Una conversión profunda y urgente
¡Ocho personas tienen la misma riqueza que la mitad más pobre del mundo! El problema no es, por ende, la falta de recursos económicos, sino su apropiación por parte de individuos y corporaciones que los utilizan para especular en lugar de invertir: hoy, más que nunca, la especulación financiera rinde más que la inversión productiva.
El Concilio Vaticano II llamó a las comunidades cristianas a actuar en la vida económica y social, poniendo en su mirada la dignidad y la vocación integral de la persona humana, y el bien de toda la sociedad.El Papa Francisco, en su más reciente mensaje a los movimientos sociales, dijo explícitamente que "es hora de detener la locomotora que nos lleva al abismo". Y la iniciativa “Economía de Francisco y Clara”, especialmente dirigida a los jóvenes, con un enfoque en los nuevos estilos de vida y sociedad, es, en los deseos del Papa un enorme desafío: “Realmar la economía”, devolver el alma a la economía.
Esto requiere al menos dos grandes líneas de actuación: orientar la economía al servicio de la vida y no del lucro; alejarla de todos los procesos de muerte incluyendo los que están destruyendo la Creación.El Papa Francisco lo pidió con humildad y firmeza, en el mismo discurso a los movimientos sociales: “Quiero pedir en nombre de Dios a las grandes empresas extractivas - mineras, petroleras, forestales, inmobiliarias, agroindustriales - que dejen de destruir bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar ríos y mares, dejen de envenenar a las personas y los alimentos”.
Tocando las heridas de los pobres y la tierra
Estos nuevos compromisos, sin embargo, en Brasil no nacen de la nada, sino de las experiencias de compartir y de las esperanzas que ya existen y han abierto brechas de luz, revelando la solidaridad de las comunidades en las periferias urbanas y la resistencia de los pueblos indígenas.
El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el mayor movimiento social del mundo, es un ejemplo. En tan sólo los primeros 6 meses de la pandemia COVID, con sus acciones de solidaridad en varios estados del país proveyó 3.400 toneladas de alimentos e inició quince huertos comunitarios para asegurar la continuidad de esta ayuda.
El MST no es nuevo a iniciativas similares. Durante más de treinta años, ha trabajado con cooperativas para la producción y comercialización rural de productos agrícolas. Hoy en día, hay 160 cooperativas y más de 1.000 asociaciones que reúnen 450.000 familias en 24 estados de la federación brasileña.
Su experiencia misionera, aunque a veces pequeña y limitada, ha llevado los misioneros combonianos a ponerse cada vez más a la escucha del grito de los pobres y de la Tierra, con un compromiso pastoral socio-ambiental para dar una respuesta, junto con la Iglesia local, al “pecado ecológico”. La mejor formulación de este “pecado” se dio durante el Sínodo de la Amazonía que vio como protagonista la REPAM (Red Iglesias y Minería). El pecado ecológico, se dijo, es “un pecado contra las generaciones futuras”, una “transgresión contra los principios de interdependencia”, una “ruptura de las redes de solidaridad entre criaturas”.
Hay, por ende, misioneros que actúan – como hacen en la red Justiça nos Trilhos - contra las violaciones causadas por la extracción depredadora de grandes corporaciones mineras, o acompañan el sufrimiento de las comunidades por los impactos de la minería ilegal de oro. Otros se involucran en la defensa de los pueblos y sus territorios, junto con el Consejo Indigenista Misionero (CIMI) o la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT).
Una propuesta y su adhesión
Los misioneros creen, en profunda armonía con el Papa Francisco, que la vida plena evocada por los Evangelios comienza con el derecho a la tierra, a un hogar y al trabajo para todas las personas.
En la profunda crisis sanitaria y económica que atraviesan muchos países, la inseguridad alimentaria ha vuelto a atormentar a Brasil. Cerca de 20 millones de personas están en la pobreza y en riesgo de desnutrición: ¡es el anti-Reino, una blasfemia que hiere el corazón de Dios! Es la prueba más dura de lo que el Papa ha dicho una y otra vez: “¡Esta economía mata!”.
El MST se comprometió recientemente, a recaudar 17,5 millones de reales (cerca de 3,2 millones de dólares) mediante la emisión de un Certificado de Cuentas por Cobrar de Agro-negocios (CRA), una especie de bono de renta fija que se utiliza para financiar a productores o cooperativas agrícolas, y que está respaldado por la economía real. El propósito es financiar la producción, mayoritariamente orgánica, de arroz, maíz, leche, soja, jugo de uva y panela de siete cooperativas.
Esta práctica agroecológica del MST y el apoyo a la agricultura familiar son perspectivas de economías circulares, colaborativas y sostenibles en las que tiene sentido apostar.Por estas razones, basados en su práctica pastoral, en el Evangelio en el que creen y en el grito que escuchan continuamente, los Misioneros Combonianos en Brasil han decidido entrar también en este financiamiento y destinar parte de sus fondos a esta inversión.
Significado y perspectivas
“Esta adhesión es un primer paso que nos ayuda a reconocer hasta dónde nos falta llegar para realmar la economía a partir de nuestras propias prácticas”, afirman los misioneros combonianos. Y añaden, “Somos parte de una articulación ecuménica continental, la Red Iglesias y Minería, que está impulsando estudios, discernimiento y compromisos frente a una economía, rehén del extractivismo depredador y devastador”.
Las inversiones de las Iglesias pueden contribuir a alimentar o debilitar las economías de la muerte; la Campaña de Desinversión en Minería es una herramienta para sensibilizar a la vida religiosa y la opinión pública sobre las violaciones al negocio minero y el potencial simbólico y profético de un distanciamiento ético de estas corporaciones.
“El siguiente paso de nuestro compromiso será profundizar el control de nuestras inversiones y, posiblemente, orientarlas aún más hacia actividades productivas coherentes con nuestros valores. Nos sumamos, por ende, a las recientes iniciativas tomadas en este mismo sentido por los Misioneros Claretianos y Verbitas, así como a la propuesta de la Revolución Laudato Si lanzada por los Franciscanos y Jesuitas, y también con el Plan de Acción Laudato Si coordenado por el Dicasterio de Desarrollo Humano Integral del Vaticano”.
¡El camino es largo, pero esta iniciativa marca un evidente y progresivo despertar de la Vida Religiosa al paradigma de la Ecología Integral y de la Economía de Francisco y Clara!
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