Lo que ocurrió en el pasado ha dejado huellas, signos seguros de presencias que se han ido, pero que realmente estuvieron. Algo así como cuando la ola se retira y vuelven a aparecer en la arena las huellas de quien allí estuvo caminando. Celebrar, hacer memoria de lo vivido, revisar la historia que comenzó con ese evento, es volver a contemplar huellas tal vez olvidadas, pero que siempre estarán presentes.
De esta Pascua en adelante, mi vida será llena de celebraciones.
Era el 1 de Junio 1867, cuando Daniel Comboni fundaba en Verona el Instituto para las Misiones de África que, por ende, en este 2017 celebra 150 años de vida, de una historia llena de vicisitudes que llevaron a ser hoy los Misioneros Combonianos. Yo me integré a este Instituto de manera definitiva con los votos perpetuos hace 50 años, exactamente el 9 de septiembre de 1967. Tres meses más tarde era ordenando diácono y después de unas pocas semanas celebraba el primer bautismo; con el tiempo serán miles.
El 7 de Diciembre voy a cumplir los 75 años, edad para jubilarse aunque para nosotros esto no se dé; además, el 19 de Abril, serán 49 años de sacerdocio y mi grupo (éramos 42) comenzará el camino que nos llevará en el 2018 al jubileo de los 50 años. Estas fechas hacen reaparecer en la arena del tiempo huellas de eventos, satisfacciones, fracasos, errores y alegrías que carece sólo del último capítulo.
Una cosa es cierta y me consuela es que aprendí a orar sabiendo de ser escuchado aun cuanto no tuviera la respuesta que deseaba. Me gusta cómo lo cuenta una mama. Su hijito cada noche de Adviento le pedía a Jesús que le trajera una linda bicicleta con luces multicolores. La madre lloraba en silencio, sabía que no tenía los medios para hacer feliz a su hijo. La Navidad llegó, el niño corrió con entusiasmo hacia el árbol que sólo le ofreció unos dulces y un par de zapatos. Se paró de golpe y se quedó con la mirada inmóvil. ¿Lamentas que Jesús no te haya escuchado? le preguntó la mama. Pero sí Jesús me ha escuchado, contestó el chico. ¿Cómo sería eso? Reaccionó con sorpresa la mamá. Sí, continuó el niño, me escuchó y me ha dicho: "¡No!".
Haber empezado mi vida de sacerdote en la semana de la Pascua ha sido una bendición y una guía de viaje. "La muerte y la vida se enfrentan. El Señor de la vida estaba muerto, pero ahora vive triunfante", dice la liturgia católica. Jesús, en su resurrección, es el primogénito -aquel que abre la vagina, según el lenguaje bíblico-; quita la piedra del sepulcro y desde el seno de la tierra abre para toda la humanidad un nuevo camino de unidad: unidad de propósitos, de corazones, pero también de relaciones psicológicas y físicas que nos hacen uno en el único Dios. Un corazón abierto a la comunión universal no excluye nada ni a nadie. El creyente en la Pascua celebra un evento histórico, los que no lo son pueden celebrar lo que la Pascua significa como parábola viviente.
En la Pascua vuelven a aparecer las tradiciones -limpiar la casa, cocinar platos típicos, colorar los huevos, tal vez de rojo para propiciarse salud, intercambiar saludos y regalos-; pero uno se pregunta si el mundo, especialmente aquél que se dice cristiano, ha entendido lo que anuncia un "cuerpo" que resucita. ¿Cómo es entonces que existen la trata de seres humanos y el absurdo tráfico de órganos? ¿Las guerras, los desplazados, los muertos de hambre en los desiertos de Sudán?
"Desde hace 150 años, nuestro Instituto de los Misioneros Combonianos anuncia la victoria de la Vida sobre la muerte. Esta vida, que ha sido vendida a bajo precio, traicionada, condenada, clavada en una cruz y encerrada en la oscuridad de un sepulcro, ha encontrado la fuerza para resurgir y donarse a cada persona humana que se deja invadir por el amor incondicional de Dios. ¿Cómo entonces, también hoy la vida sigue siendo traicionada y vendida? Vivimos en un mundo donde los radicalismos parecen triunfar, donde no hay lugar para los empobrecidos y crucificados de la historia, donde se construyen muros y se destruyen puentes. Un mundo donde la economía del egoísmo y de la muerte crea deshechos de humanidad, en la búsqueda de un bienestar egoísta en el que nos volvemos incapaces de abrirnos al don que se hace bendición y viene fragmentado para ser compartido", escribe nuestro Consejo General en sus deseos de la Pascua.
Papa Benedicto en su mensaje Urbi et Orbi de 2010 pedía de superar las múltiples y trágicas expresiones de una cultura de muerte, para construir un futuro de amor y verdad. La resurrección debe llevar luz y fuerza a los líderes del mundo para que la actividad económica y financiera se centre en criterios de verdad, justicia y ayuda fraterna. "Casi sin darnos cuenta, nos volvemos incapaces de sentir compasión por el grito de dolor de los demás, no lloramos más ante el drama de los demás ni nos interesa preocuparnos de ellos, como si todo tuviera una responsabilidad ajena a nosotros, algo que no nos compete", repite el Papa Francesco.
Y allí está lo esencial de la misión de la Iglesia, de mi instituto y de mi vida, el mismo que pide volver a descubrir las huellas del evento inicial: Jesús. Jesús estaba empapado de un deseo, que Dios transformara el mundo, y una idea fija y una esperanza clara era el eje de su lucha: la sociedad tenía que orientarse por un nuevo camino, la gente reconstruir sus vidas desde los cimientos. Por ende, toda su acción estaba orientada a sacudir el corazón de quienes lo escuchaban, a llamar a la gente a cambiar de rumbo aunque esto significara ponerse en contra de los ricos, los satisfechos, los injustos, para que se derrumbara el poder de los privilegiados y la misericordia recuperara su prioridad.
Pascua no es sólo una fiesta cristiana, es un evento paradigmático para toda la familia humana. Pascua, evento histórico para el creyente, Pascua parábola de vida para todos, es esencial para caminar en la justicia. Pascua 2017, anuncio de que otro mundo es posible, un mundo donde gana la vida, un mundo en el que todos tengan esta vida en abundancia. Pascua, incluso para los no creyentes, es el anuncio de la victoria de la vida sobre la muerte, un llamado a hacer causa común con quienes son despreciados o rechazados, es la disponibilidad a dejarse invadir por la Vida de Dios para compartirla con los olvidados de la historia.
Celebremos la Pascua como Resurrección!
Deje un comentario