En el año 2000, la ONU realizó el Encuentro del Milenio; la declaración que siguió asumía 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (MDGs) para ser alcanzados en el 2015. Como el 2015 se acercaba, en la reunión de Río+20 (2012), el documento, “El Futuro que queremos”, quiso formular los Objetivos para un Desarrollo Sostenible, que continuaran los MDGs.
En el año 2014, un grupo abierto de la ONU propuso 17 Objetivos para un Desarrollo Sostenible (ODS) con sus169 metas, aprobados en el 2015 y llamados Agenda 2030. Después de 4 años, nos damos cuenta de la necesidad de adecuar las respuestas a “los dos gritos, de la tierra y de los pobres” (Laudato Sí n°49). La respuesta a estos gritos, y a la problemática del desarrollo sostenible, tiene que ser múltiple y dirigida a los distintos sectores de la sociedad. Necesitamos, entonces, aprender de la riqueza de las variadas y diferentes culturas, de su arte y su poesía, de su vida interior y también de su espiritualidad (LS, 63), ya que 8 de cada 10 personas en el mundo profesan una fe.
Este hecho representa un potencial inmenso de amor para responder al sufrimiento de la tierra y de millones de personas que no tienen acceso a una adecuada alimentación, a una vivienda decente, a un trabajo seguro y digno, y de aquellos que son afectados por el cambio climático. Las instituciones religiosas son ya una pieza clave para el desarrollo, en proveer educación, por estar, con su 12% cuantificable del capital invertido, en el cuarto lugar de los inversionistas del mundo, y en administrar un tercio de los servicios médicos del planeta. Por eso, la de los ODS es una óptica que ellas comparten por un espectro muy grande de razones (Véase Desarrollo Sostenible: Escuchar el clamor de la tierra y de los pobres).
No es una sorpresa, entonces, si desde el inicio del proceso de los ODS, 18 organizaciones religiosas católicas los percibieron como “una última vocación, un llamado que requiere una respuesta libre y responsable” desde todos los bautizados, más aún de los misioneros y religiosos, especialmente de aquellos que están acreditados ante la ONU. Ellos han caído en la cuenta que “la simple implementación de los ODS requiere un monitoreo independiente dentro de cada nación así como también dentro de las estructuras de la ONU”. Son mujeres y hombres, religiosos miembros de un conjunto de instituciones que han estado trabajando durante siglos para los ODS y afirman: “estamos bien posicionados para guiar a los líderes locales y globales hacia las realizaciones prometidas en la Agenda”.
Pablo VI, en su encíclica, sobre el Progreso de los pueblos (PP, 14) ya había subrayado que hablar de desarrollo humano significa tener presente a todos los pueblos – no sólo a unos cuantos – y a la totalidad de las personas – no sólo a su dimensión material. Esto implica una integración social y una conversión ecológica, como dice el papa Francisco, “Porque nosotros no podemos promovernos a nosotros mismos como seres humanos, fomentando el aumento de la desigualdad ni la degradación del medio ambiente”.
Después un año de reflexión y planeación, esas 18 congregaciones han iniciado “en 2017, la coalición de religiosos para la justicia (JCoR) uniendo sus voces y esfuerzos para aprovechar de esta oportunidad sin precedente”. La misión que tienen en común los miembros de la JCoR es mejorar la calidad de vida de las personas que viven en pobreza, de ahí que “La primera meta de la coalición es reforzar la colaboración entre nuestros miembros, tanto en su presencia a la ONU como alrededor del mundo, por un trabajo que vaya a las raíces, causas de la pobreza y de la destrucción del medio ambiente y que promueva un desarrollo sostenible”.
Esto implica el rechazo de modelos negativos y proponer caminos alternativos que nos comprometan a nosotros mismos a promover e implementar los 17 objetivos del desarrollo, basándolos en nuestros más profundos valores éticos y religiosos (Caritas in Veritate, 16-17). Por cierto, el papa Francisco nos recuerda, que “Proponer un diálogo inclusivo y también un desarrollo sostenible requiere al mismo tiempo reconocer que el desarrollo es un concepto complejo, muchas veces manipulado. Cuando nosotros hablamos de desarrollo, debemos siempre preguntarnos, ¿Desarrollo de qué? ¿Desarrollo para quién? Por mucho tiempo la idea convencional de desarrollo ha sido basada casi por completo al crecimiento económico”, y en los índices del producto interno bruto (PIB). “Esto ha arrastrado el sistema económico moderno hacia abajo, sobre una peligrosa ruta donde el progreso es juzgado sólo en términos de crecimiento material”, y el medio ambiente es explotado irracionalmente al igual que el ser humano .
Por eso, damos la bienvenida a la JCoR con su trabajo “hacia el compartir la meta de coordinación nacional, regional y de los esfuerzos globales de los Religiosos para llamar a sus líderes locales y nacionales a una justa y equitativa implementación de los ODS, basados en los derechos humanos”.
En el 2019, la JCoR está facilitando una serie de talleres en América Latina y el Caribe, en África del este y en la India. En los meses siguientes los participantes en los talleres trabajarán juntos en la planeación para realizar acciones colectivas dirigidas a los asuntos escogidos. Sus esfuerzos van a ser reforzados por acciones en la misma línea de sus representantes a la ONU, en Nueva York. La esperanza es, en este comienzo, que la JCoR logre mejorar la colaboración entre los Religiosos que trabajan con las organizaciones de base y sus representantes en la ONU y que, en los años por venir, sus actividades se extiendan a todas las comunidades religiosas presentes en los variados rincones del globo.
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