A la hora de mirar hacia otro lado, siempre hay buenas razones. Y además, ¿no vivimos en la época de las comisiones de investigación que acaban en una pecera, de los grupos de presión que, en nombre de buenas causas que defender, "consumen" sumas considerables de dinero que habrían merecido mejor uso...
Hay un país del que una vasta provincia está siendo invadida por rebeldes apoyados por un país vecino... Donde, tras dos décadas de presencia ininterrumpida, los Cascos Azules son impotentes y se contentan con contar los muertos... Un país donde se despliegan milicias islamistas abiertamente aliadas de Daesh, que reclutan a jóvenes desempleados para convertirlos en combatientes y enviarlos a cortar cabezas de civiles...
Un país tan vasto como Europa Occidental y amenazado de implosión... Un país donde la clase dirigente se ‘come’ impunemente el 68% del presupuesto del Estado y es incapaz de pagar regularmente a los militares o a los profesores... Un país de 100 millones de habitantes que ha sido calificado, según la época y el orador, de ‘escándalo geológico’, de ‘pulmón del planeta’ o de ‘país solución’, pero que está siendo metódica o anárquicamente expoliado por multinacionales, por vecinos voraces, por aventureros de todo tipo y por sus propios políticos electos que ahora se presentan de nuevo a las elecciones....”. Es el grito de la periodista belga Colette Braeckman, publicado por Le Soir el 9 de enero 2023 con el título Ah oui, le Congo, presque oublié…
“A la hora de mirar hacia otro lado, siempre hay buenas razones. Y además, ¿no vivimos en la época de las comisiones de investigación que acaban en una pecera, de los grupos de presión que, en nombre de buenas causas que defender, ‘consumen’ sumas considerables de dinero que habrían merecido mejor uso...”.
"En el momento en que otros pueblos se preparan para entrar en el tercer milenio en espíritu de creatividad, de construcción, de solidaridad, de fraternidad y de lucha por la dignidad humana, fuerzas negativas, locales y extranjeras, nos hunden en una miseria sin nombre – escribía hace ya veinte años Mons. Sikuli obispo de Butembo-. Nuestras iniciativas de desarrollo están paralizadas; nuestros recursos son vendidos y saqueados; la inseguridad es generalizada; la vida comercial está desestabilizada; el terrorismo, la violencia, el odio y la criminalidad son fomentados; la anarquía y la arbitrariedad han alcanzado un nivel intolerable; pueblos enteros son destruidos y personas inocentes masacradas; niñas y mujeres son violadas impunemente; pueblos enteros son expulsados de sus tierras y se convierten en refugiados en su propio suelo".
La vida cotidiana está lejos de la alegría y la libertad, y aplastada por la opresión. “Potencias extranjeras, con la colaboración de nuestros hermanos congoleños, organizan guerras con los recursos de nuestro país. Estos recursos, que deberían servir para nuestro desarrollo, para la educación de nuestros hijos, para curar a nuestros enfermos, para que podamos vivir de una manera más humana, se utilizan para matarnos", escribía Monseñor Kataliko su predecesor.
Y hoy, desde ya veinte años, los congoleños son encadenados, azotados, torturados. Se les desprecia, se les priva de los derechos elementales a vivir, a trabajar, a saber, a pensar, a expresarse, a amar. Las mujeres y las jovencitas son violadas; los supervivientes vagan en los alrededores de Goma, Maboya y Eringeti. Las noches son de terror que imponen los militares nacionales y extranjeros, los días trascurren en la pobreza producida solo por la ocupación. Los hospitales sin medicinas, la gente silenciada, tras una máscara de libertad que sus autoridades exhiben en la ONU. ¡Una democracia impuesta por las armas, una injusticia definida por ruandeses o ugandeses!
“En otra época que la nuestra, protestaríamos contra las violaciones de mujeres, rechazaríamos el destino de los niños en las minas, boicotearíamos los minerales cuya explotación salvaje envenena campos y ríos, denegaríamos los visados a los políticos corruptos, se cuestionaría el paso en las fronteras de valijas diplomáticas repletas de billetes verdes”. De tener valentía y conciencia de la realidad, “estaríamos haciendo campaña por el Congo, saldríamos a la calle para denunciar la brutalidad del saqueo” y “para que cesaran las guerras y las depredaciones de todo tipo... Pero está Ucrania, está el precio del gas y del petróleo, la inflación, el clima, los grandes juicios.”, concluye la Braeckman.
A uno le daría ganas de aplaudir estas palabras si no fuera que el artículo no menciona a los congoleños, de los que viven à Butembo, cuando desde hace meses resuenan en nuestros corazones palabras que desafían. "No tengo miedo de los gritos de los violentos, sino del silencio de los justos" (Luther King). “¿Qué haces con tu hermano? ¿Qué haces por tu hermano?” (Papa Francisco).
Y nos hemos dado cuenta: Butembo necesita denuncias pero también de algo más, de una revolución moral y social no violenta.
Y hemos decidido: "Esto es a lo que estamos llamados hoy, y esto es lo que queremos empezar juntos hoy". Era la invitación que resonó en la reunión del 19 de enero de 2023, a la que asistieron 55 representantes de 14 iglesias, de una docena de movimientos de inspiración cristiana y religiones tradicionales, y de organizaciones de la sociedad civil que se habían presentado espontáneamente. Sólo faltaba el representante musulmán, cuya invitación se había perdido por el camino. Estaban todas las fuerzas vivas de Butembo, dispuestas a dar una respuesta a la inseguridad política y militar que asfixia la vida económica y social y la arrastra a una espiral de violencia.
La visita del Papa Francisco a la República Democrática del Congo ha devuelto el sufrimiento de este pueblo a la primera plana de los periódicos y de los medios de comunicación. Pero la compasión sólo sirve para ocultar la ignorancia y la hipocresía sobre las causas de una tragedia, esencialmente políticas, fomentadas desde hace 30 años por el presidente ruandés Kagame (y su homólogo ugandés), que uno de los generales de su antiguo gabinete, también tutsi, califica de killer minded, mentalidad asesina.
Detrás de estas políticas, el International Crisis Group (ICC) en su último documento, A Dangerous Escalation in the Great Lakes (Una peligrosa escalada en los Grandes Lagos), revela, aunque en lenguaje diplomático, la gran causa de la inestabilidad en el este del Congo: la codicia de Ruanda y Uganda por los enormes recursos de tierras raras con los que se hacen aliados a los intereses occidentales y no occidentales. "Debido a su riqueza mineral, la RD del Congo desempeña un papel estratégico en el tablero económico internacional. Además de los diamantes y el oro (que ocupan el cuarto y el decimosexto lugar respectivamente en términos de producción), el Congo es estratégico por el cobalto, el cobre y el coltán (columbo-tantalita), tres minerales que apuntalan la transición energética y tecnológica. Cobalto para la producción de baterías, cobre para la producción de material eléctrico, coltán para los componentes electrónicos" (Francesco Gesualdi in Avvenire, 28 gennaio 2023).
Para no perder este mercado, los países occidentales vuelven los ojos hacia otro lado, como acusa Colete Baechman, y lo hacen estúpidamente. Kagame desaparecerá algún día, y quizás antes de lo previsto, pero no los recursos minerales del Congo. ¿Con qué valor y a qué condiciones se pedirá a los congoleños que restablezcan el tan necesario mercado de las tierras raras?
El International Crisis Group señala algunas cosas importantes. Estados Unidos, "el 5 de enero pidió a Ruanda que retirara sus tropas del territorio congoleño", mas en vano. Aunque no se haya llegado a una "guerra abierta, la situación es calamitosa y requiere atención internacional urgente". Los últimos combates están provocando cientos de miles de desplazados. Los combates están exacerbando las tensiones entre comunidades, y la población ruandesa del Congo ya está soportando el peso de la ira popular". Y por último, "el conflicto con el M23 ha desviado recursos de los esfuerzos por contener a los mortíferos yihadistas de las Fuerzas Aliadas de Defensa en las provincias de Ituri y Kivu Norte, y un resurgimiento de la violencia entre milicias étnicas en torno a la ciudad de Bunia, en Ituri".
Una reflexión es especialmente importante: la explosión democrática en Ruanda -y en Burundi- y la pobreza del subsuelo, tan fuerte como su riqueza agrícola, son dos problemas para las ambiciones de Kagame. Su régimen sólo puede vivir forrajeando donde las potencias internacionales con las tierras raras que roba al Congo. Su población - 13 millones de habitantes en un país de 26.338 km², serían 130 millones en España - con un crecimiento exponencial (0-14 años: 40,98 %, 15-64 años: 56,53 % de la población) es una bomba de tiempo para el régimen.
He vivido ocho años en Burundi y conozco bastante bien Ruanda. Viajando de Butembo a Goma y a las zonas fronterizas, contemplando las ricas zonas agrícolas poco pobladas pero en el centro del conflicto, es imposible no estar de acuerdo con los especialistas de RFI y de la Conferencia Nacional de Obispos del Congo: la balcanización está en el horizonte. La respuesta a la explosión demográfica de Ruanda, sin embargo, no conducirá a una salida pacífica hacia el país vecino. El impulso de la política agresiva y violenta digna del killer minded Kagame conducirá, según su antiguo jefe de gabinete ahora refugiado en Estados Unidos, a un río de sangre aún más impetuoso que el que Kagame fomentó en 1994 ‘gracias’ a las innumerables provocaciones de su ejército invasor. Con buena paz de lo que piensan los expertos. Seguirán siendo los pobres quienes sufran. Pero a la larga los países occidentales se quejarán de lo que ocurrirá, como ahora con la guerra de Ucrania, no por razones humanitarias sino por su miopía económica. Los ruandeses sólo esperan deshacerse de Kagame, y los congoleños recuperar la posesión de los recursos naturales que tanto aprecian y necesitan los países que apoyan a Kagame.
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