El mundo está en marcha en números nunca antes vistos. ¿Qué debe hacer un país occidental rico? Vamos a ver este asunto desde ángulos ligeramente diferentes.
En la portada de la revista Time está la famosa imagen de una niña llorando, superpuesta sobre un fondo rojo con el presidente Trump mirándola desde arriba-abajo. El titular: “Bienvenida a los Estados Unidos”.
Por supuesto, Trump no estaba allí cuando se tomó la foto: ella y su madre, una inmigrante ilegal, fueron detenidas en la frontera con Texas el 12 de junio y puestas bajo custodia. Time inicialmente informó que fueron separadas según la política de la administración Trump. Sin embargo, no lo fueron, a la madre tan solo se le dijo que baje un rato al suelo a la niña para que la registren. Independientemente de la corrección de Time, la imagen sigue siendo la de una niña exhausta y posiblemente aterrorizada: es la cara de una crisis migratoria que, para muchos, refleja las inequidades del capitalismo y la inhumanidad de la política inmigratoria de los Estados Unidos.
Sin embargo, hay más en esa historia. El padre de la niña dice que la familia es de Honduras y que tiene otros tres hijos. Según él, la madre se fue con la niña sin decirle nada a nadie y quizás pagó alrededor de 6.000 dólares a un traficante de personas. Esta era la segunda vez que la mujer intentaba llegar a los Estados Unidos. “No tengo ningún resentimiento por mi esposa”, dijo el hombre, “pero sí creo que fue irresponsable de su parte llevar en brazos a un bebé porque nunca se sabe lo que podría pasar”.
¿Irresponsable o desesperada? ¿Acto criminal o legítimo? ¿Migrante o refugiado económico? Uno puede ser todo eso con escasa contradicción. Una persona desesperada a menudo actúa irresponsablemente; cualquier persona que infringe la ley para ayudar a sus hijos, merece ser perdonada; la línea entre huir de una opresión o de la pobreza es muy delgada.
Y la imagen de una niña angustiada cuenta bastante por sí misma porque dice que allí hay algo que no anda bien y que se necesita un cambio. ¿Pero qué, precisamente? ¿Somos los católicos preparados para enfrentar las complejidades morales del mayor desafío al que se enfrenta nuestra generación?
Dejamos de lado todo lo que se piensa o se sienta acerca de la inmigración y todo se reduce a esto: el mundo está en marcha en números nunca antes vistos, y no necesariamente por las tradicionales razones de hambruna o guerra.
Esas cosas tienen mucho que ver con eso, claro. Honduras, por ejemplo, es de verdad un país horrible, caracterizado por la pobreza, el crimen, la corrupción y una alta tasa de homicidios. Pero en muchos casos, las personas hoy se están yendo porque la tasa de pobreza absoluta se ha en parte reducido y pueden darse el lujo de hacerlo. Los teléfonos móviles e Internet facilitan la migración; y redes que se aprovechan del tráfico de personas han brotado en los desiertos y en los océanos.
¿Qué debe hacer, entonces, un país occidental rico? La respuesta cristiana parece obvia, “dejar que todos entren”, pero no es tan fácil como parece. Los hombres de estado también demócratas son elegidos no para encarnar a Cristo sino para representar a los votantes, y el peso de la opinión pública hoy se inclina hacia la demanda de mayores controles. Esto podría no ser santo, pero es racional y razonable. La inmigración tiene un efecto demostrable en los salarios, el crimen y la identidad cultural. No es ni tonto ni fascista observar que si un grupo de personas llega a un país en gran número, es probable que con el tiempo la idiosincrasia de aquel país cambie.
La respuesta, incluso por parte de políticos moderados, puede ser miedosa y trágica. Por ejemplo, la separación de menores de sus padres, pudo haber ocurrido también bajo Obama. De hecho, Obama, el Sr. Liberal, tiene el récord de deportaciones oficiales: 435.498 en 2013. Obama abrió las puertas de los centros de detención familiar privados. Obama aplicó una investigación más estricta a los inmigrantes de ciertos países. Obama puso fin a la política que permitía a los refugiados cubanos ingresar a los Estados Unidos sin visados. ¿Y cuánto no contribuyó Obama a los conflictos que pusieron a personas sobre el camino del exilio?
Durante la controversia sobre la separación de los niños de sus padres, me provocó ver a Samantha Power atacando a Trump por Twitter. La Sra. Power fue una de las personas que más influyeron detrás de las cortinas para que Occidente interviniera en Libia, lo que llevó a la destrucción de este país y a lanzar a miles de personas en las rutas del Mediterráneo.
En última instancia, ya sea que uno bombardee niños, los separe de sus familias o deje que se ahoguen, todo conduce a la misma imagen de un Occidente confundido que causa miseria no importa lo que intente hacer.
La lección de Australia parece ser que medidas enérgicas contra la inmigración ilegal reduce los desastres inmediatos porque disuade a las personas de arriesgar sus vidas. Por supuesto y en primer lugar, esto no alivia la miseria que los lleva a tomar ese riesgo. En resumen, por lo tanto, no veo una respuesta satisfactoria a este gran movimiento migratorio, sino solo la profecía de una crisis. Si los occidentales queremos que nuestro mundo siga siendo tan cómodo y liberal como lo es, bien podremos tener que protegerlo, pero a costa de renunciar a ese espíritu cristiano que lo convierte en el tipo de lugar al que la gente quiere huir. Yo no confió en Trump ni en sus métodos, pero es de reconocer que él ha identificado y explotado un dilema ineludible.
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