Durante tres días, del 2 al 4 de noviembre, se celebró en la Ciudad de México el octavo Foro Social Mundial de Migración (FSMM). El objetivo era coordinar acciones en el marco del Pacto Mundial para las Migraciones de las Naciones Unidas (ONU), una iniciativa que pide que todos desempeñen su papel con acciones concretas en favor de los migrantes
En contraste con la atmósfera de celebración eufórica y la tendencia auto-referencial de "hablar de uno mismo con los suyos" del Foro Social Mundial (FSM), en varios eventos se pudo notar la seriedad del análisis, la contribución de historias verdaderas y trágicas, de resiliencia y de lucha contra la "cultura del desperdicio", más allá de ideologías y partidismo. La imagen de la caravana de migrantes que se trasladan desde América Central a los Estados Unidos se proyectaba sobre cada discurso e intervención.
Este sobre la migración es uno de los foros temáticos que se alternan con el FSM y cómo este estuvo abierto a la participación de organizaciones no gubernamentales (ONG), organizaciones populares y sindicales, grupos religiosos y culturales, entidades académicas y estatales. En este caso, la atención se centraba en las cuestiones de la migración.
En estos eventos "abiertos", los aspectos positivos y negativos se entremezclan. Ante un problema como las migraciones, capaces de socavar y derribar gobiernos, la falta de participación, no más de unos cientos de personas, la falta completa de información sobre el evento en una gran ciudad - 25 millones – como México, son signos negativos difíciles de interpretar. Además, cuando van acompañados, como sucedió una vez más, por la ausencia casi completa de África, uno de los epígonos de las migraciones porque África no solo es una fuente de emigrantes intercontinentales, sino es también un anfitrión; piénsese solo en Uganda y Kenia donde se concentran millones de refugiados de los vecinos países. Una cierta desorganización (eventos que se superponían y otros que eran cancelados al último momento, salas sin herramientas adecuadas y retrasos crónicos) se vio amortiguada en parte por la participación reducida y el número reducido de eventos, algunas decenas, en parte por el hecho de que el evento se llevó en un solo edificio y la acogida muy "mexicana" compensaba la falta de información.
El Foro se desarrolló en torno a 7 polos temáticos: Derechos humanos, laborales y sindicales; Inclusión, hospitalidad y movilidad; Realidad de las fronteras, muros y barreras; Resistencias, actores, movimientos y acciones; Crisis del capitalismo y consecuencias sobre la migración; Migración, género y cuerpo; Derechos de la Madre naturaleza, cambio climático y migración; Comunidades transnacionales y población migrante.
En los tres días del Foro, sobre estos polos, se realizaron actividades y talleres: Por un mundo sin muros, desde México hasta Palestina; Fronteras de la muerte, fronteras de la solidaridad; Salud mental, física, mental y social del migrante; Centros santuario; Globalización de las fronteras y resistencia de los pueblos; Movilización ciudadana y sensibilización a favor del migrante.
Aun con sus límites, el FSMM resultó fructífero en indicaciones y reflexiones.
Impactó, por ejemplo, el espacio otorgado a la Iglesia en la persona del Subsecretario para migrantes y refugiados del Dicasterio Vaticano para el Servicio de desarrollo humano integral, el Padre Michael Czerny, relator al Foro de un mensaje del Papa Francisco, cuyas palabras en favor de los derechos de los migrantes se repiten claras y fuertes: "La transformación positiva de nuestras sociedades, dice el mensaje, comienza con el rechazo de todas las injusticias que hoy se justifican con la ‘cultura del desperdicio’, una enfermedad ‘pandémica’ del mundo contemporáneo". El primer paso hacia la justicia social es dar voz a los 'sin voz', y "entre ellos hay los migrantes, los refugiados y las personas desplazadas por la fuerza, quienes son ignorados, explotados, violados y maltratados en el silencio culpable de muchos". Fue un reconocimiento de la contribución de la Iglesia, no solo para una correcta lectura del fenómeno, sino también por el compromiso de servicio a los migrantes que, como se ha enfatizado repetidamente, son personas, son los sujetos centrales del fenómeno y deben ser escuchados en sus motivaciones y esperanzas, en sus expectativas y disponibilidad. Darle voz al migrante como sujeto sacaría a la luz ciertas hipocresías internacionales.
Por ejemplo, la industria de armas que gana dinero financiando no solo las guerras que causan las migraciones, sino también vendiendo los instrumentos de control de fronteras contra los flujos migratorios que han causado. El modelo de control de fronteras de Israel para mantener a raya a los palestinos se convierte así en el modelo en el que muchas naciones se inspiran. Las exportaciones mundiales de armas a Oriente Medio desde 2006-2016 han aumentado en un 61% hasta alcanzar los 82.000 millones de euros y, para los programas de control de fronteras, la UE entre 2004 y 2020 está gastando unos 4.500 millones de euros. La industria europea para la seguridad fronteriza está de hecho, dominada por las grandes industrias de armamento Aibus, Finmeccanica, Thales y Safran.
Las multinacionales. Con sus actividades mineras, acaparamiento de tierras, apropiación indebida de materias primas sin siquiera pagar impuestos y aranceles, causan migración y desplazamiento. Un caso típico se da en Mesoamérica. Con el acuerdo de 2014 entre los presidentes Peña y Obama, empresas internacionales, financiadas por los Estados Unidos, se instalaron en las llamadas Zonas Económicas Especiales, provocaron el éxodo de los mexicanos y "dieron la bienvenida" a los inmigrantes hondureños, guatemaltecos y salvadoreños por ser fuerza laboral barata, convirtiéndose en la frontera sur de los Estados Unidos. Trump amenaza con suspender el financiamiento porque esta frontera sur ya no está funcionando. Es el mismo modelo de Europa (y de Italia) que quisiera mover sus fronteras hacia el sur para que se correspondan con la Libia y los países del norte de África. Un ejemplo de ello es el acuerdo entre la Unión Europea y la Turquía.
Las migraciones siempre han existido; esta caravana, sin embargo, reúne en un grupo a personas pobres y de diferentes edades, mujeres y niños que, según algunas estimaciones, oscilan entre 7.000 y 10.000 unidades. Es un éxodo que involucra a naciones de Centroamérica (Honduras, Salvador, Nicaragua y Guatemala), con la intención de llegar a los Estados Unidos, símbolo del capitalismo. Ya no es un hecho coyuntural - estas migraciones se han dado durante décadas -, sino estructural, magnificada por la propia crisis del capitalismo y lleva un mensaje: detener estos flujos migratorios es un mito útil solo a los populistas de turno para sus ilusorias promesas electorales, para transformar al migrante en una mercancía de negociación política convirtiéndolo en víctima del crimen organizado, del tráfico de personas y de grupos que lo explotan con fines ideológicos, políticos e incluso económicos.
Muchas organizaciones de la sociedad civil trabajan en diferentes niveles por los derechos de los migrantes. En muchos casos, falta la capacidad de coordinar, establecer redes y combinar esfuerzos para abogar de manera efectiva con los gobiernos nacionales e instituciones internacionales. Además, hay sin duda un conjunto de regulaciones que protegen al refugiado político, menos para los exiliados a causa de las guerras, pero no existe ninguna regulación legal a nivel local e internacional para las migraciones de tipo económico y para las causadas por el cambio climático. El Pacto Mundial por la Migración (Global Compact for Migration) que la ONU propone para su discusión y aprobación en la inminente reunión internacional en Marrakech (Marruecos) los días 10 y 11 de diciembre, se auto-describe en su introducción, como "acuerdo negociado intergubernamental preparado bajo los auspicios de la ONU que cubre todas las dimensiones de la migración internacional de una manera global". En el FSMM se resaltaron los aspectos positivos, pero también se levantaron voces críticas. A muchos les parece un esfuerzo por regular el problema sin querer resolver sus causas. No se quiere dar valor a la afirmación de Juan Pablo II retomada por el Papa Benedicto: si la migración es un derecho y la acogida del migrante un deber, primero viene el derecho a quedarse y regresar a donde uno quiere vivir, en su propia casa, en su tierra, en su propio país; y antes viene el deber de contribuir al progreso en libertad de su familia y de su país.
Ya en 1995, un largo dossier de Le Monde Diplomatique advertía sobre el deslizamiento continuo del "poder" de la política a la economía, que se completa hoy cuando el poder de la "política", la democracia del pueblo, està pasando a las finanzas y las finanzas de las armas.
En su mensaje, el Papa habla de una migración segura, ordenada y regular, con propuestas concretas indicando cuatro acciones: "acoger, proteger, promover e integrar". Quizás deberíamos agregar la necesidad de garantizar el primer derecho, el de no migrar, es decir, “permanecer, sentirse seguro, progresar, ser uno mismo”. Sin este derecho básico, la migración forzada siempre será una violación de la dignidad de las personas y el artículo 13 de la Declaración de los Derechos humanos - 1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.2. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país - no será nunca respectado.
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