¿En el continente africano, se está asistiendo a un retroceso democrático en camino? La pregunta que ha estado circulando en los diversos think-tanks internacionales durante algún tiempo ha encontrado respuestas de varios tonos y es retomada por el mensual Africa e Affari.
La pregunta circula porque entre jefes de Estado que buscaban un tercer mandato, voces que gritaban obre presuntos y reales golpes de Estado (exitosos o no), el 2021 no ha sido ciertamente parco en tensiones. Y 2022 también parece querer seguir por el mismo camino: en enero en Burkina Faso, los militares pusieron fin a la experiencia de Roch Marc Christian Kaboré, mientras apenas una semana después, a principios de febrero, un intento de golpe de Estado, de contornos todavía mal definidos, se daba en Guinea Bissau.
Se han dado varias respuestas - recuerda Africa e Affari - a la hipótesis de democracias africanas vacilantes. Los datos disponibles, por ejemplo, dicen que sí, en el continente africano, la democracia ha dado paso a un número más consistente de formas de autoritarismo. Y la zona más afectada por este fenómeno es sin duda el Sah-él. Guinea, Mali, Burkina Faso son los tres países que han estado bajo el foco de atención de la comunidad internacional. Si luego añadimos Chad (donde, tras la muerte del presidente Idriss Deby Itno, asesinado a tiros, el control del país pasó a su hijo Mahamat) y el Sudán del general Abdel Fattah al-Burhan, el panorama es más completo y al mismo tiempo más inquietante.
La American Freedom House ha tratado de dar una consistencia numérica a estas opiniones: en el ranking de 210 países ordenados según libertades civiles y políticas internas que contiene su último informe de 2021, solo ocho países del África subsahariana aparecen en la columna de los países libres. Entre ellos, los más significativos son Ghana y Sudáfrica, los otros son estados insulares o naciones de baja densidad demográfica como Namibia y Botsuana.
Tamizando el informe, sin embargo, el dato más emblemático es el de la tendencia: porque junto a la columna de países libres y países en el limbo de los parcialmente libres, hay 20 países que en 2021 han sido clasificados como no libres. Si consideramos que en 2006 eran 14, tenemos una idea del rumbo tomado.
Diversos analistas interpretan este retroceso como un fenómeno relacionado con la pandemia y por tanto con sus efectos económicos y sociales, con la incapacidad de los gobiernos para responder a las necesidades de sus poblaciones (de ahí la expansión del extremismo armado), con las culpas de un Occidente aún con las manos en la masa, acusado de servir a sus propios intereses tejiendo relaciones con ejecutivos corruptos y depredadores, y con las sirenas de nuevos actores como China, que presenta soluciones de desarrollo aparentemente más adecuadas.
En definitiva, parece que África, como otras zonas del mundo, busca nuevas estructuras simplemente porque los sistemas puestos en marcha hasta ahora (y estamos a sesenta años de la independencia) no han dado los resultados deseados. Y esto es lamentablemente cierto.
Pero hay algunas luces. Hay países, no solo el tantas veces mencionado Ghana, donde las instituciones democráticas están funcionando: en Liberia y Sierra Leona, las últimas elecciones han conducido a cambios pacíficos de gobierno; en Kenia y Malawi el poder judicial se ha mostrado firme frente a los abusos del poder ejecutivo; en Zambia, los intentos de subvertir las instituciones democráticas han sido bloqueados en las urnas.
¿Es esto un contrapeso suficiente? No. Pero, concluye el editorial Africa e Affari, es un indicador importante: la democracia en África funciona si hay un liderazgo adecuado, socios internacionales sinceros y un desarrollo compartido por todos en el país.
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