En su último libro, ‘El imperio zombi’ (Galaxia Gutenberg, 2024), Mira Milosevich, investigadora del Real Instituto Elcano y profesora de Relaciones Internacionales en IE, profundiza en las causas que han llevado a Rusia a hacer de la agresión hacia sus vecinos y la confrontación con Occidente los ejes de su política exterior. Hablamos con ella sobre esta y otras tensiones, aspiraciones y alianzas que en estos momentos bullen en el tablero geopolítico mundial. Entrevista
Coinciden en el tiempo dos conflictos armados muy enconados: la guerra en Ucrania y el conflicto palestino-israelí, que se ha complicado con el ataque de Irán a Israel. ¿Hay alguna interconexión entre ambos?
Son dos guerras muy diferentes por distintas razones, pero tienen tres puntos en común. El primero es que Estados Unidos está compartiendo armas e información de inteligencia tanto con Israel como con Ucrania. El segundo es que Irán está armando a Hamás, a Hezbollah, a los hutíes y a diferentes grupos en Siria, Irak y Pakistán, que atacan a Israel. Y el tercer punto común, y quizás el más importante desde el punto de vista de la geopolítica, es que tanto Irán como Rusia son dos potencias revisionistas que pretenden socavar el poder de Estados Unidos como líder de un bloque de democracias liberales. Perciben que Washington les impide convertirse en potencias hegemónicas en su propia región.
Rusia continúa una carrera para recuperar territorios que pertenecieron a la antigua Unión Soviética y, por otro lado, la OTAN está incorporando nuevos miembros: Suecia, Finlandia y, posiblemente, Ucrania. Mientras tanto, Polonia se ofrece para albergar armas nucleares. ¿Estamos yendo hacia una nueva guerra fría?
La guerra fría, propiamente dicha, es de contención, de disuasión, y hoy día podría aplicarse a la relación entre Estados Unidos y China, que son las dos grandes superpotencias. Rusia no es una gran potencia ya, sino un actor revisionista. En mi opinión, una expresión más atinada sería Gran Juego 2.0. El gran juego es la expresión con la que Kipling se refería a la rivalidad entre el Imperio británico y el Imperio ruso zarista en el siglo XIX por la influencia en Asia Central, en Afganistán, en India y en todo el Oriente Medio. Para tener esta visión global, uso la expresión de Gran Juego 2.0, que es una partida en la que participan muchos más territorios, muchos más actores, y por supuesto en él entra todo lo que has mencionado.
En El imperio zombi defines a las potencias revisionistas como aquellas que no están satisfechas con el lugar que se les ha asignado en el actual orden internacional. ¿Cuáles son los países que se ajustan a esa definición en estos momentos? ¿Son todos ellos una amenaza para otros países?
Por una parte, tenemos a Rusia, China o Irán, a los que yo defino como post imperios euroasiáticos, que justifican sus ambiciones actuales con su legado imperial, porque quieren convertirse en actores hegemónicos en sus regiones y dominar a sus vecinos. Pero también tenemos países como la India o Turquía, por mencionar dos, que realmente creen que no tienen el papel que merecen en el orden liberal internacional, pero no pretenden dominar a sus vecinos. La India más bien quiere contener a China. Y Turquía (pensemos que el Imperio Otomano se extendía por todo el Mediterráneo) no tiene una intención clara de ser un actor hegemónico en la región. En cuanto a Rusia, hay hacer una puntualización: no tiene recursos económicos para mantener lo que fue. No quiere repetir la Unión Soviética porque no puede, pero sí quiere mantener su influencia. Quiere decidir la política exterior y de seguridad de las exrepúblicas soviéticas, y eso supone tratar de impedir que entren en la OTAN o en la Unión Europea.
Una de las tesis de tu libro, es que, con Putin o sin Putin, Rusia habría querido reeditar ese pasado influyente y que ese afán nacionalista imperialista es más fuerte y profundo que los sistemas ideológicos como el comunismo o autocracias como la de Putin.
En el siglo XIX, cuando en Europa se empiezan a crear los Estados-nación, Rusia fracasó en los intentos de crear el suyo. La última oportunidad fue durante los años 90, cuando Yeltsin intentó convertir un imperio en un Estado-nación. Esto suponía pasar de un sistema político de un único partido a uno multipartidista, de una economía estatalista a un modelo capitalista y de una identidad imperialista a una identidad nacional normalizada. Esta era una tarea titánica y no es raro que Yeltsin fracasara. No se puede cambiar rápidamente lo que ha durado cuatro siglos. Rusia construyó un imperio expandiéndose y ahora mantiene con las ex repúblicas soviéticas –que eran también parte del imperio zarista– un vínculo histórico, lingüístico, religioso, tradicional… Por ejemplo, el ruso todavía es el idioma oficial de hacer negocios, incluso en países bálticos, que odian a Rusia, pero allí todo el mundo habla ruso. Es más fácil intentar ejercer la influencia pos imperial, porque hay vínculos muy sólidos que siguen allí.
Si entendemos por Putinismo esa especie de nacionalismo revisionista con afán imperialista, ¿seguirá existiendo una vez que desaparezca Putin biológicamente o políticamente del escenario?
La tesis principal de mi libro es que intentar explicar con la figura de Putin todo lo que ocurre en Rusia es un simplismo que no funciona. Por ejemplo, Lukashenko es un dictador al estilo de Putin, pero no intenta conquistar exrepúblicas soviéticas. Ahí hay un legado imperial que no se puede explicar solo porque exista una persona como Putin. Por lo tanto, yo creo que habrá putinismo después de Putin, y puede ser incluso más nacionalista y más radical, como hemos visto en figuras como la de Yevgeny Prigozhin.
Entonces, ¿la democracia tiene alguna posibilidad en Rusia?
Las democracias tienen mecanismos para cambiar gobiernos, los regímenes no. Un cambio de régimen solo viene a través de un golpe de Estado militar o una revolución. Una revolución es posible, pero yo no la veo probable ahora porque los rusos han tenido dos durante el siglo pasado y están muy cansados de cambios tan radicales. Además, Putin tiene un gran apoyo. Así que yo en el futuro veo en Rusia más Putinismo, más radical o más suave. Más suave en el sentido que le puede suceder un tecnócrata como (Mijaíl) Mishustin, que es el primer ministro. Pero eso no se sabe. Putin por ahora no ha dado ninguna pista de lo que podría pasar ni ha nombrado un sucesor. Tiene buena salud, a pesar de que se habla mucho de lo contrario. Así que yo no creo que pueda haber un cambio rápido.
China es un actor que, por un lado, ampara a Rusia en las votaciones en la ONU y ayuda a difundir el discurso de Putin, pero, por otro, tiene una hoja de ruta muy diferente que consiste en convertirse en primera potencia mundial en torno a 2050 por la vía del comercio. Es otro estilo de expansionismo.
Sí, es completamente otro estilo. Y la nueva guerra fría entre Estados Unidos y China va a ser bastante diferente respecto a la del siglo pasado. China no usa la fuerza militar convencional, al contrario, la rehúye. Su mejor baza es la paciencia estratégica, pero tiene objetivos muy claros a largo plazo. La nueva guerra fría se libra en el campo de la tecnología porque ese es el factor más importante de la economía contemporánea. Fíjate como Washington ha prohibido a las empresas estadounidenses colaborar con las chinas: ha marcado realmente el territorio de esta batalla de la nueva guerra fría. Estados Unidos, en términos de poder, sigue siendo la potencia que más dinero invierte en la industria militar y que contribuye más al PIB mundial… Y, sin embargo, está perdiendo influencia. Y es que el poder y la influencia no son siempre lo mismo. En lo que coinciden China, Rusia, Irán o India es que apuestan por un orden mundial multipolar.
Y en este nuevo orden mundial al que nos encaminamos, ¿Europa tiene claro su papel o hacia dónde quiere ir?
En I+D (Investigación y desarrollo), Europa no tiene capacidad de competir con las empresas estadounidenses o chinas. Ha reducido su dependencia de la energía rusa, pero ha aumentado su dependencia tecnológica de China y de gas licuado de Estados Unidos. Se ha dicho mucho que Europa ha tenido dos timbrazos de despertador: uno ha sido la pandemia y otro la guerra de Ucrania. Pero una cosa es despertar y otra distinta es tener fuerza para levantarse. Europa es consciente de que, en este momento, no cumple ninguno de los criterios de estabilidad de un Estado-imperio, que son: demografía, energía, gasto militar y una economía competitiva. Y no solo es culpa de Europa: EE.UU. ha aprobado leyes que subvencionan la industria nacional, medidas proteccionistas. La alianza transatlántica permanece en lo político y lo militar, pero en lo económico EE.UU. se ha convertido en un competidor. Hay que trabajar mucho en la concienciación de que la alianza transatlántica es muy beneficiosa para Europa por muchas razones, pero también para EE.UU. Los aliados importan. Estados Unidos se equivoca si realmente quiere tomar el camino de convertirse en un rival de Europa, aunque solo sea en lo económico.
Ver, «Explicar con la figura de Putin todo lo que ocurre en Rusia es un simplismo que no funciona»
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