Los misioneros combonianos, representantes de las diversas circunscripciones, acompañados de miembros de la Familia Comboniana, se han encontrado en Roma para celebrar el 150 aniversario de su Instituto. Celebrar significa hacer memoria de los orígenes y de la historia que el Señor está trazando con nosotros y con los pueblos que encontramos en el camino. Recordar no es un ejercicio de arqueología, sino un proceso vivo de acción de gracias al Señor confiándole con fe el futuro, poniéndolo en sus manos. Recordar es volver a empezar, renovados.
El nacimiento de nuestro Instituto no ha sido por acaso, sino que ha sido el fruto de un largo proceso de vida y de misión. Ha sido un parto doloroso y trabajoso en un momento de cambio de época. Hemos nacido en pobreza, sin particulares apoyos eclesiales, políticos y económicos. Este evento casi único en la historia del movimiento misionero del siglo XIX nos ha regalado una mayor libertad para responder a nuestra vocación especial. Aunque el recorrido de la definición jurídica inicial no ha sido fácil, está claro que Comboni quería una familia de misioneros que fuesen: ad vitam, o sea, no solo dispuestos a entregar su tiempo, sino su misma vida por la misión; católicos, o sea, libres de lógicas nacionalísticas; enamorados de Dios y de la gente, haciendo causa común con los pobres.
El Papa Francisco nos dice que “la alegría del misionero brilla siempre sobre el fondo de una memoria agradecida”. La gratitud es reconocerse amados y, empujados por este amor, salir para compartir la experiencia con los demás. La gratitud no es estática, sino un movimiento dentro de nosotros, fuera de nosotros y delante, es un camino. En esta óptica, la reunificación del Instituto, la nueva regla de vida y la canonización de San Daniel Comboni se convierten en momentos calificadores de nuestra historia y ocasiones para recomenzar y continuar el propio recorrido con creatividad. Gratitud significa reconocer en nuestra historia la fidelidad de Dios, reflejada en la generosa fidelidad de tantos hermanos de ayer y de hoy: fidelidad al Evangelio, a Comboni, a la misión ardua, a la oración, a la pobreza evangélica, al pueblo de Dios y a la internacionalidad.
Caminos de regeneración
Hoy tenemos los instrumentos para estudiar y conocer mejor al fundador y nuestra historia, y este encuentro ha contribuido a este fin. Somos conscientes de que cada vez que nos acercamos a Comboni y su gracia carismática damos un salto de calidad. Necesitamos una reconfiguración de nuestro Instituto. Nos encontramos frente al desafío de una misión que no se detiene, que está todavía lejos de sus metas. El envejecimiento de los miembros de nuestro Instituto acompañado por la disminución de vocaciones en muchas de nuestras circunscripciones, los nuevos paradigmas de misión y el cambio de nuestro rol al interno de las iglesias locales, son otros desafíos que añaden ansia a nuestro presente. Esta misión exige un testimonio que va mucho más allá de los trabajos, cuestiona nuestro estilo de vida y nos pide la entrega y compromiso de todo nuestro ser. Sentimos que la reconfiguración de nuestro Instituto pasa a través de cuatro caminos: la mística, la humildad, la fraternidad y la ministerialidad.
Mística. No es sólo cuestión de redescubrir el gusto de la oración, sino de desarrollar una espiritualidad de la presencia de Dios en la historia de los pueblos y en el rostro de las personas. La fe y la esperanza de los pobres nos ensenan esta mística, sin la cual arriesgamos la aridez y de perder el sentido de nuestro camino misionero.
Humildad. Conocedores de nuestros límites y fragilidad, nos sentimos llamados a pasar del protagonismo al testimonio. Hoy no cuenta solo “hacer misión”, sino ante todo “ser misión”. No bastan las palabras y las obras, hay tantas personas capaces de hablar y de hacer, a veces, también mejor que nosotros. El desafío que tenemos es mostrar con nuestra vida el tesoro che custodiamos en el corazón.
Fraternidad. En nuestro el dialogo ha surgido con frecuencia el deseo de que necesitamos querernos más y mejor entre nosotros. Debemos crecer en la calidad del nuestras relaciones comunitarias. Este problema se manifiesta en el inadecuado discernimiento y proyectualidad comunitaria y en no compartir nuestras vivencias. Algunos de nosotros no se sienten en casa en nuestras comunidades. Ser hermanos entre nosotros quiere decir también crear espacio los unos para los otros, para las culturas y la edad y, a veces, se necesitan momentos de reconciliación, también sacramental. Una mayor fraternidad ayudaría a integrar misión y consagración y a mejorar nuestro discernimiento comunitario.
Ministerialidad. Los nuevos contextos sociales nos invitan con urgencia a revisar nuestra ministerialidad. Hoy en día necesitamos estar mejor cualificados en diversos campos de la evangelización, trabajando en equipo con todos los miembros de la familia comboniana y de la iglesia local. La misión es el punto de referencia de todo camino formativo. La ministerialidad no basta si no está fondada en la pasión de Cristo por la humanidad.
De este aniversario reanudamos nuestra marcha como hermanos, sabiendo que hay desafíos y dificultades, pero ricos de esperanza: “El misionero no se deja abatir por ninguna dificultad. Todas las cruces encierran mérito porque se trabaja por Cristo y por la misión” (San Daniel Comboni). “Que el Espíritu sobreabunde vuestra esperanza” (Papa Francisco)
Foto: Familia comboniana con papa Francisco el 31 mayo 2017
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