El sábado 9 de abril, por la mañana, fue testigo de la inauguración del nuevo edificio que ahora alberga a The Peace Corner. Ese día concurrieron hombres de negocios, políticos y líderes religiosos de la comunidad juntamente con amigos y bienhechores.
The Peace Corner fue iniciado en 2002 por el padre Mauricio Binaghi, misionero comboniano, en una zona de la gran ciudad de Chicago (Estados Unidos), donde el robo y la violencia son frecuentes. Las ventanas del Centro no están protegidas por barrotes de hierro. Al mirar en el interior se puede ver un televisor de buen tamaño, varias computadoras, una mesa de billar y otros objetos de valor. Y a pesar de que estas cosas están a la vista de todos, la «Esquina de la Paz» nunca ha sufrido un robo.
The Peace Corner tiene en la mira lograr algunos objetivos específicos: procurar un espacio seguro y neutral para los jóvenes del barrio, que se caracteriza por la violencia de las pandillas y el consumo de drogas; crear un sentido de pertenencia a la comunidad para los jóvenes, como un potente antídoto a la atracción que sobre ellos ejercen la vida de la calle y las pandillas; inculcar la autoestima y el orgullo que nacen de los logros, que permiten a los jóvenes actuar con responsabilidad y sentir que el Centro les pertenece.
Desde sus inicios The Peace Corner ha representado un lugar donde se ofrecen servicios como la preparación para sacar el GED (General Education Diploma, que permite la entrada en la universidad) y asesoría legal, o simplemente un ambiente abierto donde cualquiera puede entrar y sentirse seguro.
Esta «Esquina de la Paz» originalmente estuvo en un lugar, al lado de las vías del tren, dominado por el estruendo de las máquinas que pasaban, pero al mismo tiempo era un remanso de paz y amor. Con el correr del tiempo más y más jóvenes frecuentaban el Centro, por lo que la cuestión del espacio se volvió importante. Esto hizo que se moviera a un lugar más amplio que, sin embargo, nuevamente resultó insuficiente. De ahí que se comenzara a soñar con un edificio propio.
Casi todos los días el Centro rebosa de actividades en las que participan entre 60 y 70 jóvenes. En ocasiones los conflictos entre bandas o pandillas han sido resueltos gracias a la mediación de The Peace Corner, cuyos dirigentes provienen de esos grupos pero han abandonado la vida de la calle para apoyar en su labor al padre Mauricio.
Inauguración de la nueva sede
El sábado 9 de abril, por la mañana, fue testigo de la inauguración del nuevo edificio que ahora alberga a The Peace Corner. Ese día concurrieron hombres de negocios, políticos y líderes religiosos de la comunidad juntamente con amigos y bienhechores. La celebración giraba en torno a la idea que el nuevo Centro constituye la mejor prueba de que es posible edificar donde lo imposible o la desesperanza parecen dominar el panorama. No era una simple inauguración. Era más bien la culminación de cinco años desde que se lanzó el proyecto de la nueva sede y diez desde el inicio del programa.
En medio de los discursos, tres intervenciones precisaron los objetivos y la importancia de la obra. Un joven, Sebastian Longstreet, contó su historia: pasó de una vida dedicada a la venta y consumo de drogas y a la experiencia de la cárcel, al apoyo que ahora presta al Centro mientras se prepara para ingresar a la universidad. Un testimonio que representa lo que ha logrado el Centro para transformar la vida de los jóvenes.
Siguieron las palabras de agradecimiento de parte del padre Mauricio, que casi rompió en lágrimas al recordar la muerte de dos jóvenes de los primeros que frecuentaron The Peace Corner.
Por último, un político local puso el énfasis en la necesidad de que la comunidad se mueva para obtener más apoyo económico de las autoridades de la ciudad para el Centro, ya que este es fuente de oportunidades para los jóvenes.
Y el padre Provincial de los misioneros combonianos se sumó a los discursos diciendo: «La construcción de un edificio ha terminado, pero el Centro representa el inicio de sueños convertidos en realidad».
The Peace Corner está creciendo y los jóvenes que lo frecuentan experimentan un crecimiento humano palpable que provoca a la sociedad. Después de todo, es posible lograr un mundo de paz y de justicia.
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