Muchísimas veces los cristianos han convertido al Dios universal de la Biblia en un Dios ciudadano, identitario y hostil a los demás... Cada ciudad, cada pueblo tiene su dios y su religión. Creer en Dios es entonces creer en un dios que protege mi ciudad, contra la ciudad de los otros, que a su vez está protegida por dioses que son nuestros enemigos.
El creer es hospitalario o no es creer. La hospitalidad forma parte estructuralmente del creer. Hospedar a otros en uno mismo es la esencia misma de creer en Dios, no una consecuencia ética más o menos necesaria. Si uno no acoge a los demás en sí mismo, no cree.
El Dios hebreo, el Dios que nos presenta la Biblia hebrea en los 11 primeros capítulos del libro del Génesis, es un Dios universal que cuida de todos los pueblos de la tierra y los guía para que realicen la tarea que les ha asignado en la tierra y en el universo que ha creado. Todos los seres humanos coexisten por igual en la tierra de Dios.
Creer en Dios significa, por tanto, saber que somos connaturalmente consanguíneos con todos los seres humanos, desde el «vecino», el marido, el amigo, hasta cualquier otro ser humano en cualquier lugar de la tierra. Yo no existo sin él, y él sin mí.
El mensaje se invierte
Pero hay otra forma de creencia y es la fe en el dios ciudadano. Cada ciudad, cada pueblo tiene su propio dios y su propia religión. Creer en Dios es entonces creer en el dios que protege mi ciudad, contra la ciudad de los otros, que a su vez está protegida por dioses que son nuestros enemigos.
La oposición de las religiones nace de la sustitución del Dios universal de la Biblia hebrea por el dios de la ciudad, que excluye. Dios me protege a mí y amenaza a los demás. Esta creencia en el dios ciudadano crea la identidad (nosotros somos cristianos, italianos, los otros son africanos, musulmanes), una identidad que se opone a otras identidades basadas en otras creencias. La creencia se convierte estructuralmente en enemistad. La religión se manifiesta, así, como una forma de defensa contra la amenaza de los demás.
Muchas, muchas veces, los cristianos han convertido al Dios universal de la Biblia en un dios identitario y hostil a los demás.
Pero, si Dios es quien guía a cada ser humano, a cada grupo humano, a cada pueblo, creer en Dios implica una actitud existencial por la que me identifico instintiva, necesariamente, con los demás. Ellos son yo, y yo soy ellos. Ser humano es por excelencia, estructuralmente, identificarse y mezclarse, confundirse. Uno se encuentra a sí mismo mutando en el otro.
Si se intenta leer atentamente los evangelios y se verá que la actitud más íntima que define a Jesús es la de verse impulsado a identificarse con el interlocutor concreto que tiene delante, a comprender la situación en la que se encuentra y a proponer, en esa situación, una alternativa de vida que le salve del peligro que le amenaza. La fe lleva necesariamente al deseo no sólo de identificarse con el otro, sino también a la necesidad de contribuir a la mejora y salvación de quien es -con nosotros- un «con-humano» en la tierra.
Ver, Dio cittadino – Città di Dio
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