Alí era un hombre que ansiaba salir al mundo para conocer tierras extrañas y buscar fortuna. Le dijo a su mujer: “Mañana saldré a ver al mundo”. Ella no quería que se fuera, pero era demasiado sabia para intentar impedírselo. Cuento popular de Somalia que enseña la riqueza de los buenos consejos.
A la mañana siguiente, Alí salió solito a pie y caminó hasta encontrar a alguien que le diera trabajo por un corto rato. Después de aquel trabajo fue a buscar otro y luego otro, y así sucesivamente hasta que hubo visitado muchas tierras extranjeras. Del dinero que ganaba, gastaba un tercio en comida y ahorraba los otros dos tercios. Por fin, su ahorro se vio recompensado y pudo comprar tres camellos.
Mientras un día paseaba con sus tres camellos, se encontró con otro viajero. “Saludos”, dijo el viajero. “Saludos a ti”, respondió Ali. Se contaron de dónde venían y entonces el viajero dijo a Alí: “Si me das un regalo, te diré algo de valor”. Alí regaló al viajero uno de los tres camellos.
"No cruces ningún río que no conozcas -, dijo el viajero -. Espera a que otro vaya primero".
Alí dio las gracias al viajero, diciendo que estaba agradecido por el consejo. Tras recorrer un corto trecho, Alí se encontró con otro viajero. También se saludaron, y entonces el segundo viajero dijo: “Si me das un regalo, te diré algo de valor”. Alí le dio al viajero uno de los dos camellos que le quedaban.
“No descanses -advirtió el viajero- bajo un árbol que tenga un gran agujero”. Alí le dio las gracias, diciéndole que le agradecía el consejo. Cuando Alí continuó su viaje, se encontró con un muchacho. Después de saludarse, el muchacho le dijo: “Si me das un regalo, te diré algo de valor”. Alí le regaló su último camello.
"Ten paciencia - dijo el muchacho -. No muestres nunca tus sentimientos de ira". Alí le dio las gracias, diciendo que estaba agradecido por el consejo. Se separaron y Alí, sin más camellos, siguió su camino.
No había ido muy lejos cuando se encontró con dos camelleros con treinta camellos.
“Por favor, ayúdanos con nuestros camellos -pidieron los camelleros a Alí- para que cada uno de nosotros tenga diez camellos que cuidar”. Alí accedió y los tres partieron juntos con los camellos. Llegaron a un río que había inundado los campos a ambos lados de sus orillas. El primer camellero se quitó la ropa y entró en el agua para buscar el paso. Cayó en una parte profunda del río y no se le volvió a ver. Por lo tanto, el segundo camellero y Alí no cruzaron por allí, sino que siguieron adelante y encontraron un cruce seguro.
Al otro lado del río, llegaron a un bosque. Para entonces, el sol se estaba poniendo y los hombres estaban cansados. Buscaron árboles adecuados para pasar la noche. El camellero cogió su colchoneta y la puso bajo un árbol con un gran agujero.
Sin embargo, Ali recordando el consejo que había recibido se alejó de aquel árbol. En medio de la noche, una gran serpiente salió del agujero del árbol y mató al camellero que dormía.
Al amanecer, Alí vio lo que había ocurrido. Se sintió muy triste y apenado por los dos camelleros. Se puso en camino preguntando a todos los que encontraba si sabían dónde vivían los camelleros. Quería devolver los camellos a sus familias. Pero nadie podía decírselo y Alí perdió la paciencia. Sin embargo, controló su ira. Con el tiempo, se dio cuenta de que nadie sabía dónde habían vivido los camelleros.
Por lo tanto, Alí recogió los treinta camellos y regresó a su parte del país, a su casa y a su esposa. Ella se alegró mucho de verle. “No sólo has visto muchos países - dijo su mujer - sino que has vuelto sano y salvo”. “Sí - respondió Alí - y mi buena suerte en camellos nos traerá riquezas para el resto de nuestras vidas”.
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