Hay un país del que una vasta provincia está siendo invadida por rebeldes apoyados por un país vecino... Donde, tras dos décadas de presencia ininterrumpida, los Cascos Azules son impotentes y se contentan con contar los muertos... Un país donde se despliegan milicias islamistas abiertamente aliadas de Dáesh, que reclutan a jóvenes desempleados para convertirlos en combatientes y enviarlos a cortar cabezas de civiles... Conferencia en el lanzamiento de la iniciativa Paz y Justicia para Butembo.
Un país tan vasto como Europa Occidental y amenazado de implosión... Un país donde la clase dirigente se "come" impunemente el 68% del presupuesto del Estado y es incapaz de pagar regularmente a los militares o a los profesores... Un país de 100 millones de habitantes que ha sido calificado, según la época y el orador, de "escándalo geológico", de "pulmón del planeta" o de "país solución", pero que está siendo metódica o anárquicamente expoliado por multinacionales, por vecinos voraces, por aventureros de todo tipo y por sus propios políticos electos que ahora se presentan de nuevo a las elecciones...
En otra época que la nuestra, protestaríamos contra las violaciones de mujeres, rechazaríamos el destino de los niños en las minas, boicotearíamos los minerales cuya explotación salvaje envenena campos y ríos, denegaríamos los visados a los políticos corruptos, se cuestionaría la sensatez que pasen las froneras valijas diplomáticas repletas de billetes verdes y que se haga la vista gorda.
En otra época, un siglo antes, o incluso a finales del siglo pasado, estaríamos haciendo campaña por el Congo, saldríamos a la calle para denunciar la brutalidad del saqueo actual, manifestaríamos para que cesaran las guerras y las depredaciones de todo tipo... Pero está Ucrania, está el precio del gas y del petróleo, la inflación, el clima, los grandes juicios...
A la hora de mirar hacia otro lado, siempre hay buenas razones. Y además, ¿no vivimos en la época de las comisiones de investigación que acaban en una pecera, de los grupos de presión que, en nombre de buenas causas que defender, "consumen" sumas considerables de dinero que habrían merecido mejor uso... (Colette Braeckman, Ah oui, le Congo…, Le Soir 09.01.2023).
A uno le daría ganas de aplaudir estas palabras si no fuera que el artículo no menciona a los congoleños. ¿Qué hacen los congoleños para resolver sus problemas?
"Cuando vengan a presentarse ante mí, dejen de traer ofrendas vanas: ¡odio el humo! El Sábado, las asamblea... Estoy harto de estas fiestas. Cuando extienden sus manos, me tapo los ojos; no importa cuántas veces recen, no los escucho: tienen sus manos llenas de sangre. Purifiquense. Dejen de hacer el mal. Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia, someten al malhechor, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda" (Isaías 1,17).
En tiempos de Isaías, la religión florecía, centrada en ofrendas y sacrificios del Templo. Estaba presidida por los sacerdotes, que gozaban de la generosidad de los ricos y poderosos. El poder y la influencia estaban casi exclusivamente en manos del rey y los sacerdotes, y ninguno de ellos, durante gran parte de este periodo histórico, defendió a las víctimas de la opresión y la injusticia. Isaías intenta despertar la conciencia del pueblo a la realidad. En lugar de honrar la religiosidad como una bendición, la ve como una llaga supurante y un sacrilegio ante el Todopoderoso. Hay injusticia y desigualdad, por lo que denuncia las estructuras políticas, sociales y religiosas, y la hipocresía de ofrecer sacrificios mientras se deja sufrir a los pobres, y se pronuncia enérgicamente contra los dirigentes corruptos y toma partido por los desfavorecidos.
Dios es la única fuente de rectitud y justicia. Y este Dios exige rectitud y justicia de todos nosotros, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida. Esta justicia, esta rectitud, proviene del profundo amor de Dios por cada uno de nosotros, y está en el corazón mismo de la esencia divina y del modo en que el Señor espera que nos comportemos los unos con los otros. Su voluntad de crear una nueva humanidad "de toda nación, tribu, pueblo y lengua" nos llama a la paz, a la justicia y a la unidad de toda la creación.
Dejad de traer ofrendas vanas. Aquí, en Butembo, la opresión no es sólo de un grupo que se asigna privilegios sobre los demás. En lugar de reconocer la dignidad de todo ser humano, incluso personas que dicen ser de Dios se ven implicadas con demasiada frecuencia en acciones pecaminosas: esclavitud, colonización, segregación, apartheid e inseguridad.
El profeta Isaías nos muestra cómo liberarnos de estos males. Límpiense, quiten de entre ustedes toda mala acción, dejen de hacer el mal. Aprendan a hacer el bien. Esto requiere un compromiso decidido. Rezar juntos es bueno porque nos permite reflexionar sobre lo que nos une, pero también requiere que nos comprometamos a luchar contra toda opresión.
Ya el profeta Miqueas nos recordaba lo que Dios dijo, lo que es bueno y lo que exige de nosotros: "Nada más que hacer lo justo, amar la fidelidad y caminar con Dios" (6,8). Comportarse con justicia significa que toda persona sea respetada. La justicia exige una sociedad verdaderamente justa. Caminar humildemente con Dios implica arrepentimiento, reparación, reconciliación.
Dios espera que asumamos juntos la responsabilidad de actuar en favor de una sociedad justa para todos. Isaías llama a la búsqueda de la justicia, lo que significa reconocer la existencia de la injusticia y la opresión en la sociedad. Implora al pueblo que ponga fin a este statu quo. La búsqueda de la justicia exige que nos enfrentemos a quienes hacen daño a los demás. No es una tarea fácil, ya que puede desembocar en conflictos, pero sabemos que si no defendemos la justicia social, la opresión continuará. Debemos reconocer la opresión que existe y estar decididos a liberarnos de esos pecados.
Nuestro compromiso mutuo exige que nos comprometamos en la mishpat, palabra hebrea que significa justicia reparadora, defendiendo a aquellos cuyas voces no han sido escuchadas, desmantelando las estructuras que crean y sostienen la injusticia, y construyendo otras nuevas que garanticen que todo el mundo reciba un trato justo y tenga acceso a los derechos que le corresponden. Esta labor debe extenderse más allá de nuestros amigos, familiares y comunidades, al conjunto de nuestra sociedad y de la humanidad.
Todos los creyentes estamos llamados a tender la mano y escuchar los gritos de los que sufren, para comprender mejor y responder a su sufrimiento. Como señaló Martin Luther King Jr., "la revuelta es el lenguaje de los que no son escuchados". Cuando se producen protestas y disturbios en una población, suele ser porque no se escuchan las voces de los que se rebelan. Si las Iglesias alzan sus voces con las de los oprimidos, su grito de justicia y liberación se amplificará y quizá se escuche. Servimos y amamos a Dios y a nuestro prójimo sirviéndonos y amándonos unos a otros en unidad.
Isaías nos insta a aprender a hacer juntos el bien, a buscar juntos la justicia, a ayudar juntos a los oprimidos. Un reto que nos concierne a todos hoy. ¿Cómo podemos vivir unidos como personas de fe para responder a la injusticia y la inseguridad de nuestro tiempo? ¿Cómo podemos entablar un diálogo, aumentar la concienciación, la comprensión para una acción común? Todos pertenecemos al único Dios. A través de nuestros encuentros de corazón abierto podemos encontrar, individual y colectivamente, respuestas.
Y tenemos derecho a soñar. Tenemos el deber de soñar. Sin sueños no hay esperanza ni futuro. El Abbé Murundi Michel Kayoya decía: "Nuestros sueños generan esperanza y nuestras esperanzas se convierten en el camino hacia el futuro que ningún orgullo racial ni la violencia de las armas podrán destruir jamás, aunque la muerte nos aseche a cada instante". Pocas semanas después fue víctima de los tutsis: era mayo de 1972.
"En el momento en que otros pueblos se preparan para entrar en el tercer milenio en espíritu de creatividad, de construcción, de solidaridad, de fraternidad y de lucha por la dignidad humana, fuerzas negativas, locales y extranjeras, nos hunden en una miseria sin nombre. Nuestras iniciativas de desarrollo están paralizadas; nuestros recursos son vendidos y saqueados; la inseguridad es generalizada; la vida comercial está desestabilizada; el terrorismo, la violencia, el odio y la criminalidad son fomentados; la anarquía y la arbitrariedad han alcanzado un nivel intolerable; pueblos enteros son destruidos y personas inocentes masacradas; niñas y mujeres son violadas impunemente; pueblos enteros son expulsados de sus tierras y se convierten en refugiados en su propio suelo", escribió Mons. Sikuli en el año 2000.
"Nuestra vida cotidiana está lejos de la alegría y la libertad. Estamos aplastados por la opresión. Potencias extranjeras, con la colaboración de nuestros hermanos congoleños, organizan guerras con los recursos de nuestro país. Estos recursos, que deberían servir para nuestro desarrollo, para la educación de nuestros hijos, para curar a nuestros enfermos, para que podamos vivir de una manera más humana, se utilizan para matarnos", palabras de Monseñor Kataliko su predecessor. ¿Qué hacer ante esta realidad?
"Estamos llamados a recuperar nuestra dignidad de hombres libres.
- ¡Seamos conscientes de nuestros lazos de servidumbre! Reconozcamos nuestra parte de responsabilidad en la situación que nos agobia. Asumamos el riesgo de un camino de liberación.
- Nuestro mensaje como creyentes es un mensaje de esperanza. Dios es solidario con nuestra condición humana. Cristo, como sabemos los cristianos, no se amilanó ni siquiera ante la muerte.
- No podemos traicionar la esperanza. Estamos llamados a proclamar la vida, a resistir al mal en todas sus formas, a denunciar lo que degrada la dignidad de la persona.
Debemos creer que este sueño es posible.
- Hoy, en la noche en la que nos encontramos, debemos afirmar con valentía nuestra fe en el futuro de nuestro pueblo. Debemos negarnos a creer que las circunstancias actuales nos hacen incapaces de mejorar nuestra sociedad.
- Debemos negarnos a creer que nuestros vecinos están tan cautivos en la noche de su egoísmo y sus guerras que el amanecer de la paz y la fraternidad nunca será una realidad.
- Por el contrario, creemos que la verdad y el amor tendrán la última palabra, y que la vida, en la angustia de hoy, es siempre más fuerte que la muerte. Incluso en medio de la explosión de los obuses y el estruendo de los cañones, aún hay esperanza de una mañana luminosa.
Butembo ya vivió la experiencia exaltante de esta lucha por el respeto y la defensa de cada persona en el 1er Simposio Internacional por la Paz en África: vimos entonces que podemos construir la justicia en la verdad denunciando la mentira de un Congo ‘República Democrática’. Porque, ¿qué están haciendo los poderes con los congoleños? Los encadenan, los azotan, los torturan. Se les desprecia, se les priva de los derechos elementales a vivir, a trabajar, a saber, a pensar, a expresarse, a amar. Metidos de lado, silenciados, tras una máscara de libertad que sus autoridades exhiben en la ONU: ¡una democracia impuesta por las armas, una justicia definida por ruandeses o ugandeses!
¿Dónde están esos congoleños esclavizados? Están a nuestras puertas: en las mujeres violadas; en los supervivientes de Goma, Maboya y Eringeti; en las noches de terror que nos imponen los May May y los militares, en la pobreza producida por la ocupación, en los hospitales sin medicinas. Y en nuestros corazones resuenan las preguntas que gritan: ¿Qué haces con tu hermano? ¿Qué haces por tu hermano? "No tengo miedo de los gritos de los violentos", decía Luther King, "sino del silencio de los justos". Un hombre delante el tribunal le dijo con orgullo a Dios: "Señor, mira mis manos, están limpias, sin pecado". “En efecto, dijo el Señor con una sonrisa amarga, están limpias y... ¡también vacías!”
Creyentes, sabemos que nunca habrá fiesta hasta que a cada crucificado de la tierra se le devuelva la dignidad que la sociedad le niega con demasiada frecuencia; la dignidad que cada uno de nosotros recibe al nacer; esta dignidad que cada uno de nosotros, en un estallido colectivo de solidaridad, debe construir o resucitar para que toda la humanidad sea verdaderamente a imagen del Dios en quien creemos.
Este impulso de solidaridad se encuentra en todos los credos y en todas las religiones. ‘Oh David, dice el Corán, te hemos hecho califa sobre la tierra. Juzga con equidad entre la gente y no sigas la pasión: de lo contrario, te desviará del camino de Alá’.
En la Biblia resuenan las palabras de Yahvé a Moisés: "He oído el clamor de mi pueblo, he visto su miseria, sí, conozco su sufrimiento y he bajado para liberarlo" (Ex 3,7). Está escrito: "El Espíritu de Yahvé está sobre mí; me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a proclamar la liberación a los cautivos y la liberación a los prisioneros".
Es el grito del pueblo, no de un individuo. Este poderoso grito de todo el pueblo de Butembo-Beni debe ser escuchado y debe llegar no sólo a Dios, sino a todas las autoridades políticas, sociales e incluso militares de los pueblos. Los acontecimientos de Kasindi han llenado las páginas de los periódicos, el Papa ha hablado de ellos. Hay que hacerlo de forma sistemática y continua para que, cansados de escucharnos gritar, los poderes del mundo responsables de nuestros sufrimientos despierten y se decidan a cambiar nuestro destino.
En nuestras iglesias y organizaciones existen estructuras que buscan la justicia y la paz. La iniciativa que hoy ponemos en marcha no quiere sustituirlas, sino unirse a ellas y avanzar con ellas en la búsqueda de la unidad, el entendimiento y de una conciencia común. No sólo queremos gritar juntos: queremos compartir la misma visión, los mismos objetivos de acciones comunes, los mismos instrumentos de lucha para que lo que hagamos sea eficaz y nos lleve a la meta.
Necesitamos una revolución moral y social no violenta. Esto es a lo que estamos llamados hoy, esto es lo que queremos empezar juntos hoy con este encuentro.
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