Es una tontería negar que existe la islamofobia. Pero un término similar no se utiliza a la inversa.
En un reciente artículo en el Corriere, me detuve en lo que considero un rasgo dominante de la situación cultural y política de nuestro continente: la fortísima dificultad que la Europa actual, y en particular sus clases dirigentes y políticas, tienen para pensar lo Negativo. Pensar que puede existir el mal, el Adversario; y, en consecuencia, la dificultad de Europa para aceptar la posibilidad de que pueda existir algún tipo de conflicto incomprensible (por ejemplo, el de los valores) o esa expresión máxima del mismo que es la guerra. No: puede haber acuerdo o compromiso en todo: sólo hay que quererlo. Es obvio cómo todo esto desemboca en una consecuencia dramática: en la pérdida del sentido de la realidad, en dejar de poder pensar en el mundo tal como es y no como nos gustaría que fuera.
Para empeorar las cosas, sucede que esa prohibición de pensar la realidad ha encontrado ahora su sanción incluso en el uso de las palabras, en el vocabulario. En la difusión a martillazos de términos que sirven precisamente para estigmatizar, digámoslo de antemano, la orientación del pensamiento en una determinada dirección. De términos que sirven para inmunizar preventivamente a la sociedad contra el pensamiento de lo negativo ayudándola a ocultarlo, a no verlo. Y así, por ejemplo, evocar ciertos aspectos del islam -verdaderos, ojo, no inventados o manipulados arteramente- se define sic et simpliciter como islamofobia.
Con la implicación de algo enfermo, de fijación patológica que tal término implica. Es evidente entonces que se hace difícil no sólo discutir sino incluso conocer una realidad tan importante del panorama contemporáneo. Si, por ejemplo, a propósito de las protestas antiinmigración que acaban de tener lugar en Gran Bretaña y que se han saldado con graves disturbios y actos de violencia de indudable contenido racista contra personas e instituciones islámicas, alguien recuerda también, la enorme impresión que dejó en ese país el escándalo de Rotherham -una ciudad de Yorkshire en la que, por miedo a ser considerados «islamófobos», la policía y las autoridades locales se negaron durante años a investigar cientos de abusos sexuales cometidos por inmigrantes asiáticos de confesión musulmana contra hombres y mujeres blancos muy jóvenes y pobres, muchos de los cuales fueron esclavizados y obligados a prostituirse (una reconstrucción detallada del hecho con el resultado de la investigación está en la página web de The Guardian tecleando Rotherham)- repito: si uno recuerda siquiera tal hecho en su enorme gravedad para explicar (¡explicar, no justificar! ) los disturbios mencionados, ¿es eso islamofobia o no? ¿Cuál es, en definitiva, el límite más allá del cual termina la licitud -que uno espera que nadie se atreva a cuestionar- del análisis y el juicio, y comienza realmente la islamofobia?
El uso despreocupado del término islamofobia por parte de la corriente de opinión que cuenta, y por muchos medios de comunicación autorizados, apunta directamente a la aplicación cada vez más generalizada del doble rasero que es ahora la norma en Europa y en todo Occidente.
Por ejemplo: ¿tiene el asesinato de una mujer en Italia un espacio en la prensa y produce un eco mediático remotamente comparable a la privación cotidiana de derechos, la marginación social, la persecución física a menudo salvaje, que afecta a millones de mujeres en casi todos los países islámicos? Lo que ocurre -detalle nada desdeñable- por la razón aducida por sus propios perseguidores de que así lo exige, dicen, la ética del islam. Bien: pero cuando uno de los muchos tertulianos televisivos depreca nuestra «cultura patriarcal», ¿a cuántos de los presentes (y sobre todo a cuántas) se les ocurre observar que lo que aún florece en esta parte del mundo es simplemente el hazmerreír comparado con lo que ocurre en buena parte del islam? ¿Es lícito pensar que el miedo que inspira la acusación de islamofobia que planea permanentemente a nuestro alrededor tiene algo que ver con este rotundo alejamiento? ¿Que el miedo que infunde esa palabra nos impide ver las cosas como son?
Ciertamente la islamofobia existe como prejuicio cultural en todas sus formas posibles, sería de necios negarlo. Y ciertamente el racismo puede manifestarse en ella. Pero, repito, lo que llama la atención no es sólo el uso genéricamente intimidatorio del término en el discurso público, sino la ausencia del uso de un término similar para fenómenos idénticos, pero con actores diferentes, quizá en bandos opuestos. Una vez más, llama la atención cerrar los ojos a la realidad, no querer ver el mal y negarse a darle su nombre.
De nuevo un ejemplo: en Europa, en Occidente, en el país de la islamofobia, es sin embargo extremadamente raro -¡afortunadamente! - la agresión física y más aún el asesinato de un islámico a causa de sus creencias religiosas. Por el contrario, en casi todo el islam, con muy raras excepciones, los cristianos no sólo tienen oficialmente prohibido el culto (desafiando no sé cuántas declaraciones de la ONU sobre derechos humanos: ¿alguien ha protestado alguna vez?), sino que en algunas partes del islam -en el África subsahariana, por citar sólo una- los cristianos corren constantemente peligro de muerte sólo por su fe. En los últimos años, ha habido docenas y docenas de cristianos quemados vivos, torturados, masacrados en esos lugares. Pues bien, ¿qué se diría en Europa si aquí ocurriera algo remotamente parecido? ¡Demasiado para la islamofobia! En cambio, tal vez recuerde mal, pero nunca he visto ni oído utilizar el muy apropiado término cristianofobia en relación con los crímenes mencionados. Jamás. Así que debemos preguntarnos de una vez por todas: ¿Por qué? ¿Por qué ya no somos capaces de afrontar la realidad, de nombrar las cosas? ¿De qué tenemos miedo? Y tal vez intentar darnos una respuesta.
Ver, Si è perso il senso della realtà
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