En el imaginario colectivo, África aparece atascada, sumida en sus problemas. Los grandes medios de comunicación occidentales siempre cuentan una sola cara de la realidad: catástrofes, tiranos, guerras. El inmovilismo de África está en nuestra mirada, lo que nos hace ignorar la heterogeneidad de un vasto continente, lleno de contrastes. Un mundo multifacético y vital que nuestras narrativas reducen a una entidad monolítica e indolente, incapaz de seguir el ritmo de los tiempos.
África, paralizada por una especie de maldición, es lo contrario de la imagen del mundo más "desarrollado": laborioso, enérgico, en perpetua evolución. Y, sin embargo, cada vez que cruzo el Mediterráneo, mi impresión es exactamente la contraria: el viejo continente europeo me parece agotado, inerte, falto de impulso... temeroso del futuro. En África, todo me parece en movimiento.
Tal vez sea por la energía palpable que transmiten sus jóvenes habitantes (edad media: no llega a los veinte años), dinámicos, proyectados hacia el mañana, sedientos de redención. Quizá sea por los cambios de época -económicos, políticos, culturales- que sacuden a unas sociedades cada vez más globalizadas. El caso es que África me parece que corra... quizá para escapar de los estereotipos en los que la hemos enjaulado.
Una confirmación más me llegó de un reciente viaje a Angola. Es cierto que hacía diez años que no visitaba Luanda, pero es increíble lo casi irreconocible que la encontré. El perfil de la ciudad ha sido rediseñado por rascacielos de hormigón y cristal; la Marginal que bordea la gran bahía de la capital es ahora una carretera de ocho carriles flanqueada por un bonito paseo marítimo, ciclista y peatonal, salpicado de palmeras; los asentamientos de pescadores de la Ilha han dado paso a clubes de moda. Donde antes estaba mi restaurante favorito, encontré un espacio de coworking abarrotado de jóvenes con teléfonos móviles y ordenadores portátiles.
Hace diez años, todo lo que se podía encontrar en Luanda era importado. Hoy puedes llenar tu carro de la compra con conservas, aperitivos, refrescos, vino, detergentes... fabricados en Angola. Ciertamente, los escandalosos contrastes entre la camarilla de oligarcas y empresarios (que se reparten las riquezas del petróleo y los diamantes) y el resto de la población no han remitido. Pero entre las interminables chabolas de Sambizanga descubrí las transformaciones más sorprendentes. Donde había un vertedero abusivo, visité una galería de arte. En un albergue para niños de la calle vi a chavales compitiendo por cómicas de un superhéroe, Kid Kamba, firmados por autores angoleños.
Y luego, el descubrimiento más increíble para mí. Entre los callejones embarrados de aquella favela, fotografié hace diez años a unos chicos jugando al fútbol junto a un riachuelo de alcantarilla. Fue un golpe de suerte: Sports Illustraded, una revista americana, la puso en portada y Time la relanzó. Lo que no sabía -y descubrí con asombro- es que esa foto inspiró la portada de un videojuego sobre fútbol, Golden Georges, diseñado por programadores africanos y descargado por millones de niños en sus teléfonos móviles. Pensé que había inmortalizado, congelándolo, un fragmento de la vida africana. Me equivoqué: los protagonistas de aquella foto han vuelto a correr.
Ver Ultimo numero | Rivista Africa (africarivista.it)
Foto. Luanda, Angola, 2009. © Marco Trovato Un balón alquilado
Deje un comentario