Advocacy a veces es también lanzar una idea, una intuición que abre un camino de esperanza y luz sobre realidades sociales, culturales e históricas que parecen producir solo oscuridad y sufrimiento, y sobre palabras que han producido muerte en el corazón.
"Es tu marido, debes tener hijos con él". Teresa escuchó estas palabras con la muerte en el corazón. Niñas y jóvenes mujeres de todo el mundo han experimentado en el sonido de estas palabras la ruptura de sueños, ilusiones y esperanzas. Palabras que convirtieron sus jóvenes vidas en un infierno y, a menudo, en una tragedia. Cada semana salen a la luz las historias de jóvenes mujeres que, por rechazar un matrimonio forzado, son víctimas de su familia o de su grupo social o experimentan la violencia familiar de quienes les imponen a la fuerza un derecho culturalmente adquirido.
Los datos sobre los matrimonios precoces son impresionantes: alrededor de 650 millones de mujeres, vivas hoy, se casaron cuando eran niñas y, por lo tanto y por definición, con un matrimonio forzado por lo menos psicológicamente.
En 2016, los matrimonios forzados fueron del orden de 15,4 millones. El 88% de las víctimas eran jóvenes mujeres, el 37% tenían menos de 18 años y el 44% menos de 15 en el momento de contraer matrimonio.
La movilidad ha hecho que el fenómeno se haya extendido. En 2016, una persona al día se vio obligada a casarse en Suiza y en poco más de tres años se registraron 905 matrimonios forzados. Julia, comprometida a un amigo de la familia cuando aún era menor de edad, se rebela, se escapa de su casa y presenta una denuncia contra sus padres. Se escapa de este destino, pero escribirá: "Mis padres me querían muerta". En 2020, la Forced Marriage Unit (FMU) del Reino Unido brindó asesoramiento o apoyo en 759 casos relacionados con un posible matrimonio forzado.
La Teresa de la que hablamos, sin embargo, no era menor de edad. Quien pronunciaba palabras que tenían sabor a sentencia de muerte no era un padre o un tío violento que seguía una tradición absurda. Era el padre comboniano Orwhalder, guía espiritual de Teresa Grigolini - este es su verdadero nombre-, una religiosa, misionera y comboniana. Las palabras cayeron, no en un contexto familiar tradicional, sino en un campo de prisioneros, en Sudán, sí, el mismo Sudán que corre hoy en las pantallas y portadas de noticias tras el golpe militar de octubre de 2021.
De 1882 a 1898 el Madhi, autoproclamado sucesor de Mahoma, imponía el fanatismo islámico como reforma religiosa y camino hacia la independencia de Sudán. Los extranjeros, misioneros, religiosas o laicos llegados al lugar como empleados coloniales o comerciantes son hechos prisioneros: algunos mueren casi de inmediato, otros eligen la apostasía a cambio de la libertad, otros viven en condiciones inhumanas para no traicionar su integridad personal, su fe o su vocación.
Una amenaza especial pesa sobre las religiosas: ninguna mujer en la cultura musulmana puede vivir sola, debe pertenecer a un hombre. Por lo tanto, serán entregadas o vendidas a un harén de los nuevos dueños. La amenaza es concreta y un diplomático, el gobernador austríaco de Sudán, también preso, sugiere la idea de matrimonios falsos con griegos ortodoxos que son también prisioneros: las apariencias estarán a salvo y la vida de las religiosas también. El tiempo pasa y después de tres años los mahdistas ven que estos matrimonios no engendran hijos. Oliendo el engaño amenazan con la muerte a todos los prisioneros, empezando por las religiosas.
Teresa había nacido en una familia acomodada y había recibido una buena educación. Fascinada por Comboni, decide acompañarlo en el sueño de regenerar África con África. Comboni siente una inmensa estima por sus dotes de mujer y de cristiana y le confía el papel de superiora del grupo de cuatro hermanas que el 10 de diciembre de 1877 parte con él de Italia hacia la primera misión en Sudán.
Comboni muere poco antes del inicio de Mahadia. En el campo de prisioneros, el padre Orwhalder asume la responsabilidad de guiar a los presos y decide que al menos uno de los matrimonios se consuma: al nacimiento de un hijo se le confía la salvación de todos. Teresa es la superiora y su servicio es ahora de sacrificar su vida.
Acepta con la muerte en el corazón, exclusivamente para "salvar a las hermanas de males peores". Los niños nacen, su gesto protege a los prisioneros hasta 1898 cuando llega la victoria de los ingleses sobre el Madhi. Todos los presos retoman poco a poco su vida anterior, algunas religiosas regresan al convento, otros vuelven con sus familias: "Sólo para mí - escribe Teresa - ya no habrá convento ni familia y mi esclavitud durará hasta mi muerte". En su vida está ahora Dimitrj Cocorempas, a quien no ha elegido ni amado pero a quien está vinculada, como las innumerables víctimas de matrimonios forzados, por los hijos que le ha dado. Ella lo asistirá también cuando se vuelva violento durante su larga enfermedad, le acompañará en su camino de retorno a la fe y le cerrará los ojos en 1915.
Tres años después, Teresa regresa a Italia, con sus hijos ya mayores, pero tiene que enfrentar una nueva tragedia: la gran vergüenza de sus familiares y del pueblo, "porque todos sabían que yo había sido religiosa". La congregación se niega a acogerla de regreso y Teresa "saborea a plenitud la incomprensión y la exclusión", el juicio injusto a veces inconsciente de quienes sigue amando y con quienes se siente unida para siempre. Muere el 21 de octubre de 1931, a la edad de 81 años.
La crónica no la recuerda, solo el registro civil conserva la fecha. En el silencio mueren cada día cientos de madres fieles en el amor a sus hijos después de años de soledad personal y social debido a un matrimonio forzado.
Pasarán 80 años antes de que algunas hermanas combonianas valientes comiencen a reconocer su "martirio", que ha durado casi medio siglo. Pasarán decenas de años, siglos, antes de que el coraje de un Papa simple y a veces incomprendido reclame el valor de tantas jóvenes mujeres víctimas de matrimonios forzados y de violencia doméstica.
En 1995, 60 años después de su muerte, el cuerpo de Teresa es finalmente acogido en la tumba de las Misioneras Combonianas, y en 2012 comienza lentamente el proceso de beatificación de Teresa Grigolini Cocorempas, que rendirá homenaje a una vida de esclavitud que por el amor à los demás se ha convertido en servicio y martirio.
El 8 de febrero, las Iglesias, animadas por el movimiento interreligioso Talitha Kum, renuevan su compromiso de trabajar por la libertad de millones de víctimas de la nueva esclavitud: la trata de personas. Millones de jóvenes mujeres ven que sus vidas terminan en matrimonios forzados o en la violencia sexual pero sin la fe que continuó alimentando y apoyando a Teresa durante 50 años.
¿No podría darles esperanza el icono de Teresa desde los altares? Incluso una vida forzada a una convivencia absurda por la violencia tradicional de una cultura que no quiere morir tiene siempre un sentido y una riqueza que merecen ser reconocidos en la certidumbre que darán sus frutos.
Photo. 1875 Teresa Grigolini in Sudan.
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