Que haya conciencia del destino universal de los bienes, del bien común, del desarrollo integral, sostenible e inclusivo, es una buena noticia. Y también que existe, por tanto, un «pecado ecológico», articulado en tres relaciones: contra la creación, las personas y Dios. Tal pecado debe ser tomado en serio y señalado en la formación de la conciencia cristiana, en la catequesis, en los formularios para el examen de conciencia.
La evangelización de la ecología debe ayudar, a la luz del Evangelio de la creación y de la redención, es decir, a la luz de una perspectiva religiosa, a comprender que la cuestión ecológica es una cuestión integral: no sólo afecta a los aspectos económicos, técnicos y biológicos, sino también a los antropológicos, éticos, espirituales y culturales. De ahí que su solución dependerá de un enfoque no sólo fenomenológico, económico, técnico, biológico, climático, sino también de un cambio cultural, del corazón, por parte del hombre y de los pueblos. Dependerá de la adquisición del primer principio ecológico, que es el de la ecología integral -concepto específico, fruto de un enfoque cristiano-, de una antropología teocéntrica, de una conversión moral.
La religión del ego, según la cual el hombre es dios, conduce inevitablemente a una antropología desviada, a un uso indiscriminado de la creación, de las nuevas tecnologías, absolutizándolas. La creación no está al servicio de la tecnología, sino que debe ser lo contrario. Entonces, la evangelización de la ecología, basada en una perspectiva teológica, está llamada a hacer comprender que la cuestión ecológica implica interdependencia y unidad entre las personas, los pueblos y la creación. Interdependencia y unidad que constituyen el fundamento ontológico y práctico de la ecología integral.
Todas las criaturas, como enseñaba San Francisco de Asís, son hermanas, dado su origen común. Lo que daña a una daña al mismo tiempo a todas las demás. Lo que las destruye ofende a Aquel que las hizo nacer. Lo que es un crimen contra la naturaleza, como bien ha señalado el Patriarca Bartolomé, es un crimen contra las personas, además de ser un pecado contra Dios. En virtud de ello, la evangelización de la ecología y la pastoral afín están llamadas a poner de relieve -como ocurrió en el Sínodo de los Obispos para la región pan amazónica, celebrado en el Vaticano en octubre de 2019- que existe el pecado ecológico, articulado según tres relaciones: contra la creación, las personas y Dios.
Tal pecado debe ser tomado en serio y señalado en la formación de la conciencia cristiana, en la catequesis, en los formularios para el examen de conciencia en vista del Sacramento de la Reconciliación. Además, será tarea de la evangelización y de la pastoral ecológica señalar que la cuestión ecológica es una cuestión de justicia (degradación de los ecosistemas) y de justicia social (deuda ecológica entre países, falta de solidaridad intergeneracional, empobrecimiento creciente de las poblaciones más débiles). Esta cuestión de justicia se plantea debido a la interdependencia y complementariedad entre las personas, los pueblos y la creación.
Será tarea de la evangelización y de la pastoral ecológica capacitar a los creyentes para utilizar ese método de análisis de la cuestión ecológica, en toda su complejidad, que se denomina método de discernimiento, que estructura la propia encíclica y que se compone de cuatro momentos interconectados (ver, juzgar, actuar, celebrar), que deben ponerse en práctica no sólo ateniéndose a criterios fenomenológicos, cuantitativos, estadísticos, biológicos y técnicos, sino incluyendo criterios teológicos, antropológicos, éticos y culturales. Baste mencionar los principios del destino universal de los bienes, el bien común, el desarrollo integral, sostenible e inclusivo.
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