Con una de esas inteligentes observaciones que llegan al fondo del alma, Simone Weil dijo que la historia habría sido muy distinta si Eva, al mirar la manzana, la hubiera admirado, pero no la hubiera arrancado de la rama para devorarla.
¿Qué significa poder mirar y admirar sin llegar a poseer? Significa aceptar que hay un mundo más allá de nosotros, un mundo con existencia propia que nos supera, una verdad que no nos pertenece por derecho. Debemos luchar contra nuestra enloquecida ilusión de indiferencia, en la que todo es "yo". Nuestro “yo” no es más que una pequeña parte de la realidad. Hay una distancia entre el otro y yo, un límite ético que debo respetar. Hay una bondad que no depende de mí y una utilidad que no está a mi servicio. Puedo ver una flor hermosa que seguirá siéndolo si no la arranco. Debo preguntarme si al apoderarme de algo no empobrezco al mundo. Sin darnos cuenta, vivimos creyendo que todo existe en función de nosotros. Demasiado a menudo somos depredadores totales, hacia lo real adoptamos un registro de rapacidad. Todo sirve sólo a nuestra propia satisfacción, en un consumismo cada vez más vacío y obsesivo que nos deja a la deriva de la desesperación.
Ver, Il Fiore non colto
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