"No insultes a un cocodrilo antes de cruzar el río", dice un proverbio Ewé (Togo). Así que ten cuidado y no te atribuyas la victoria antes de tiempo, aconseja la sabiduría popular.
Érase una vez una liebre que se convirtió en una viajera de negocios. Llevaba mercancías desde su lugar de origen para venderlas en aldeas lejanas. Había una gran demanda de sus mercancías en aquellos pueblos lejanos.
Todo le iba muy bien. Ganaba mucho dinero. Muchos querían aprender de ella y ganar mucho dinero también. Un día, como de costumbre, la liebre se puso en camino. La hiena la vio pasar. La hiena le rogó si podía acompañarla. La liebre permitió que la hiena se le uniera.
Al pasar los dos, los vio el leopardo. El leopardo le rogó a la liebre si podía unirse a ellas. La liebre permitió que el leopardo se les uniera. Cuando pasaron los tres, el león los vio. El león le rogó a la liebre si podía unirse a ellos. La liebre permitió que el león se les uniera. Cuando pasaron los cuatro, la mamba negra los vio. La mamba negra le rogó a la liebre si podía unirse a ellos. La liebre permitió que la mamba negra se les uniera.
A medida que caminaban bajo el sol, cada vez más lejos de su casa, se sintieron cansados y decidieron descansar a la sombra de un gran árbol en la orilla de un gran río.
El leopardo tenía sed. Ordenó a la hiena que fuera a buscar agua al río para que todos pudieran beber. La hiena no acató la orden. Se negó. Dijo que no era una sirvienta doméstica del leopardo para recibir órdenes de él.
El leopardo se enfadó. No le gustaba la desobediencia. Saltó rápido sobre la hiena. Le rompió el cuello matándola al instante. Inflado de triunfo, el leopardo reclamó con arrogancia la propiedad de los bienes de la hiena muerta.
El león esbozó una sonrisa irónica. Él también tenía sed. Ordenó al leopardo que fuera rápidamente a buscar agua al río para que bebieran todos. El leopardo no aceptó la orden. Se negó. Dijo que no era un sirviente doméstico del león para recibir órdenes de él.
El león se enfadó. No le gustaba la desobediencia. Saltó de un brinco sobre el leopardo, le rompió el cuello y lo mató al instante. Lleno de triunfo, el león reclamó arrogantemente para sí la propiedad de los bienes del leopardo muerto y de la hiena muerta.
El león esbozó entonces otra sonrisa irónica. Se volvió y miró a la mamba negra y le ordenó que fuera inmediatamente a buscar agua al río para que todos bebieran.
La mamba negra no aceptó la orden. Se negó. Dijo que no era un sirviente doméstico del león para recibir órdenes de él.
El león se enfadó de nuevo. No le gustaba la desobediencia. Levantó su pata derecha delantera y la bajó rápidamente sobre la cabeza de la mamba negra. Quería aplastarle la cabeza y matarla al instante.
La mamba negra esquivó justo a tiempo el golpe mortal y dando un veloz giro hacia atrás a su cabeza la encabritó y de sus afilados colmillos, perforó con dos rápidos golpes la misma pata del león que casi le había matado.
El león se sintió de inmediato paralizado. Empezó a jadear y se desplomó muerto en cuestión de segundos. Hinchada de triunfo, la mamba negra reclamó arrogantemente para sí la propiedad de los bienes del león muerto, del leopardo muerto y de la hiena muerta. Se daba gloria mientras se regodeaba en las tres grandes bestias muertas, cuyos cuerpos se hinchaban bajo el ardiente sol.
La liebre temblaba de miedo como una hoja al viento. Temía por su propia vida. Sabía que sólo quedaban ellos dos. Sabía que no era rival para la mamba negra. Se esforzó entonces de poner buena cara a tan mala suerte y se puso a pensar rápidamente.
Cedió fácilmente a todas las pretensiones de la mamba negra. Empezó a alabarla hasta el cielo. La llamó la más poderosa de todas las criaturas. Dijo que la mamba negra era más poderosa que el león muerto, que el leopardo muerto y que la hiena muerta.
Seguía alabando a la mamba negra cuando cogió un gran cubo de metal vacío que tenía una tapa. "¿Para qué es eso? ¿Vas a sacarme el agua, entonces?", preguntó curiosa la mamba negra a la liebre.
"¡No, señora! Lo primero es lo primero. Esto es para usted, señora. Primero debemos asegurar su vida. Mientras estoy lejos sacando agua, los hombres que manejan las canoas pueden verla y venir a matarla. ¡Entre aquí, señora, por su propia seguridad! No quiero que la vean. Si la ven, no hay manera de que se sientan cómodos. Lo más probable es que tomen palos para romperle la cabeza hasta matarla. O le tiren piedras desde una distancia segura. ¡Ya sabe usted, la tradicional enemistad entre hombres y serpientes! Enróllese aquí, señora, escóndase. Yo pondré la tapa encima. Reclamaré todos estos bienes como míos mientras usted esté oculta en este cubo. No adivinarán que está aquí", dijo la liebre, muy convincente.
"¡Brillante!", exclamó la mamba negra mientras se enroscaba rápidamente dentro del gran cubo de metal. La liebre puso rápidamente la tapa por encima del cubo. Luego puso una piedra muy pesada encima de la tapa, una piedra tan pesada que la mamba negra no pudiera desde el interior del cubo empujar a lado la tapa.
"Un momento, señor", dijo la liebre mientras se alejaba a toda prisa. Al cabo de unos minutos, regresó con algunas ramitas secas y leña en las manos. Colocó tres grandes rocas como base para el cubo. Levantó el cubo sobre las tres rocas. A continuación, colocó la leña entre las tres rocas, debajo del cubo. Con las ramitas encendió un fuego que crepitó al instante.
La liebre entonces suspiró aliviada sentándose a la sombra del árbol. Tenía una gran sonrisa en la cara. Era la imagen perfecta de la satisfacción. Ahora podía descansar. Y lo que es más importante, ya no temer por su vida. El peligro estaba siendo eliminado.
La mamba negra se dio cuenta demasiado tarde de lo que tramaba la liebre. Se sintió frustrada e impotente. Estaba enfadada y amargada con la liebre. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer, aparte de soltar a la liebre una andanada de palabrotas.
La mamba negra seguía insultando a la liebre mientras intentaba de todas sus fuerzas empujar a lado la tapa del cubo. No lo consiguió. La piedra sobre la tapa era demasiado pesada para ella.
El cubo estaba cada vez más caliente. La serpiente dentro del cubo se estaba cocinando viva. La mamba negra, que había matado al león, que había matado al leopardo y que había matado a la hiena, tuvo una muerte lenta y dolorosa en un cubo de metal caliente.
La liebre ya no tenía prisa. Esperó a que se apagara el fuego. Luego esperó a que el cubo se enfriara. Después, retiró la pesada roca de la tapa del cubo. Tiró los restos carbonizados de la mamba negra antes de limpiar el cubo.
La liebre se convirtió en la orgullosa propietaria de todos los bienes de la mamba negra muerta, del león muerto, del leopardo muerto y de la hiena muerta. Cruzó el río en varias canoas alquiladas. Vendió todos los bienes en las aldeas al otro lado del río y volvió a casa muy rica.
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