Hace 60 años se publicó la encíclica "Pacem in Terris" de Juan XXIII, que despertó sorpresa y entusiasmo en todo el mundo. Todo en aquella encíclica parecía nuevo y se destacaba que era el primer documento pontificio dedicado exclusivamente a la paz y el primero que se dirigía a “todos los hombres de buena voluntad”. La encíclica "Pacem in Terris", hace ya sesenta años, enseñaba que la guerra es siempre irracional.
Había muchas novedades de las que una muy importante: la encíclica descartaba que, en la era atómica, la guerra pudiera traer justicia. Durante siglos la Iglesia había enseñado que la guerra era mala, admitiendo, sin embargo, que podía ser una legítima defensa o útil para restablecer un derecho violado. Pero Juan XXIII subrayó que la relación radicalmente desequilibrada que había surgido entre los medios (arma nuclear) y el fin (restablecer la justicia) hacía ya imposible hablar de una "guerra justa".
La guerra se había convertido en un instrumento impracticable, contraproducente e irracional y, por tanto, debía ser metida de un lado. Era lo que cientos de millones, quizá miles de millones de hombres y mujeres querían oír de tan alta autoridad moral. No sólo eso: también era lo que los máximos dirigentes políticos de la época, Kennedy y Jrushchov, querían que alguien dijera para poder hacer frente más fácilmente a la resistencia interna a un acuerdo con el "enemigo". Parecía como si el mundo hablara con una sola voz, la del Papa.
En "Pacem in Terris", la novedad del contenido surgía de la novedad del planteamiento. Aquel pronunciamiento pontificio no se basaba sólo en el Evangelio y en la tradición, sino también en la lectura de los signos de los tiempos: es decir, se basaba también en el análisis de la realidad histórica. Esto marcó un distanciamiento de una doctrina de la Iglesia basada en una lectura teológica y providencial de la historia que, al tiempo que juzgaba la guerra como un mal, la consideraba un castigo de Dios y, por tanto, imposible de eliminar.
Con la encíclica del Papa Juan, la Iglesia no ha cambiado nada del mensaje evangélico del que es guardiana y heraldo, pero la encíclica ha mostrado que incluso en los temas cruciales de la guerra y la paz el Evangelio se encarna de formas siempre nuevas y resuena de formas inéditas en los distintos contextos históricos.
Hoy, la guerra parece a muchos no sólo legítima, sino también útil y, a su manera, racional. Es más bien la paz que parece tener que justificarse. Cuando en 1991 estalló el primer conflicto tras la caída del Muro de Berlín, la Guerra del Golfo, se dijo que "sería el último" o que era "necesario para evitar guerras futuras más ruinosas".
En aquel momento, hubo quien denunció con razón la hipocresía de tales declaraciones, pero hoy, en algunos aspectos, habría motivos para lamentarlas: reconocían implícitamente la paz como el principio que debía prevalecer, aunque sirvieran para encubrir opciones exactamente contrarias.
Detrás de esa hipocresía, de hecho, había muchas cosas importantes: el recuerdo de las dos guerras mundiales, la continuidad con un sistema sin precedentes de organizaciones internacionales para salvaguardar la paz, el deseo de evitar a toda costa una Tercera Guerra Mundial. Que la guerra debía prohibirse seguía siendo una creencia generalizada en 2003, cuando millones de personas se manifestaron en todo el mundo contra la guerra de Irak. Entonces algo se rompió y la guerra empezó a “normalizarse”. Si hoy nadie dice que la guerra de Ucrania será la última o que hay que evitar otras (y nadie lo ha dicho ni siquiera por las de Siria, Yemen, Georgia...) es por la disminución, después de 1989, de la arquitectura moral, política, institucional, construida tras la Segunda Guerra Mundial.
¿Significa esto que el Evangelio de la Paz ya no interpreta el sentido de la historia? Todo lo contrario: si ya no se siente la urgencia de la paz, es porque ya no se leen los signos de los tiempos y no se cuestiona en profundidad la historia en la que estamos inmersos.
La lección de Juan XXIII es más actual que nunca, ahora que la guerra hace estragos en Ucrania y en otras partes del mundo. Incluso hoy, hay un Papa que proclama insistentemente el Evangelio de la paz, en plena continuidad con el espíritu del Papa Juan. Pero cuestionar la historia de nuestro tiempo no es sólo responsabilidad del Papa. Los partidarios de la paz no sólo deben subrayar (con razón) su urgencia, sino también contribuir a construir una sólida cultura de paz entretejida con conocimientos históricos. La cultura de la época en la que se escribió "Pacem in Terris" supo combinar la esperanza escatológica y el realismo histórico y mostrar de forma convincente que la guerra ya no era razonablemente utilizable.
Hoy también es necesario un esfuerzo similar. Quienes creen en la paz no pueden ignorar la tarea de explorar -junto con todos los "hombres de buena voluntad"- las razones racionales, concretas y convincentes, es decir, las razones históricas por las que es urgente poner fin a las guerras en Ucrania y en otros lugares. Evidentemente, a los millones de refugiados de Ucrania, a los familiares de las víctimas de la agresión rusa y a quienes viven a diario bajo las bombas no les resulta difícil leer los signos de los tiempos.
Pero si los que sufren la guerra captan mejor que otros que el futuro de la humanidad pasa por el camino de la paz, esto también deben entenderlo los que viven lejos de la guerra y, sobre todo, las clases dirigentes de muchos países que, directa o indirectamente, pueden contribuir a la paz. En definitiva, incluso por los Kennedy y Jrushchov de hoy y, sobre todo, por sus seguidores más modestos.
Si bien la amenaza atómica ya no es tan temible como hace sesenta años -aunque el peligro de las armas nucleares dista mucho de haber desaparecido-, el riesgo de un conflicto cada vez más extendido y devastador es dramáticamente real, de Europa al Pacífico, de Oriente Medio a África.
Muchos no comprenden que la guerra siempre produce resultados imprevisibles, a pesar de que esto se ha visto claramente en Irak, Afganistán y muchos otros lugares. A todos nos interesa evitar que el mundo se precipite hacia desenlaces catastróficos y es necesaria una cultura que ponga claramente de manifiesto las múltiples razones -humanas, políticas, económicas...- de este interés. Es decir, capaz de revelar la irracionalidad de la indiferencia.
Sin duda, la prevalencia de un pensamiento único que hoy aprisiona a los pueblos y a las élites, basado en intereses inmediatos y en la amenaza de la violencia, es sólo una de las causas del recurso cada vez más frecuente a la guerra. Pero es una causa que refleja todas las demás, y una cultura diferente es esencial para encontrar esa paz que hoy es difícil incluso de imaginar.
Ver, Sixty years later. The encyclical “Pacem in Terris” taught that war is always irrational
Con el fin de conocer mejor la Doctrina Social de la Iglesia, compartimos un resumen de la encíclica que se puede mirar aquí en español: 60 anniversary Pacem in Terris
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