Si no se está a favor del nuevo "neutralizador", se está a favor del viejo "discriminador": así se podría resumir de forma un tanto caricaturesca el debate sobre el llamado "lenguaje inclusivo". Un texto profundo, articulado y bastante difícil que nos permitimos simplificar para su divulgación sin traicionar su pensamiento.
En este breve espacio me gustaría plantear tres preguntas, tres invitaciones a la reflexión, con un preliminar para intentar, en la medida de lo posible, superar la falacia dualista que está a la raíz de la pregunta.
Como escribió Adorno, la libertad no está en elegir entre blanco y negro, sino en evitar una elección prescrita. Es una invitación a salir de la lógica mutiladora de la polarización -esta sí, binaria- que mortifica la complejidad de los temas, estigmatiza la duda, que ya no está permitida: porque a partir de un enfrentamiento, de ambos lados sólo el alineamiento es permitido. Así se mata el derecho a la crítica (de krino, a discernir), sin el cual nos rendimos a un no-pensamiento que abre paso a la violencia, simbólica o no, y a los fundamentalismos de todo tipo y color.
1-. El "lenguaje inclusivo".
El llamado "lenguaje inclusivo" (asteriscos, schwa, etc.), por muy noble que sea su intención, produce en realidad un cortocircuito acerca de la no discriminación: con el efecto paradójico de que borrar las diferencias se convierte en la forma legítima de defenderlas. Contrarrestar la violencia de la discriminación con la violencia de un borrar las diferencias es un gesto reactivo: al final uno queda atrapado en una cismogénesis - el conjunto de interacciones entre individuos o grupos que da lugar a divisiones entre grupos o entre individuos-. Las dos posiciones polarizadas, igualmente parciales, una opuesta a la otra, en consecuencia, se excluyen y a la vez se sostienen recíprocamente. Se crea una fractura irremediable, que pero al final se convierte en una relación de dependencia mutua.
Todo a detrimento de la concreción y la complejidad que vienen sacrificadas sobre el altar de unas ideologías contrapuestas. El desafío, en cambio, no es borrar las diferencias (operación abstracta y violenta), sino evitar que se conviertan en desigualdades. No es casualidad que con el inclusivismo nominalista, la discriminación y las exclusiones de facto crezcan: mujeres, migrantes, jóvenes, familias, son víctimas de una brecha social cada vez más exasperada, mientras la retórica de lo neutral diluye la protesta social.
Roland Barthes escribió que el lenguaje es fascista, no porque nos impida decir las cosas sino porque nos obliga a decirlas de cierta manera. La invitación es a reflexionar sobre el “fascismo de lo neutral”, y sobre todo lo que este forzamiento lingüístico nos obliga a anular. Empezando por ese “género vernacular” (Ivan Illich), que es el vínculo entre generaciones, el conocimiento del cuerpo y la resistencia a la colonización del pensamiento tecno-económico.
2-. Lo neutral, género del homo oeconomicus.
Como escribe siempre Ivan Illich, el lenguaje de la era industrial (y hoy híper-tecnológica) es a la vez neutral y sexista. Es un falso universalismo, porque en realidad es un reduccionismo que se hace pasar por liberación: los seres humanos nunca son "neutrales", sólo las cosas, y en particular las máquinas, lo son. “La aparición de una sexualidad neutra es una de las condiciones previas necesarias para la aparición del homo oeconomicus. El sujeto sobre el que se fundamenta la teoría económica es precisamente este ser humano neutral” (Illich, Género).
Lo neutro es el género del homo oeconomicus, resultado y a la vez condición de un reduccionismo exasperado, donde sólo vale lo que se “produce”. El régimen neoliberal aísla a todos para hacer que se conviertan en sus propios productores (Byung-chul Han). Hoy "producimos" de forma compulsiva. La "autenticidad" en sí misma representa una forma neoliberal de producción. “A través del culto a la autenticidad, el régimen neoliberal se apropia de la persona y la transforma en un lugar de producción altamente eficiente, por lo que la persona en su totalidad se integra al proceso de producción. La soberanía da paso a un nuevo sometimiento que se hace pasar por libertad: el sujeto de la cultura neoliberal es, en este sentido, un sirviente absoluto ya que se explota a sí mismo sin tener amo alguno”. En definitiva, lo neutro no contribuye a la “construcción de un vocabulario libre de intereses” (Gilbert Simondon), por el contrario, nos conforma a los imperativos del tecno-capitalismo, succionándonos en un abrazo fatal (Foucault) entre individualización y totalización. Fabrice Hadjadj también se lo preguntaba: ¿de dónde puede venir hoy el proyecto de "coincidir con uno mismo" (el mito de la 'autenticidad y la autorrealización') sino del paradigma tecnocrático?
Y esto no puede verse como una liberación, sino como una sumisión a un macro sistema tecno-económico que necesita nuevas iconos para volverse lo más omnipresente posible. Un "paternalismo libertario" (Sunstein), que extiende en todos los ámbitos la lógica del mercado es todo menos que liberadora y respetuosa de la dignidad de la persona.
Si la producción (incluida la puesta en producción de uno mismo) se convierte en la única forma legítima de realizarse, la fluidez necesaria para este proyecto requiere "una destrucción sin escrúpulos de todos los vínculos" (Byun-Chul Han). Lo cual tiene como correlato cultural un individualismo radical, condenado al final a la afasia. El asterisco y el schwa, que son impronunciables y cacofónicos, se utilizan para la autoexpresión-afirmación y no para la comunicación, donde es la palabra resonante la que crea el vínculo yo-tú (Walter Ong).
La obsesión por la identidad ignora el hecho de que no somos "productos", sino "procesos", y que llegar a ser quienes somos es una dinámica intrínsecamente relacional de individuación. El amor propio que no está abierto al otro (alter constitutivo, non aliud amenaza) se vuelve vacuo: "El amor que se repliega sobre sí mismo y así cierra el círculo, es un triste fracaso del amor" (V. Jankélévitch).
3-. La crisis de lo simbólico
Lo neutro, elegido como vía de no discriminación, es el resultado de una crisis de lo simbólico que nos expone indefensos a una encrucijada tecnológica donde lo humano se lee con el código de las máquina (binario/no binario precisamente). La crisis de lo simbólico es un signo de esa "crisis del espíritu" (Paul Valéry) que es también una crisis del pensamiento. Este es el verdadero enemigo del que hay que cuidarse hoy.
Para Byung-chul Han, la desaparición de los símbolos se debe a la creciente atomización de la sociedad, que se vuelve cada vez más narcisista. Pero hay más. La extensión de la producción a todos los ámbitos de la vida humana lleva a la reducción del lenguaje al paradigma tecno-científico, hecho de etiquetas más que de palabras ya que esta son símbolos y vinculan a quien las pronuncia con los demás y con el mundo (Panikkar, El espíritu de la palabra).
Al final, el no esencialismo de lo neutro se convierte en una metafísica neo esencialista de la máquina y de la producción que hablan un lenguaje autorreferencial hecho no para comunicar sino para fabricarse a sí mismo, en la ilusión de poder hacerlo solos, por la suma de elecciones individuales al margen de todo.
Ahora bien, el símbolo es lo que une, lo que concreta los lazos sociales, lo que los hace circular y los alimenta (Gilbert Simondon). Que somos “vínculo”, lo que no es un impedimento sino la condición misma de nuestro ser y de nuestro devenir, la pandemia nos lo ha querido enseñar. El vínculo es una realidad existencial y también epistemológica. El símbolo nunca es neutral. No tranquiliza, no soluciona. Da para pensar (Ricoeur). Pensar en símbolos significa también reconocer la dualidad (¡no dualismo, y mucho menos binarismo!) de masculino y femenino, mutuamente constitutivos, impensables el uno sin el otro, nunca exhaustivamente definibles, inagotables en la gama de concretizaciones posibles, con buena paz de las tentativas grotescas de encontrar un término para cada matiz de género.
La cuestión del lenguaje
Así somos devueltos al lenguaje. El lenguaje humano no es referencial sino "diferencial": siempre hay una brecha, un margen indecible que deja las palabras abiertas. La no coincidencia es la cuna del significado: “Solo hay implicaciones, en cualquier idioma”, escribió Merleau-Ponty. La “de coincidencia” es lo que caracteriza a la libertad: un desfase que permite la posibilidad de ver de otra manera, redefinir la situación y así poder cambiar el rumbo de las cosas. Entonces, parafraseando a Adorno, la libertad hoy no es sustituir "no binario" por "binario", sino escapar de esta elección prescrita, que pretende leer al humano con el código de las máquinas.
Y volver a pensar y hablarnos en el símbolo, que acoge a todos.
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