Testamento de Raoul Follereau a los jóvenes: "Y aquí estoy, en el ocaso de una existencia que he llevado tan bien como he podido, pero que queda inacabada. El tesoro que les dejo es el bien que no hice, que hubiera querido hacer y que harán ustedes después de mí. Que sólo este testimonio les ayude a amar. Esta es la última ambición de mi vida, y el objeto de este testamento".
Jóvenes del mundo, la guerra o la paz es para ustedes.
Hace veinticinco años escribí: "O los hombres aprenden a amarse, o el hombre, finalmente, vive para el otro, o los hombres morirán". Todas y todos juntos.
Nuestro mundo sólo tiene esta alternativa: amarse o desaparecer. Hay que elegir. Ahora. Y para siempre. Ayer, la advertencia. Mañana, el infierno.
Los grandes - estos gigantes que han dejado de ser hombres - poseen, en sus viles colecciones de muerte, 20.000 bombas de hidrógeno, una sola de las cuales basta para transformar toda una metrópolis en un inmenso cementerio. Y continúan su monstruosa industria produciendo tres bombas cada 24 horas. El Apocalipsis está en la esquina de la calle.
Jóvenes del mundo, son ustedes los que dirán "no" al suicidio de la humanidad.
"Señor, me encantaría ayudar a los demás a vivir". Esa era mi oración de adolescente. Creo haber permanecido, toda mi vida, fiel a ella... Y aquí estoy, en el ocaso de una existencia que he llevado lo mejor que he podido, pero que queda inacabada.
El tesoro que les dejo es el bien que no hice, que hubiera querido hacer y que harán ustedes después de mí. Que este testimonio sólo les ayude a amar. Esta es la última ambición de mi vida, y el objeto de este "testamento".
Proclamo heredera universal a toda la juventud del mundo. Todos los jóvenes del mundo: de derechas, de izquierdas, de centro, extremistas: ¡qué me importa!
Toda la juventud: la que ha recibido el don de la fe, la que actúa como si creyera, la que piensa que no cree. Sólo hay un cielo para todo el mundo.
Cuanto más siento acercarse el final de mi vida, más siento la necesidad de repetir: es amando como salvaremos a la humanidad. Y de repetir: la mayor desgracia que les puede ocurrir es que no sirvan para nada, que su vida no sirva para nada.
Quererse o desaparecer.
Pero no basta con cantar: "paz, paz", para que la Paz deje de abandonar la tierra.
Es necesario actuar. A fuerza de amor. Con actos de amor.
Los pacifistas con porras son falsos combatientes. Pretenden conquistar, mas desertan. Cristo repudió la violencia, aceptando la Cruz.
Aléjense de esos canallas de la inteligencia que no son otra cosa que vendedores de humo: los llevarán por caminos sin flores que acaban en la nada.
Desconfíen de esas "técnicas endiosadas" que ya denunció San Pablo.
Sepan distinguir lo que sirve de lo que somete.
Renuncien a las palabras tan vacías como sonoras.
No se cura al mundo con signos de exclamación.
Lo que hace falta es librarlo de ciertos "avances" y de sus enfermedades, del dinero y su maldición. Aléjense de aquellos para quienes todo se resuelve, se explica y se aprecia en relación con los billetes.
Aunque se piensan inteligentes son los más estúpidos de todas las personas. No se hace un trampolín con una caja fuerte. Hay que dominar el poder del dinero, de lo contrario casi nada de humano es posible, porque con él todo se pudre. El, Corruptor, conviértanlo en Servidor.
Enriquézcanse con la felicidad de los demás.
Permaneced ustedes mismos. Y no a imagen de otro. No importa quién. Huid de la fácil cobardía del anonimato.
Todo ser humano tiene un destino. Realizad el suyo, con ojos abiertos, exigentes y leales.
Nada disminuye la dimensión del hombre. Si les falta algo en la vida, es porque no han mirado lo suficiente en lo alto.
¿Todos similares? No. ¡Pero todos iguales y todos juntos!
Entonces serán hombres. Personas libres.
Pero ¡cuidado! La libertad no es una doncella multiusos que se pueda explotar impunemente. Ni una pantalla deslumbrante tras la que alimentar fétidas ambiciones.
La libertad es patrimonio común de toda la Humanidad. Quien es incapaz de transmitirla a los demás es indigno de poseerla.
No conviertan su corazón en un trastero; pronto se convertirá en un cubo de basura.
¡El trabajo! Una de las desgracias de nuestro tiempo es de considerar el trabajo una maldición. Mientras que es redención. Merezcan ustedes la felicidad de amar su deber.
Además, creen en la bondad, en la bondad humilde y sublime. En el corazón de cada persona hay tesoros de amor. De cada uno depende descubrirlos.
La única verdad es amarse los unos a los otros.
Ámense los unos a los otros, ámense todos. No a momentos preestablecidos, sino durante toda la vida.
Amar a los pobres, amar a los infelices (que muy a menudo son seres pobres), amar al extranjero, amar al prójimo que está al margen de la sociedad, amar al extraño que vive cerca.
Amar. Sólo pacificarán a los hombres enriqueciendo sus corazones.
Testigos con demasiada frecuencia amarrados al deterioro de este siglo (que por poco tiempo fue tan bello), atemorizados por esta gigantesca carrera hacia la muerte de los que confiscan nuestros destinos, asfixiados por un "progreso" deslumbrante, devorador y paralizante, con el corazón destrozado por ese grito de "¡Tengo hambre!" que se eleva sin cesar desde dos tercios del mundo, sólo nos queda este remedio supremo y sublime: ser verdaderamente hermanos.
Entonces... ¿mañana?
Mañana, son ustedes.
Ver, Domani, siete voi!
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