El 7 de octubre de 2021, los representantes de las grandes religiones del mundo, judíos, cristianos, musulmanes sunitas y chiitas, miembros de tradiciones budistas e hindúes, entregaron, de la mano de niños, un Llamamiento por la Paz a embajadores de todo el mundo. El llamamiento fue leído por una mujer afgana, durante la ceremonia final del encuentro internacional "Hermanos pueblos, tierra del futuro", promovido en el "Espíritu de Asís", por la Comunidad de Sant’Egidio. Junto con el Papa Francisco, Ahmad Al-Tayyeb, Gran Imán de Al Ahzar, Bartolomé I, Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Karekin II, Patriarca Supremo y Católicos de todos los armenios, tomaron la palabra líderes políticos como Angela Merkel y representantes de instituciones. La proyección de imágenes de destrucción y pobreza provocadas por los conflictos estuvo acompañada de un minuto de silencio en memoria de las víctimas de las guerras. A principios de 2022, algunos pasajes del discurso del Papa Francisco son significativos del deseo de paz de todos los pueblos.
Es hermoso estar aquí juntos, llevando en el corazón y al corazón de Roma los rostros de las personas que tenemos a nuestro cargo. Y, sobre todo, es importante rezar y compartir, claramente y con sinceridad, las preocupaciones por el presente y el futuro de nuestro mundo. En estos días, muchos creyentes se han reunido, manifestando cómo la oración es la fuerza humilde que da la paz y quita el odio de los corazones. En varios encuentros se expresó también la convicción de que es necesario cambiar las relaciones entre los pueblos y de los pueblos con la tierra. Porque aquí hoy, juntos, soñamos pueblos hermanos y una tierra futura.
Pueblos hermanos. Lo decimos teniendo el Coliseo a nuestras espaldas. Este anfiteatro, que en un pasado lejano, fue lugar de brutales entretenimientos de masas: combates entre hombres o entre hombres y animales. Un espectáculo fratricida, un juego mortal hecho con la vida de muchos. Pero también hoy se asiste a la violencia y a la guerra, al hermano que mata al hermano como si fuera un juego que miramos de lejos, indiferentes y convencidos de que nunca nos tocará. El dolor de losotros no nos urge. Y ni siquiera el dolor de los que han caído, de los migrantes, de los niños atrapados en las guerras, privados de la despreocupación de una infancia de juegos. Pero con la vida de los pueblos y de los niños no se puede jugar. No podemos permanecer indiferentes. Por el contrario, es necesario empatizar y reconocer la humanidad común a la que pertenecemos, con sus fatigas, sus luchas y sus fragilidades. Debemos pensar: “Todo esto me toca, hubiera podido suceder también aquí, también a mí”. Hoy, en la sociedad globalizada, que hace del dolor un espectáculo, pero no lo compadece, necesitamos “construir compasión”. Sentir con el otro, hacer propios sus sufrimientos, reconocer su rostro. Esta es la verdadera valentía, la valentía de la compasión, que nos lleva a ir más allá de la vida tranquila, más allá del no es asunto mío y del no me pertenece, para no dejar que la vida de los pueblos se reduzca a un juego entre los poderosos. No, la vida de los pueblos no es un juego, es cosa seria y nos concierne a todos; no se puede dejar en manos de los intereses de unos pocos o a merced de pasiones sectarias y nacionalistas.
Es la guerra la que se burla de la vida humana. Es la violencia, es el trágico y cada vez más prolífico comercio de las armas, el que se mueve a menudo en las sombras, alimentado de ríos subterráneos de dinero. Quiero reafirmar que «la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal». Debemos dejar de aceptarla con la mirada indiferente de las noticias y esforzarnos por verla con los ojos de los pueblos. Hace dos años, en Abu Dabi, con un querido hermano aquí presente, el Gran Imán de Al-Azhar, suplicamos la fraternidad humana por la paz, hablando «en el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las guerras» (Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común). Estamos llamados, como representantes de las religiones, a no ceder a los halagos del poder mundano, sino a ser voz de quienes no tienen voz, apoyo de los que sufren, abogados de los oprimidos, de las víctimas del odio, que son descartadas por los hombres en la tierra, pero preciosas ante Aquel que habita en los cielos. Hoy tienen miedo, porque en demasiadas partes del mundo, más que prevalecer el diálogo y la cooperación, retoma fuerza el enfrentamiento militar como instrumento decisivo para imponerse. [...].
Con palabras claras, exhortamos a deponer las armas, a reducir los gastos militares para proveer a las necesidades humanitarias y a convertir los instrumentos de muerte en instrumentos de vida. Que no sean palabras vacías, sino peticiones insistentes que elevamos por el bien de nuestros hermanos, contra la guerra y la muerte, en nombre de Aquel que es la paz y la vida. Menos armas y más comida, menos hipocresía y más transparencia, más vacunas distribuidas equitativamente y menos fusiles vendidos neciamente. Los tiempos nos piden que seamos voz de tantos creyentes, personas sencillas e inermes cansadas de la violencia, para que quienes tienen responsabilidades por el bien común no sólo se comprometan a condenar las guerras y el terrorismo, sino también a crear las condiciones para que no se extiendan[...].
Hermanos, hermanas, nuestro camino nos exige que purifiquemos el corazón constantemente. Francisco de Asís, mientras pedía a los suyos que vieran a los demás como «hermanos, en cuanto han sido creados por el mismo Creador», les recomendaba: «Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones». La paz no es principalmente un acuerdo que se negocia o un valor del que se habla, sino una actitud del corazón. Nace de la justicia, crece en la fraternidad, vive de la gratuidad. Impulsa a «servir a la verdad y declarar sin miedo ni ambages el mal cuando es mal, también y sobre todo cuando lo cometen quienes se profesan seguidores de nuestro mismo credo». Les ruego, en nombre de la paz, que en toda tradición religiosa desactivemos la tentación fundamentalista, cualquier insinuación a hacer del hermano un enemigo. Mientras muchos están atrapados por antagonismos, por facciones y maniobras partidistas, nosotros hacemos resonar aquel dicho del Imán Alí: “Las personas son de dos tipos: tus hermanos en la fe o tus semejantes en la humanidad”.
Pueblos hermanos para soñar la paz. Pero el sueño de la paz hoy se conjuga con otro, el sueño de la tierra futura. Es el compromiso por el cuidado de la creación, por la casa común que dejaremos a los jóvenes. Las religiones, cultivando una actitud contemplativa y no depredadora, están llamadas a ponerse a la escucha de los gemidos de la madre tierra, que sufre a causa de la violencia[...]. «Un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios» [...].
No podemos permanecer siempre sanos en un mundo enfermo. En los últimos tiempos muchos están enfermos de olvido, olvido de Dios y de los hermanos. Eso ha llevado a una carrera desenfrenada en pos de una autosuficiencia individual, degenerada en una avidez insaciable, de la cual la tierra que pisamos lleva las cicatrices, mientras el aire que respiramos está lleno de sustancias tóxicas y pobre de solidaridad. De este modo, hemos arrojado en la creación la contaminación de nuestro corazón. En este clima deteriorado, consuela pensar que las mismas preocupaciones y el mismo compromiso están madurando y convirtiéndose en patrimonio común de tantas religiones. La oración y la acción pueden reorientar el curso de la historia. ¡Ánimo! Hermanos y hermanas tenemos ante nuestros ojos una visión, que es la misma de numerosos jóvenes y hombres de buena voluntad: la tierra como casa común, habitada por pueblos hermanos. Sí, soñamos religiones hermanas y pueblos hermanos. Religiones hermanas, que ayuden a los pueblos a ser hermanos en paz, custodios reconciliados de la casa común de la creación. Gracias.
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Mensaje de Papa Francisco para la celebración de la 55 Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2022. Diálogo entre generaciones, educación y trabajo: instrumentos para construir una paz duradera
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