Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Todo ser humano vive de esperanza

Il coraggio e la paura 19.04.2025 Vito Mancuso Traducido por: Jpic-jp.org

El Papa Francisco puso «Peregrinos de esperanza» como lema del año jubilar; para los católicos, la esperanza es una virtud teologal, lo que da la falsa impresión de que sólo es atribuible a los cristianos; en realidad, todo ser humano «la tiene y vive de ella». Este es el punto de vista de un filósofo.

Todo ser humano tiene una y vive de ella, dado que somos nuestros deseos y que la suma total de los deseos constituye la meta hacia la que nos esforzamos, lo que puede llamarse esperanza; sin embargo, lo que hace de esta esperanza una virtud es la esperanza en el bien, en la posibilidad de un cambio real a favor de una mayor justicia. También aquí se mide el valor del ser humano y de su pensamiento.

No es casual que Kant situara la esperanza entre los tres objetos por excelencia del pensamiento, junto con el conocimiento y la ética, como leemos en un pasaje de la Crítica de la razón pura en la que presenta las tres preguntas fundamentales que todo ser humano debe plantearse: «Todo interés de mi razón (tanto la especulativa como la práctica) se concentra en las tres preguntas siguientes: 1-. ¿Qué puedo saber? 2-. ¿Qué debo hacer? 3-. ¿Qué puedo esperar?». El uso de la primera persona del singular señala que lo que está en juego aquí no son disquisiciones académicas, sino la existencia concreta aquí y ahora en busca de un sentido para el que y por el que vivir. Más tarde, Kant reformuló el pensamiento de la siguiente manera: «El campo de la filosofía se remonta a los siguientes problemas: 1-. ¿Qué puedo conocer? 2-. ¿Qué debo hacer? 3-. ¿Qué puedo esperar? 4-. ¿Qué es el hombre? A la primera pregunta responde la metafísica, a la segunda la moral, a la tercera la religión y a la cuarta la antropología. Pero, en definitiva, todo este asunto podría adscribirse a la antropología, porque las tres primeras preguntas se relacionan con la cuarta».  

Se trata, pues, en última instancia, de una cuestión de antropología, pero no como disciplina académica, sino como pregunta existencial que la situación límite intuye aquí y ahora para la conciencia de todos: tú, ¿qué ser humano eres? Nuestra identidad no es estática sino dinámica, es decir, determinada por la nebulosa de necesidades-deseos-aspiraciones que convocan nuestro caos interior y le dan dirección y forma. Nuestra identidad más verdadera viene dada por nuestra esperanza. Entonces, ¿cuándo cambia un ser humano?

Un ser humano cambia cuando cambia sus deseos, cuya suma se llama esperanza, que, en lugar de tender hacia las necesidades, se elevan y se convierten en aspiraciones, de modo que, en lugar de sentir el deseo irrefrenable del enésimo par de zapatos o de un bolso o de una camisa, o de un puesto o de un reconocimiento o de un aplauso, empieza a sentir el deseo de menos zapatos, menos bolsos, menos camisas, menos puestos, menos reconocimientos, menos aplausos, menos todo, sólo cosas reales, por favor, sólo cosas reales y personas reales, por favor: música real, páginas reales, amigos reales, relaciones reales. La vida real.

Leí en alguna parte que, según Isidoro de Sevilla, erudito del siglo VI y experto en etimologías, la palabra esperanza, en latín spes, viene de pes, pie; fundada o no, la etimología es sugerente: la esperanza es lo que hace caminar por la vida. Sin esperanza, no se camina. Una famosa página de Esquilo sobre Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, lo confirma. Mientras estaba encadenado en una montaña del Cáucaso por orden de Zeus, con un águila que durante el día le come el hígado, el mismo que vuelve a crecer por la noche, una corifea le pregunta la razón de su estado y Prometeo le responde que fue castigado por apiadarse de los seres humanos: «Los hombres siempre tuvieron, fija, ante sus ojos la muerte: yo hice cesar esa mirada». La corifea le pregunta: «¿Y qué remedio has encontrado para este mal?». Respuesta: «Hice habitar en ellos las ciegas esperanzas». Sólo en este momento añade Prometeo: «Y luego les procuré el fuego».

Antes de dar el fuego a los hombres, Prometeo les dio la esperanza, que se llama ciega no porque sea fatua, sino por definición: la esperanza, en efecto, no ve cómo se acabarán las cosas. Es ciega, pero es fuerte y da fuerza, hasta el punto de que el propio uso del fuego requiere su presencia por la confianza en que la obra será fructífera.

La esperanza siempre ha estado ligada a la esencia de la humanidad, como enseñan Esquilo, Kant y las tradiciones espirituales. La esperanza y el fuego, la confianza y la tecnología, la sabiduría y la ciencia, deben volver a estar estrechamente conectadas en la sociedad y, aún antes, en la existencia de cada uno de nosotros.

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