Son muchos, aunque no cuantificados, los intentos de atacar a los religiosos y sus colaboradores laicos que han optado por un compromiso misionero constante y diario, orientado a construir el diálogo y el compartir. Una obra que pocas veces se cuenta, pero que siembra semillas de paz y esperanza. ¿Por qué?
Su trabajo ha vuelto en las primeras páginas por la misionera laica, Nadia De Munari, asesinada el pasado mes de abril en Chimbote - a seis horas de la capital Lima, Perú - donde dirigía seis jardines de infancia con más de 500 niños y por Christian Carlassare. Este comboniano, nominado el 8 de marzo por el Papa Francisco a la edad de tan solo 43 años obispo de Rumbek en Sudán del Sur, donde lleva más de quince años, fue atacado por un grupo armado que le disparó varios tiros en las piernas con la clara intención de intimidarlo.
Los misioneros - sacerdotes, laicos y religiosos - que perdieron la vida en sus campos de trabajo en América Latina, África y Asia fueron 20 en 2020. En veinte años, de 2000 a 2020, fueron 535 los asesinados en todo el mundo. Laicos y pastores, incluidos cinco obispos. El número de misioneros laicos que trabajan en el mundo es de 376.188.
Esta violencia contra los trabajadores pastorales no se limita a los extranjeros, sino que se alcanza también a los locales. En Nigeria, alrededor de 20 sacerdotes, incluidos ocho seminaristas, han sido asesinados en los últimos cinco años y más de 50 han sido secuestrados; desde junio de 2015 ha habido entre 11.500 y 12.000 muertes de cristianos debido a pastores yihadistas fulani, a Boko Haram y a "bandidos callejeros".
El caso de Nigeria es significativo porque indica que la violencia contra misioneros, sacerdotes, agentes pastorales, simples fieles no està separada de las situaciones de crisis y conflicto que atenazan en su conjunto a la sociedad en la que viven. En confirmación de esta percepción, The Guardian informa que, en 2019, más de 300 activistas de derechos humanos fueron asesinados y en el norte de Nigeria, son principalmente los cristianos Igbo a ser atropellados y secuestrados. Las víctimas a menudo son separadas a punta de arma de fuego según su tribu y religión. Muchos de ellos son víctimas por intentos de hurto o atraco, secuestros o implicados en tiroteos en contextos caracterizados por la pobreza y la degradación económica.
El escenario en el que se desarrolla esta violencia suele estar marcado por ideologías distorsionadas, falsa religiosidad e intereses económicos concretos que sirven de pretexto para abusos contra los derechos humanos y la dignidad de las personas. Repubblica, un diario italiano reporta, por ejemplo, la denuncia de la ONG Land Matrix: Chi si è mangiato l'Africa: in 20 anni ceduti a società straniere 30 milioni di ettari di terra – ¿Quien se comió a África? En 20 años empresas extranjeras se han posesionado de 30 millones de hectáreas de tierra- , un área más grande que Italia en la que asiáticos, europeos, emiratíes, libaneses y estadounidenses explotan las selvas y algo más.
El acaparamiento de tierras es un fenómeno en expansión que, entre otras cosas, crea grandes riesgos para el medio ambiente y provoca la migración económica debido al cambio climático y plantea una amenaza que no parece tan lejana. Con cientos de millones de personas hambrientas, una población en crecimiento y los efectos devastadores de la agricultura en el medio ambiente: ¿hasta cuándo tendremos suficientes alimentos para todos?
Esta es la pregunta que surge cada vez que hablamos de hambre, escasez de agua o cambio climático: "¿Realmente estamos siendo demasiados para que todos podamos comer?". Y, muchos, demasiados, apuntan rápidamente con el dedo al crecimiento de la población. La limitación de los nacimientos (véase el único hijo de China) o el aborto se han considerado una panacea para el problema demográfico. Y así, según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), cada año se realizan entre 40 y 56 millones de abortos, 153.425 por día, 6.393 por hora.
Y esto cuando todo el mundo sabe que desde la década de 1960, el crecimiento mundial de la producción de alimentos ha superado el crecimiento de la población. Son los sistemas alimentarios actuales los que, con una distribución de alimentos muy desigual, han dado paso al hambre y la desnutrición: en 2019, 690 millones de adultos, o el 8,9% de la población mundial, y el 7% de los niños menores de cinco años estaban desnutridos. Los cambios culturales en la nutrición y la cantidad de alimentos consumidos han hecho que el 40% de los adultos tengan sobrepeso, mientras que más de 3.000 millones de personas consumen dietas poco saludables. Además, los costos insostenibles de la producción de alimentos se deben a las enormes pérdidas en la producción y a su desperdicio.
El crecimiento de la población es sin duda un motor importante del aumento de la demanda de alimentos (ver Population, food security, nutrition and sustainable development), pero el problema real son los sistemas de producción de alimentos, que también son una de las principales causas de la pérdida de biodiversidad y de la contaminación del aire y del agua.
Durante su cumbre de abril pasado, la Comision de la ONU sobre poblacion y desarrollo, por primera vez en su historia, examinó la alimentación y la nutrición en el contexto del desarrollo sostenible con el intento de comprobar si las políticas y programas de alimentación y nutrición promueven la producción y el consumo sostenibles, la salud materna y neonatal, la nutrición de los niños, el empoderamiento de la mujer, todo en vista de la próxima Cumbre sobre sistemas alimentarios.
En su lenguaje verbal, elusivo y diplomático, fue como si por primera vez la ONU reconociera que demasiadas personas en el mundo no son el problema. Lo son los actuales sistemas de producción de alimentos que, en lugar de preocuparse por las personas, piensan solo en sus ganancias inmediatas y obviamente atacan con violencia bajo sutiles pretextos a sacerdotes, activistas religiosos y sociales en cuanto denuncian los intereses ideológicos, geopolíticos y económicos concretos, escondido detrás de los que cometen materialmente la violencia.
El diablo enseña a hacer las ollas pero no las tapas, nos recuerda un dicho popular. La seguridad alimentaria es, por cierto, una amenaza para el futuro, el crecimiento de la población también un hecho y la responsabilidad de abordar ambos problemas concierne a todos. Sin embargo, reprimir la voz del que dice la verdad no es la solución. No intentes lo que no puedes lograr, dice un proverbio yoruba, es decir, no trates de tapar el sol con dos dedos.
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