La Cumbre del Clima (COP25) de diciembre, celebrada en Madrid debido a las dificultades sociales en Chile, ha aportado muy poco para luchar contra la grave crisis ecológica que vive el planeta.
La primera vez que me adentré en la selva de la República Democrática de Congo me aconsejaron que abriera bien los ojos, porque “la serpiente más peligrosa es la que no se ve. Si la ves, actúas inmediatamente y escapas del peligro”. Recuerdo ahora esta anécdota, tras participar en la pasada Cumbre del Clima (COP25), porque creo que los líderes políticos reunidos en Madrid no han visto la serpiente. Da la sensación de que están ciegos y sordos, preocupados tan solo por defender sus intereses egoístas sin ver el sufrimiento de tantos millones de personas a causa del cambio climático y sin escuchar a los científicos que, en su inmensa mayoría, certifican cómo el calentamiento global producto de la actividad humana está destruyendo el planeta. Las delegaciones de los cerca de 200 países presentes en la cumbre solo han conseguido un acuerdo de mínimos y los buenos deseos de tener en el futuro más ambición para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero sin consenso sobre el objetivo principal del encuentro: la regulación de los mercados de CO2.
Perdonen mi falta de humildad, pero yo había intuido este fiasco antes del 15 de diciembre, día de la clausura. Mientras comía en la food area de la cumbre me di cuenta de que mucha gente dejaba comida abandonada en las mesas. Le pregunté a una camarera y me confirmó que cada día iban a la basura grandes cantidades de alimentos. Entonces dudé y me dije a mí mismo: “No creo que quienes tiran la comida tengan la sensibilidad suficiente para encontrar soluciones al complicado desafío del cambio climático, que va a exigir enormes sacrificios a todos”.
En su última comparecencia, la presidenta de la COP25 y ministra chilena de Medio Ambiente, Carolina Schmidt, tuvo que reconocerlo: “No estamos satisfechos”, mientras que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se mostraba abiertamente “decepcionado”. Pero los calificativos más duros vienen de los colectivos ciudadanos, que hablan abiertamente de fracaso e incluso de la inutilidad de este tipo de encuentros multilaterales. ¿Para qué la presencia de miles de delegados llegados de todo el mundo al enmoquetado suelo de la Feria de Madrid? ¿Para qué “malgastar” tantos millones de dólares en la organización del encuentro? Es muy probable que esta cumbre pase a la historia por la doble traición a su lema, #TiempoDeActuar (#TimeForAcction), y a los millones de personas que esperábamos un claro y definitivo cambio de rumbo. Somos unos ilusos por confiar en gente atada de pies y manos por intereses ocultos.
¿Y ahora qué? Nunca hemos estado peor. Se contabilizan ya 25 cumbres del clima durante el último cuarto de siglo y sin embargo, en el año 2019 el planeta ha batido el récord en la concentración media diaria de dióxido de carbono, 414 partes por millón (ppm), el valor máximo desde que existe la humanidad. Hay que remontarse tres millones de años en la historia del planeta para encontrar valores parecidos.
Da rabia, porque las delegaciones de algunos de los países más contaminantes son precisamente las que más han torpedeado las negociaciones. Estoy hablando, por supuesto, de China y EE.UU., los dos principales contaminantes del planeta que juntos son responsables del 45% de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero también de países como India, Australia, Rusia, Arabia Saudí o Brasil. Independientemente de la ideología de sus Gobiernos, todos parecen rehenes de las grandes multinacionales -sobre todo aquellas dedicadas a la extracción de combustibles fósiles- y de ese modelo económico suicida que domina el mundo. Seguimos insistiendo locamente en basar el bienestar y el desarrollo en un consumismo y en un crecimiento que son insostenibles e imposible de hacerlos extensibles a toda la humanidad, porque los recursos son limitados. Lo sabemos cada vez con más claridad, pero seguimos sin hacer nada para cambiarlo. El que insiste en una mentira, sabiendo que es una mentira, está cerca de la paranoia. Pues bien, ese parece ser el estado de nuestro mundo.
Si los países más contaminantes son los que menos sufren las consecuencias de la contaminación y los que más recursos tienen para combatirla, lo contrario también es verdad. Los países menos contaminantes son los que más están sufriendo las consecuencias del calentamiento global: inseguridad alimentaria, disminución de la disponibilidad del agua, contaminación del aire, refugiados climáticos, degradación de los ecosistemas, etc. En África, un continente que apenas contribuye con el 4% de las emisiones contaminantes, se encuentran siete de los 10 países más amenazados del mundo: Sierra Leona, Sudán del Sur, Nigeria, Chad, Etiopía, República Centroafricana y Eritrea.
El pasado mes de octubre, en el norte de Sudán, visité un proyecto desarrollado por Cruz Roja de resiliencia al cambio climático. Encontramos agricultores y ganaderos luchando contra la falta de agua y de pastos, contra la poca fertilidad de las semillas, contra las dunas que amenazan sus cultivos y hogares. Muchos de ellos ni siquiera sospechan que aquellos síntomas sean consecuencia de un problema global en este mundo interconectado e injusto.
Bueno, tal vez estoy hablando demasiado y externalizando a los culpables cuando yo mismo soy cómplice. Viajo en avión con frecuencia y no renuncio a coger el coche cuando considero que puedo ahorrarme unos minutitos con respecto al transporte público. Tal vez yo tampoco he visto la serpiente y necesito todavía abrir los ojos para implementar en mi vida acciones transformadoras mucho más ecológicas y respetuosas con el planeta. Sería más feliz.
De todo lo que nos ha dejado la COP25, creo que lo más positivo es la existencia de colectivos ciudadanos despiertos y de una juventud activa que sí han visto a la serpiente y que son conscientes de la crisis climática que estamos viviendo. En ellos está nuestra esperanza. Que no bajen los brazos y sigan presionando, manifestándose a tiempo y a contratiempo, e increpando a los líderes políticos hasta que abran los ojos. Solo entonces actuarán. Esperemos que no sea demasiado tarde.
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