Una nueva Guerra Fría, esta vez entre Estados Unidos y China, amenaza con paralizar el órgano más poderoso de la ONU, mientras los conflictos militares y las guerras civiles se extienden por todo el mundo, principalmente en África, Medio Oriente y América Latina.
Las crecientes críticas contra el Consejo de Seguridad se dirigen en gran medida a sus fracasos colectivos a la hora de resolver los conflictos y las crisis políticas en curso en varios puntos conflictivos, como Siria, Yemen, Afganistán, Iraq, Myanmar, Somalia, Sudán del Sur, Ucrania y Libia, que se suma a su crónica derrota en resolver el caso de Palestina.
Se espera que continúen las fuertes divisiones entre China y Rusia, por un lado, y las potencias occidentales, por otro, lo que lleva a una pregunta clave: ¿Sobrevive el Consejo de Seguridad a su utilidad o, dicho con otras palabras, ha perdido su credibilidad política?
Las cinco grandes potencias y miembros permanentes y con poder de veto en el Consejo de Seguridad (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) arrojan cada vez más descaradamente sus brazos protectores alrededor de sus aliados, a pesar de las crecientes acusaciones de crímenes de guerra, genocidio y violaciones de los derechos humanos contra algunos de esos países.
El 6 de abril, Yasmine Ahmed, directora en Reino Unido de la organización internacional Human Rights Watch, pidió al gobierno de Londres “que se convierta en el principal responsable de Myanmar y comience a negociar un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad sobre un embargo de armas y sanciones específicas contra el ejército”. Más de 580 personas, incluidos niños, han sido asesinadas desde el golpe de Estado del 1 de febrero en la antigua Birmania. “Es hora de que el Consejo de Seguridad haga algo más que declaraciones y empiece a trabajar para conseguir una acción sustantiva”, advirtió.
Pero en la mayoría de estos conflictos, incluido el de Myanmar, los embargos de armas son muy poco probables porque los principales proveedores de armas a las partes en conflicto son justamente esos cinco integrantes permanentes del Consejo de Seguridad, conocidos como el P5, a los que se suman en forma rotatoria otros 10 países.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha descrito el nuevo y creciente enfrentamiento como una batalla entre democracias y autocracias. En un análisis este mismo mes, The New York Times afirma que el alineamiento más llamativo de China es con Rusia, y que ambos países se están acercando tras la anexión rusa de Crimea en 2014. Beijing y Moscú también han anunciado que construirán conjuntamente una estación de investigación en la luna, preparando el terreno para competir con los programas espaciales de Estados Unidos.
“La amenaza de una coalición liderada por Estados Unidos que desafíe las políticas autoritarias de China no ha hecho más que reforzar la ambición de Beijing de ser el líder mundial de las naciones que se oponen a Washington y sus aliados”, afirma el diario.
Ian Williams, presidente de la Asociación de Prensa Extranjera, con sede en Nueva York, y autor de “Habla la ONU: La real historia de las Naciones Unidas en Paz y en Guerra”, dijo a IPS que en los primeros años, con una mayoría segura en la Asamblea General de la ONU, Washington podía fingir amplitud y evitar el uso del veto. Mientras los soviéticos recurrieron a él una y otra vez.
“Sin embargo, como ocurre con muchas cosas de la ONU y del derecho internacional, la excepción israelí hizo que Washington recuperara el tiempo perdido (en materia de vetos). Mientras, Rusia suma ahora a los vetos a Serbia o Siria”.
China evita utilizar el veto a menos que se mencione a Taiwán o al Tíbet. Antes había también un elemento ideológico: el Tercer Mundo, ahora el Sur global, y el Socialismo frente al Imperialismo.
“Pero ahora se trata de una cuestión transaccional: los poseedores del veto se ocupan de sus clientes y aliados, por lo que nadie debería hacerse ilusiones de que China y Rusia actúen de forma progresista y constructiva”, destacó Williams. “Estados Unidos no está en posición de señalar con el dedo el caso de Siria mientras protege a Arabia Saudí e Israel”.
“Pudiéramos esperar que la mayoría de los miembros (de la ONU) se indigne lo suficiente como para tratar de trasladar en hechos esa indignación. Pero, por desgracia, la experiencia histórica sugiere que muchos gobiernos tienen una tolerancia casi ilimitada con los asesinatos en masa en países lejanos y de los que saben poco”, señaló Williams antes de citar como ejemplos los casos de Darfur, los Balcanes, Ruanda y ahora Myanmar.
El avance sería que Washington dijera: “Acabad con la ocupación” e invitara a otros a unirse a la reafirmación de la Carta de la ONU, afirma Ian Williams. “Pero como no creo en el ratoncito Pérez, tendría que conformarme con una coalición de personas conscientes de la Asamblea General, unidas por la paz y la ley y el orden internacionales”, dijo irónico.
El mismo secretario general de la ONU, António Guterres, es consciente de la debilidad del organismo por los vetos cruzados de las grandes potencias ante las principales crisis mundiales.
Lo demostró el 29 de marzo, cuando respondió a preguntas de periodistas sobre la inacción del Consejo de Seguridad ante el golpe de Estado en Myanmar y la represión de los militares contra los manifestantes que exigen el retorno a la democracia y que ha ocasionado ya cientos de muertos.
“Necesitamos más unidad en la comunidad internacional. Necesitamos un mayor compromiso de la comunidad internacional para presionar con el fin de asegurar que la situación se revierta. Estoy muy preocupado. Veo, con mucha preocupación, el hecho de que, aparentemente, muchas de estas tendencias parecen irreversibles, pero la esperanza es lo último a lo que podemos renunciar”, dijo lo que en lenguaje diplomático representa un duro lamento.
Vijay Prashad, director ejecutivo del no gubernamental Instituto Tricontinental de Investigación Social, sostiene que la ONU es una institución esencial, un proceso, en muchos sentidos, más que una institución totalmente acabada. Las agencias de la ONU prestan un servicio vital a los pueblos del mundo, “y tenemos que hacer que estas instituciones sean más sólidas y asegurarnos de que impulsen un programa público que promueva los principales objetivos de la Carta de la ONU, a saber: mantener la paz, acabar con el hambre y el analfabetismo y sentar las bases de una vida rica”.
A su juicio, el Consejo de Seguridad es una víctima de las batallas políticas en el mundo. “No hay forma de construir un marco mejor para manejar las grandes diferencias de poder”, dijo Prashad - autor de libros, el más reciente de ellos “Balas de Washington”-, con historias sobre las actividades de la CIA, las intervenciones de la potencia estadounidense en el extranjero y su apoyo a diferentes golpes de Estado en el mundo. “Sería mucho mejor dar poder a la Asamblea General de la ONU, que es más democrática, pero desde la década de los 70 hemos visto cómo Estados Unidos, en particular, socavó a la Asamblea para propiciar que la toma de decisiones recaiga casi exclusivamente en el Consejo de Seguridad”, sentenció.
Desde la extinción de la Unión Soviética en 1991, dijo, el secretario general de la ONU se ha convertido en un subordinado del gobierno de Estados Unidos, “algo que vimos de forma chocante con el trato (de Washington) al ex secretario general Boutros Boutros-Ghali (1992-1996)”, al impedir su segundo periodo por sus posiciones independientes. En su opinión el nuevo “Grupo de Amigos para la Defensa de la Carta de la ONU”, que incluye a China y Rusia, es un avance.
Por su parte, la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, declaró el 31 de marzo que “sobre la colaboración con mis homólogos en el Consejo de Seguridad, sé que hay áreas -y esta es una discusión que he tenido- con mis colegas rusos y chinos, en que sabemos que hay líneas rojas”.
Detalló que “hay áreas en las que tenemos serias preocupaciones, y hemos sido abiertos y francos sobre esas preocupaciones. En China, lo que está ocurriendo con los uigures, por ejemplo. Con Rusia, en Siria, y hay muchos otros. Sabemos cuáles son las líneas rojas”. “Intentamos salvar esas diferencias, pero también tratamos de encontrar las áreas en las que tenemos puntos en común. Hemos sido capaces de encontrar un terreno común sobre Myanmar. Con los chinos, estamos trabajando sobre el cambio climático, de forma muy positiva. No estamos exactamente en el mismo lugar, pero es un área en la que podemos tener conversaciones”, añadió.
Como la representante de Estados Unidos ante la ONU, adujo “es mi responsabilidad encontrar un espacio común para que podamos alcanzar objetivos comunes, pero no dar a ninguno de los dos países un pase cuando están rompiendo los valores de los derechos humanos o empujando en direcciones que consideramos inaceptables”.
Remontándose a épocas pasadas, al momento más candente de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la década de los 60, la ONU era el campo de batalla ideológico sin exclusión de golpes entre Washington y Moscú, fuese en la Asamblea General o en la mesa del Consejo de Seguridad. La batalla más memorable tuvo lugar en octubre de 1962, cuando el políticamente afable embajador estadounidense Adlai Stevenson (1961-1965), dos veces candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, desafió al enviado soviético Valerian Zorin con la acusación de que Moscú había trasladado misiles nucleares a Cuba y a una distancia aniquiladora de Estados Unidos. En una reunión del Consejo de Seguridad, Stevenson amonestó a Zorin: “Le recuerdo que usted no negó la existencia de estas armas. Escuchamos que se habían convertido repentinamente en armas defensivas. Pero hoy, de nuevo, si le he oído bien, dice usted que no existen, o que no hemos demostrado que existan”. “Déjeme, señor”, dijo Stevenson, “hacerle una simple pregunta: ¿Niega usted, embajador Zorin, que la Unión Soviética haya emplazado y esté emplazando misiles de alcance medio e intermedio en Cuba? ¿Sí o no? No espere por la traducción: ¿Sí o no?”, insistió Stevenson con un tono de implícita arrogancia.
En ruso y a través de un intérprete de la ONU, Zorin replicó: “No estoy en un tribunal estadounidense, señor, y por lo tanto no deseo responder a una pregunta que se me plantea de la forma en que lo hace un fiscal. A su debido tiempo, señor, tendrá su respuesta. No se preocupe”.
Para no dejarse apabullar, Stevenson casi aulló: “Ahora mismo está usted ante el tribunal de la opinión mundial, y puede responder sí o no. Usted ha negado que existan. Quiero saber si le he entendido bien”.
Cuando Zorin volvió a decir que daría la respuesta “a su debido tiempo”, Stevenson respondió una frase que se hizo muy famosa: “Estoy dispuesto a esperar mi respuesta hasta que el infierno se congele”. Gracias a Estados Unidos, además de la ahora Rusia y China, la ONU y aún más su Consejo de Seguridad ha dejado de ser ese tribunal mundial, aún menos para dirimir la creciente guerra fría entre Beijing y Washington.
Ver Directorio político de la ONU sigue paralizado ante una nueva guerra fría
Deje un comentario