«Paz, dignidad e igualdad en un planeta sano» reza el lema de las Naciones Unidas. ¿Sigue vigente el papel de la ONU hoy? No ha estado, por cierto, a la altura del ideal utópico que dio a luz su existencia. Es de estas semanas el último escándalo: el Fondo de Pensiones de la ONU, cuyos activos ascienden a la asombrosa cifra de 88 300 millones de dólares, ha sido acusado de despedir a cuatro de sus empleados, por cuestionar la sensatez de sus políticas de inversión. Los despidos han sido criticados por dos sindicatos de personal que representan a más de 60 000 funcionarios de la ONU en todo el mundo. Pero como la democracia, por ahora no hay nada mejor que remplace la ONU.
La ONU u Organización de las Naciones Unidas es una organización internacional e intergubernamental cuya función primordial consiste en mantener la paz en el mundo y promover el entendimiento entre naciones y culturas. Hablamos de la organización internacional más grande del mundo, cuya célebre sede central se encuentra en la ciudad de Nueva York.
El año pasado contó con un presupuesto de tres mil cien millones de dólares, fondos que toma de las aportaciones voluntarias de sus países miembros. La ONU habría de armonizar las relaciones entre diferentes países para evitar, ante todo, el estallido de conflictos bélicos. De hecho, sus orígenes se remontan a la Segunda Guerra Mundial. La idea era evitar que volviesen a acontecer guerras tan destructivas y bárbaras como fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Es bien sabido de todos, cómo el primero de tales estallidos bélicos acabó con la noción de progreso y optimismo que había dominado la conciencia occidental desde finales del siglo XIX. La Primera Guerra Mundial sirvió para abrir los ojos a muchos, particularmente a las élites intelectuales, sobre la verdadera naturaleza del ser humano, su ser irremediablemente violento y egoísta, que parecía prometer un futuro lleno de discordia, muerte y destrucción. Con el final atómico de la Segunda Guerra Mundial, la propia naturaleza agresiva del animal humano parecía señalar ya a un apocalipsis nuclear, siempre presente en el horizonte durante la Guerra Fría y más que visible, de modo conspicuo, en el cine estadounidense hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989.
Sin duda, la ONU es una organización muy necesaria que ha servido para establecer diálogos entre posiciones y cosmovisiones antagónicas, pero lo cierto es que no ha podido impedir el surgimiento y desarrollo de importantes guerras a lo largo de las décadas.
Una de las debilidades más evidentes y llamativas de la ONU reside en la carencia de una fuerza necesaria para coartar los impulsos guerreros de ciertas naciones. Por poner un ejemplo, la guerra de Irak, que inició la administración Bush haciendo uso de todo el aparato bélico e institucional de Estados Unidos, fue declarada ilegal por Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU. La propia ONU votó en contra de la guerra, pero su posición no sirvió para detener a la primera potencia del mundo.
Esto nos retrotrae a la filosofía de Hobbes, para quien «el hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus), y necesita de un Leviatán (monstruo marino fabuloso que aparece en la Biblia) que imponga unos límites a las inclinaciones destructivas humanas. El Leviatán en Hobbes vendría a ser representado por el Estado, una entidad unitaria que impone una serie de conductas a la ciudadanía y que sirve para mantener la paz y promover la armonía social.
En el caso internacional, la ONU no ejerció como tal Leviatán en 2003, sino que dicho rol fue encarnado, más bien, por Estados Unidos, superpotencia que hizo lo que le venía en gana por el hecho de contar con una superior potencia bélica. En este caso concreto, como en muchos otros en los que la ONU se ha visto envuelta, ha predominado la ley del más fuerte. Y siempre y cuando es dicha ley la que prepondera, la ONU cuenta con serias dificultades para ejercer sus funciones de modo eficiente.
Otras críticas a las que ha sido sometida dicha organización es su predilección por el relativismo moral, algo que no es de extrañar dada la función intrínseca de la propia ONU, cuya intención es ejercer como árbitro entre puntos de vista divergentes. Por otro lado, dicho relativismo es típicamente moderno y liberal, no ajeno a la cultura occidental. Al igual que ocurre con el parlamentarismo, puede ser reducido, en términos filosóficos, a la teoría epistemológica de Kant, quien establece que no podemos tener acceso a la «cosa en sí» o comprender la realidad en términos absolutos. Por ende, se llega a entender la realidad solo de manera aproximada, en parte relativa y subjetiva, lo que no permite nunca llegar a acuerdos plenos o absolutos.
En otros muchos casos se ha criticado la supuesta corrupción de la ONU, su falta de espíritu democrático, las problemáticas a la hora de ejercer vetos, etc. En conclusión, debemos remarcar que la ONU ha sido una organización muy criticada pero que, a pesar de ello, es más que preferible que siga en pie antes que ser desmantelada por el cínico espíritu de los tiempos. Quizás no haya estado a la altura del ideal utópico que dio a luz su existencia. [Así, en una carta dirigida al secretario general, António Guterres, la presidenta del Comité Coordinador de Sindicatos y Asociaciones de Funcionarios Públicos Internacionales (CCISUA, en inglés), Nathalie Meynet, afirma que es alarmante saber que se despiden funcionarios por haber dado la voz de alarma a sus representantes. Según la clásica hipocresía de predicar bien, pero actuar mal]. Pero no por eso es una entidad prescindible en el marco internacional, ni mucho menos.
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