Leyendo al principio de su libro, el J´accuse (Yo acuso), ¿la solución para África es que se la deje en paz, por el daño perpetrado por Occidente desde la colonización a la actualidad?
No existe una solución sencilla. Vivimos en un mundo tan complejo que incluso la no intervención, por ejemplo con el tema del cambio climático, será peor. Tengo claro que dejar a África sola no es la solución. Sí que debería serlo cambiar la forma en la que nos acercamos a África, evitar la confrontación.
¿Es posible que Occidente cambie la forma de ver y tratar a los países de Africa?
Puede cambiar la forma de acercarse, de dirigirse a ellos. Abogo por un cambio en la comprensión: intentar que se comprenda que la situación en África, sus desafíos, la pobreza creciente, la malnutrición, el número de niños que nacen con bajo peso y que no se recuperan de por vida… tienen un origen y se perpetúan. Esa relación no cambiará en uno o dos años, pero sí se puede hacerlo.
¿Cuáles deberían ser los primeros pasos?
Ejercer una clarísima diferencia entre la ayuda en emergencias y el desarrollo a largo plazo, porque ambas suelen confundirse. Lo que hace Cruz Roja Internacional es maravilloso, igual que otras organizaciones, pero si das comida tienes que aceptar que la gente no vaya a cultivarla, a no ser que les digas que les vas a comprar su cosecha, o que les vas a ayudar a desarrollar su propia comida. Si sigues dándoles, cambias la forma en la que han vivido siempre. Además, hay que diferenciar entre el corto plazo, que es desesperado, y la ayuda a largo plazo, que debe abordarse de otra forma.
¿La existencia de organismos internacionales que pretenden erradicar el hambre no ayuda?
El Programa Mundial de Alimentos (PAM) da comida, pero no se creó para ayudar a los más pobres, sino para deshacerse del exceso de comida estadounidense. En mi libro El hambre del vecino. África arde, el Norte menciono cuatro informes en los que consta que en 1963, durante el vuelo que llevaba a Roma a Eugene McCarthy, junto al secretario de Estado de Agricultura, para representar al Gobierno de EE UU en el encuentro anual de la FAO, ambos discutían sobre cómo resolver la necesidad de dar más comida y la de deshacerse del superávit de alimentos de EE UU, generado por los precios garantizados a los granjeros estadounidenses. Lo discutieron durante las seis horas de vuelo. Al aterrizar en Roma llamaron al presidente Kennedy y le dijeron que iban a proponer la creación de una institución que comprara excedentes de comida de países como EE UU, Canadá, Australia, entre otros, para dárselo a países con déficit de alimentos. Y Kennedy dio su consentimiento.
Bill y Melinda Gates destinan millones a erradicar la malaria cuando usted asegura que es imposible lograrlo. ¿En qué grado de engaño cree que vivimos?
No existe nada sin sus consecuencias, y a menudo estas son inesperadas. La Fundación Gates ha invertido millones de dólares para desarrollar vacunas baratas, y subsidia a UNICEF al proveerles de las mismas. El número de vacunas en el mundo ha crecido, igual que el precio de las mismas (alrededor de un 300 %). El problema es que UNICEF ha creado una cadena de unidades refrigeradas, un sistema para transportarlas, un buen control del sistema en puertos y aeropuertos, todo fantástico, pero ese proceso no está al alcance de otras empresas u organizaciones que también quieren poner vacunas. ¿Qué interesa? ¿Que todo el mundo se vacune, o aceptar que el número de personas a las que se va a llegar será reducido? Es una elección diabólica.
Aporta datos contundentes: en África subsahariana mueren al día de hambre entre 6.000 y 8.000 personas. En 1980, África no importaba alimentos: hoy invierte 35 millones de euros al año en alimentos. Menos del 40 % tiene acceso a agua tratada. Solo el 30 % tiene acceso a condiciones de higiene, habiendo crecido apenas un 4 % desde 1990. ¿Es una visión negativa o las cosas van a peor?
Van a peor.
¿Cómo puede cambiar la situación?
Las soluciones pasan por animar y apoyar a las sociedades africanas para que adopten uniones crediticias y sistemas de ahorro. Aunque llamativas, las cifras en África son poco precisas. Por ejemplo, RD Congo no ha hecho un censo desde su independencia en el año 60. No conocemos la realidad, son estimaciones, pero la extrapolación de los datos de las organizaciones de la ONU y del Banco de Desarrollo Africano indican que el número de niños que están en situación de hambruna no ha cambiado mucho, es de alrededor del 40 o 50 % en países como Uganda, Ruanda, Tanzania o Etiopía. Mientras, aumenta el número de personas en pobreza absoluta, en situación de inseguridad alimentaria, son los que no saben si comerán mañana.
¿Por qué no puede controlarse la pobreza?
Factores externos. Por supuesto las guerras, Boko Haram en toda la región del Sahel. Somalia, en el Cuerno de África, es una zona de desastres desde hace décadas. La pobreza aumenta, y lo que creemos que está mejorando es lo que puede ser medido: el número de kilómetros de carretera, el de centros comerciales, el de Starbucks… Sabemos que en las zonas rurales las condiciones de vida están empeorando, es la realidad. Pero los donantes no quieren conocerla. En Tanzania hay una nueva ley que sanciona al que dé información negativa, la que el Gobierno considere peyorativa y te pueden meter en la cárcel. La verdad es muy peligrosa.
¿La ONU y la comunidad internacional han fracasado?
Sí. Pero los organismos de la ONU aseguran que la pobreza extrema se ha reducido.
Aumentan más rápido las necesidades que la ayuda que estamos dando porque las causas son acumulativas. En la Cumbre del Cambio Climático de París se dijo que con un incremento de 1,5 grados alcanzábamos la catástrofe. En la Antártida ya han superado los tres grados. En 30 años no habrá hielo, y ocurre lo mismo en África: no hay suficiente agua para una población que sigue creciendo.
¿Por qué no se adoptan acciones políticas?
A los políticos solo les importa ser reelegidos, no lo que ocurrirá en 20 años. Incluso hay algunos como el del pelo divertido [¿el estadounidense Trump o al británico Boris Johnson?] que no miran más allá de mañana. Los únicos que pueden pensar a largo plazo son la comunidad académica, la sociedad civil que incluye a las Iglesias, sindicatos… Además, la confianza de los Gobiernos en las instituciones internacionales es escasa. Cuando los jefes de Estado se reúnen en la Conferencia de París u otras hablan de generalidades, no resuelven nada. Alguien debería decirles: “Eres un bastardo, no voy a ayudarte ni apoyarte”.
Pero nadie hace eso.
Exactamente. Mucha de la ayuda que proporcionan los Gobiernos se destina a seguridad. Ayudan a la guardia costera en Libia para evitar que la gente escape, prohíben a los barcos de las oenegés que actúen, son devueltos a las milicias, que los reclutan para pelear contra otra milicia. Y, además, hay un mercado de esclavos en Libia. Ese es el resultado de las políticas de nuestros Gobiernos.
¿Qué ayuda a África? Usted apunta que por cada euro destinado a inversión allí, se evaden 5,5 euros como dividendos, intereses, corrupción, evasión de impuestos.
Los dos mejores ejemplos en la reducción de la desigualdad y la ayuda al autoabastecimiento son Ruanda y Etiopía. Pero no son democracias genuinas. Ruanda es una dictadura absoluta, y Etiopía lo era hasta hace poco. Ambos países han sido capaces de imponer una sólida reforma agrícola con el apoyo económico de la Fundación Gates que, por ejemplo, ha apoyado a la Agricultural Transformation Agency de Etiopía que atiende a 60.000 agricultores al año. En el caso de Ruanda, Kagamé, que no tiene ni idea de lo que son los derechos humanos, tiene a una excelente ministra de Agricultura que se ha convertido en la directora de Aggra, la Alianza para la Revolución Verde en África, con base en Nairobi. Se basa en que si tus raíces están en la agricultura, seas hombre o mujer, la tierra te pertenece al cumplir los 18 años.
¿El precio es permanecer ciegos ante esos dictadores?
Es que ya lo somos. Si no nos enfrentamos a temas como la propiedad privada o al cultivo de la tierra, no llegaremos a la revolución agrícola. El economista John Spiglitz dice: “Las élites en África no han querido resolver la cuestión de la propiedad de la tierra porque podría alienar a sus propios apoyos, a los jefes de las tribus”. El tema de la corrupción es mucho más complicado. Está la corrupción avariciosa y la corrupción por necesidad. La primera la ejemplifica el ministro que dice que va a comprar 10.000 pistolas MK40 y que tienes que poner por cada una de ellas 20 dólares en su cuenta en Suiza. Gobiernos, empresas y organizaciones son culpables de mantenerlo ahí. Y luego está la corrupción por necesidad, el funcionario que viene y me pide cinco dólares por haber olvidado poner una firma en un documento para que me deje entrar en el país. Le doy los cinco dólares y después descubro que no le habían pagado en tres meses.
Corrupción a todos los niveles, es el sistema…
La corrupción a un nivel muy pequeño es necesaria para sobrevivir. Los pobres están a merced de los menos pobres que, a su vez, están a merced de los que tienen un poco más. Es una cadena.
¿Qué cambios sugiere en la forma de tomar decisiones?
Los Gobiernos son iguales en todo el mundo. No les gusta la honestidad. Los Gobiernos no se enfrentan, se limitan a hacer conferencias. En 2003, 51 países en África firmaron la Declaración de Maputo en la que se comprometían a dar en una década un 10 % de sus presupuestos para desarrollo agrícola. 16 años después, solo siete lo están cumpliendo. No son serios respecto a la agricultura porque no logran ningún reconocimiento al decir que su país es pobre. El único que lo admite es Malaui porque las donaciones en ayudas son el 60 % de moneda extranjera.
Publicó en 1992 Ethiopia: the unnecessary tragedy, un documento más allá de los titulares del momento por la hambruna. ¿Se ha aprendido algo?
Hay buenas intenciones, pero cada vez más Gobiernos optan por lo que predijo Kissinger hace 25 años: la comida se va a convertir en un arma legítima de guerra. Y cuanto más control haya sobre las ayudas alimenticias, más poder tendrá el que esté en el poder. Es lo que está ocurriendo ahora.
¿Y más acción desde Occidente, para apoyar una transformación desde dentro?
No creo que pueda venir desde dentro del sistema, y por eso soy tan crítico con las organizaciones. Son los Misioneros Combonianos y grupos de esta naturaleza los que deben gritar: “Esto no está bien”. Por qué no involucrarles en operaciones de desarrollo, instalando cooperativas para producir legumbres, tomates, producción no química de fertilizantes… Todo eso será desarrollo. Pero, por el momento, no estamos involucrando a las organizaciones correctas.
Vea el original en Mundo Negro: “La comida será un arma legítima de guerra”
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