Un día, una mujer salió de su casa y vio a tres ancianos de larga barba blanca sentados afuera. La mujer no los conocía.
Ella: «Creo que no los conozco, pero deben de tener hambre, entren por favor y les daré algo de comer».
Ellos (los ancianos): «¿Están en casa los niños?»
Ella: «No, han salido».
Ellos: «Entonces no podemos entrar».
Al final de la tarde, cuando los niños vuelven de la escuela, la mujer les cuenta su diálogo con los tres hombres.
Los niños: «¡Ve a decirles que estamos en casa, mamá, e invítalos a entrar!»
La mujer sale e invita a los hombres a entrar en casa.
Ellos: «Casi nunca entramos juntos en una casa».
Uno de los ancianos explica: «Su nombre es Riqueza», dice, señalando a uno de sus amigos y al otro, «Él es Éxito, y yo soy Amor».
Y añadió: «Vuelve a casa y habla con los niños para saber a cuál de nosotros quieren en su casa».
La mujer vuelve a entrar y cuenta lo que le han dicho.
Los niños: «¡Qué extraño! Ya que es así, ¡vamos a invitar a Riqueza!»
La madre discrepa: «¿Por qué no invitamos a Éxito? A su padre le vendría bien un poco de ello en su negocio».
La más pequeña, Raffie, que aún se chupa el dedo, también toma la palabra: «Vollo mamor, vollo mamor...».
Madre e hijos se derriten al ver tantos mimos y la madre sale para invitar a Amor a entrar. Amor se levanta y empieza a caminar hacia la casa. Los otros dos también se levantan y le siguen.
Asombrada, la mujer pregunta a Riqueza y Éxito:
«Yo sólo invité a Amor. ¿Por qué vienen ustedes también?»
Los ancianos responden juntos: «Si hubieras invitado a Riqueza o Éxito, los otros dos nos habríamos quedado afuera, pero tú has invitado al Amor y donde él vaya, nosotros vamos con él, porque donde encuentres Amor, también encontrarás Riqueza y Éxito».
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