Érase una vez un leopardo. Tenía un enorme cocotero lleno de cocos. Pero, tacaño como era, prohibió que nadie tocara sus cocos y amenazó con matar a quien lo hiciera. El cuento nos recuerda: «No confíes en un mentiroso, aun cuando diga la verdad» (Makua, Mozambique) y «No se conoce a un verdadero amigo que en los malos momentos».
La tortuga también era consciente de la prohibición, pero cuando vio los cocos maduros, no pudo resistir más la tentación. Se acercó al perro, su buen amigo, y le dijo: «Querido amigo, los cocos del leopardo están listos. ¿Te gustaría comer algunos?»
«Hace tiempo que lo quiero», confesó el perro, «pero tengo miedo».
«Si vienes, intentaré conseguir algunos. Vayamos mañana», concluyó la tortuga. «Sin embargo, debemos partir muy temprano».
A la mañana siguiente, al amanecer, se pusieron en camino. La tortuga llevaba su vieja mochila bajo el brazo y dijo: «Escucha, amigo. Tengo un consejo para ti. Puede que te caiga un coco en la cabeza mientras estamos bajo el cocotero; prométeme que no gritarás, sino que lo soportarás pacientemente, diciéndote a ti mismo: Makembekembe ma motu la motu». El perro respondió: «¿Por qué iba a gritar? Sé que el leopardo podría oírnos y nos despedazaría en un momento».
«Es verdad», dijo la tortuga, «pero tú podrías salvarte corriendo como el viento, mientras que a mí me atraparían sin duda».
Llegaron bajo el cocotero. Había hermosos cocos en el suelo y en abundancia. La tortuga empezó a recogerlos y a meterlos en su mochila. El perro también se alegró tanto al recogerlos que a la tortuga le costaba mucho tenerlo tranquilo. De repente se oyó un crujido en las hojas y un gran coco cayó sobre el caparazón de la tortuga, quien se limitó a recogerla susurrando: «Makembekembe ma motu ...». Luego le dijo al perro: «¿Ves? Tú puedes hacer lo mismo».
Poco después volvió a oírse un crujido entre las hojas y cayó otro coco, pero esta vez golpeó al perro en la cabeza: «¡Ahi! Ahi!», gritó él y tirando su mochila corrió a su casa.
«¡Caramba! Estoy perdida», se dijo la tortuga que ya había oído llegar al leopardo. Llegó justo a tiempo de esconderse bajo las hojas cuando el leopardo llegó.
Inmediatamente encontró la mochila del perro. «Así que aquí hay ladrones», pensó con rabia. Pagarán por esto». Empezó a buscar, pero en vano. Mientras tanto, la tortuga se había refugiado bajo las raíces del cocotero.
El leopardo estaba a punto de marcharse cuando un pajarillo verde y blanco empezó a cantar: «¡Bajo el árbol! ¡Bajo el árbol!» El leopardo empezó a cavar con sus garras hasta que descubrió a la pobre tortuga. «¡Ah! gritó triunfante, «Tú eres el ladrón. Ahora te llevaré a mi casa y ya verás». Estaba a punto de meterla en su nueva mochila cuando la tortuga le dijo: «Mi querido amigo, no me metas en tu mochila, te la estropearé; méteme en esta vieja mía».
«Tienes razón», dijo el leopardo. «También quedarás bien en la vieja».
La tortuga sabía que su vieja mochila tenía un agujero por el que podía escapar. Se puso de inmediato a la obra: movió unas cuerdas, cortó otras y consiguió dejarse caer sobre la hierba.
Corrió tan cómo pudo a su casa, descansó un poco para recuperarse del susto y luego fue a ver a su amigo el perro para echarle la bronca. Mientras tanto, el leopardo también había llegado a casa e inmediatamente ordenó poner agua a hervir sobre el fuego. Luego envió a invitar a sus amigos para que vinieran a la fiesta y comieran juntos la tortuga.
Los invitados llegaron. Cuando el agua empezó a hervir, el leopardo abrió sin pensarlo dos veces su mochila. Pero la tortuga ya no estaba. Rebuscó desesperadamente entre las hojas y los cocos que caían ruidosamente por el agujero hasta el suelo. Entonces se dio cuenta de cómo había escapado su presa. Los invitados no pudieron contener la risa y algunos hasta acusaron al leopardo de burlarse de ellos. Así que, entre abucheos e insultos, se marcharon.
El leopardo, furioso, se tumbó en su lecho y meditó cómo vengarse.
La desventura no afectó en absoluto a la amistad entre el perro y la tortuga. Al contrario, siguieron visitándose, comentando alegremente su fracasada aventura. El perro aprovechaba cada momento para prometer que, después de esta experiencia, no diría ni una palabra, aunque le cayeran cien cocos en la cabeza. Así que, al final, acordaron intentar una segunda expedición. El día señalado partieron hacia el cocotero.
La tortuga llevaba una gran bolsa para recoger los cocos y se esforzara de tener al perro cerca para evitar que hiciera más errores. Encontraron muchos cocos y se apresuraron para marcharse cuanto antes. Pero justo cuando se iban, oyeron el crujido habitual y un coco cayó sobre el lomo del perro quien echó a correr aullando. La tortuga no tuvo tiempo de mirar atrás que ya estaba entre las garras del leopardo que se la llevó corriendo a su casa con alegría.
El perro no había ido muy lejos y escondido detrás de un arbusto vio cómo el leopardo metía la tortuga en su nueva mochila. Sintió remordimientos y empezó a pensar seriamente en cómo salvar a su amiga. ¿Qué podía hacer?
Fue a pedir consejo al hechicero. El hechicero cogió unos largos collares de conchas, les añadió cascabeles y otras baratijas que hicieran ruido, y envolvió todo alrededor del perro, disfrazándolo muy bien. Le ató a la cola una calabaza llena de guijarros y le dio las instrucciones del uso. «Ve inmediatamente al río y escóndete allí. Dentro de un rato vendrán los sirvientes del leopardo a sacar agua; cuando estén cerca, salta sobre ellos, ladrando y retorciéndote como un loco. Todos huirán; ni siquiera el león podrá resistirse en verte», dijo el hechicero.
El plan le gustó al perro quien enseguida fue al río. Mientras tanto, el leopardo, llegado a su casa, reunió de nuevo a sus amigos. Encendió un buen fuego mientras tenía controlada a su presa y, a los invitados reunidos, les mostró la tortuga. Llegó el momento de ponerla en la olla cuando se dio cuenta de que no había agua. Inmediatamente envió a sus sirvientes al río.
Mientras tanto, les contaba cómo había atrapado al ladrón. Todavía estaba contando algunos detalles de la historia cuando los criados volvieron corriendo con fuertes gritos de horror. No pudieron contenerse y balbucearon que en el río había un monstruo tan terrible que, por milagro, no habían muerto de miedo.
«¡Tonterías!», dijo el leopardo y pidió a unos amigos que fueran a sacar agua. Pero pronto regresaron también ellos, fuera de sí por el susto, y confirmaron el relato de los criados. Entonces el león se levantó y dijo con desprecio: «¡Iré yo mismo! ¿Qué monstruo se atrevería a enfrentarse a mí?». Pero pronto regresó también él, tembloroso y con la melena desgreñada.
Todos quedaron horrorizados. «En toda mi vida», dijo el león, «nunca me había ocurrido nada parecido. Tiene que haber algo de brujería, porque lo que vi no era una bestia, sino un monstruo horrible que saltó sobre mí y me hizo caer aterrorizado. Pero me levanté con valentía y logré escapar».
El leopardo estaba fuera de sí. Ya nadie se atrevía a ir al río. Todos hablaban del terrible monstruo como si lo hubieran visto. El leopardo también tenía miedo, pero se le ocurrió una idea. Se puso en medio de los invitados y dijo: «Queridos amigos, gracias por venir e intentar ayudarme. Yo también creo que en el río hay una bestia tan terrible que asusta incluso al león. Pero estoy convencido de que, si vamos todos juntos, podremos atraparla, matarla y tendremos un bocado más para nuestra cena».
Un murmullo general siguió a este discurso. Los animales se consultaron entre sí: los más fuertes decidieron intentar la hazaña y los más tímidos se les unieron. Al final, todo el grupo se puso en marcha con el león y el elefante a la cabeza seguidos del leopardo.
Un pensamiento les dominaba a todos: «¿Qué pasará cuando lleguemos al río?» Cuando el último animal hubo abandonado la casa, la tortuga también se puso en marcha, pero en dirección contraria. Había adivinado la estratagema del perro para salvarle. Pero ¿cómo le iría ahora frente a todo el ejército del bosque? Ahora era ella quien se preocupaba por la seguridad de su amigo. Pero a lo largo del sendero del bosque, el perro salió a su encuentro, sorprendido pero feliz de verla sana y salva.
El leopardo y sus amigos se quedaron atónitos cuando, al llegar al río, lo encontraron todo tranquilo y en plena calma. Se volvieron decepcionados, mientras el leopardo sonreía bajo el bigote, pensando en la tortuga que iba a cocinar. Pero ya no se rió cuando en casa comprobó que la tortuga se había vuelto a escapar.
Entonces todos se marcharon profiriendo insultos y jurando que nunca más aceptarían una invitación suya. En cambio, el perro y la tortuga se alegraron mucho de volver a casa sanos y salvos. «Perdóname», dijo el perro. «No importa», respondió la tortuga, «has sido bueno y me has salvado la vida. Pero ya no iremos más a robar cocos. Es demasiado peligroso». (Cuento popular del pueblo kikuyu, Kenia - Pixabay)
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