Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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La historia de la caja

Newsletter Missionari Comboniani 27.06.2024 Equipe dei Missionari Comboniani Traducido por: Jpic-jp.org

Ella le respondió, sonriendo: «¿Recuerdas cuando me dijiste: “Mira a tu alrededor y coge lo que te plazca y llévatelo”?». Como dicen los mandingos de Guinea: «Nada es imposible para una mujer de voluntad y mente inteligente». Y «La boca habla de lo que el corazón no dice» (Ewé, Ghana)

Había una vez un rey y este rey tenía un hijo muy querido que un día le dijo: «Oh rey, padre mío, déjame ir al mercado a ver a tus súbditos».

«Haz lo que quieras», le respondió el rey. Entonces, el príncipe fue al mercado y dijo a todos los hombres que estaban allí: «No debéis vender ni comprar, no debéis comprar ni vender hasta que podáis responder a estas adivinanzas. ¿Quién es el que por la mañana camina sobre cuatro pies, al mediodía sobre dos y por la tarde con tres? Segundo, ¿qué árbol tiene doce ramas con treinta hojas por rama?».

Nadie supo qué responder. Todos se quedaron mudos y los vendedores se dispersaron. Pasó una semana. El siguiente día de mercado volvió el hijo del rey. Preguntó: «¿Habéis encontrado las respuestas a mis acertijos?». Una vez más, todos enmudecieron y se marcharon. El que había ido a comprar, no compró. Y el que había ido a vender, no vendió.

El mercado se cerró. Pero entre los reunidos estaba el supervisor del mercado. Era muy pobre y tenía dos hijas: una muy hermosa y la otra, la más joven, delgada, pero de mente despierta. Por la noche, cuando su padre llegó a casa, la más joven le dijo: «Padre, durante dos días de mercado has salido de casa, pero has vuelto con las manos vacías. ¿Por qué?»

«Hija mía», respondió él, «vino el hijo del rey y nos dijo que no compráramos ni vendiéramos, y que no vendiéramos ni compráramos hasta que adivináramos el significado de lo que nos iba a decir». «¿Y qué os pidió el príncipe que adivinarais?», preguntó la muchacha. «Nos preguntó: ¿Quién es el que por la mañana camina sobre cuatro pies, al mediodía sobre dos y por la tarde sobre tres? Y, ¿qué árbol tiene doce ramas con treinta hojas por rama?».

Su hija reflexionó un poco antes de responder: «Es fácil, padre, el que camina por la mañana con cuatro pies, al mediodía sobre dos y por la tarde sobre tres es el Hombre. En la mañana de su vida, se arrastra a cuatro patas, más tarde, va sobre dos pies, y cuando es viejo, se apoya en un bastón. En cuanto al árbol, es el año, con sus doce meses y cada mes con sus treinta días».

Pasó una semana y en su transcurso llegó otro día de mercado y con él el hijo del rey. Preguntó: «¿Lo habéis resuelto hoy?». El supervisor tomó la palabra. Dijo: «Sí, mi señor. Quien camina por la mañana con cuatro pies, sobre dos al mediodía y con tres por la tarde es el Hombre. En la mañana de su vida, se arrastra a cuatro patas, cuando es mayor va sobre dos pies, y cuando es muy viejo, se apoya en un bastón. En cuanto al árbol, es el año; el año tiene doce meses y cada mes tiene treinta días.»

«¡Abrid el mercado!», ordenó el hijo del rey. Luego llegó la tarde; el príncipe se acercó al supervisor y le dijo: «Quiero ir a tu casa». El supervisor respondió: «Bien, señor». Y partieron juntos a pie.

El príncipe declaró: «He huido del paraíso de Dios. He rechazado lo que Dios deseaba. El camino es largo; llévame o te llevaré yo. Habla o hablaré yo».  El supervisor se quedó quieto. Llegaron a un río y el hijo del rey dijo: «Hazme cruzar el río o yo te lo haré cruzar».  El supervisor, que no entendía nada, no respondió. Llegaron a la casa.

La hija menor del supervisor (que era delgada pero intuitiva), les abrió la puerta y les dijo: «¡Bienvenidos! Mi madre ha salido a ver a alguien a quien nunca ha visto. Mis hermanos están luchando agua con agua. Mi hermana se encuentra entre dos paredes».

El hijo del Rey entró. Mirando a la hija más hermosa, dijo: «El plato es hermoso, pero tiene una grieta».

La noche encontró a toda la familia unida. Alguien había matado un pollo y otro había preparado un cuscús festivo. Cuando la comida estuvo lista, el príncipe dijo: «Deja que sea yo quien sirva el pollo». Dio la cabeza al padre, las alas a las hijas, los muslos a los dos hijos y la pechuga a la madre. Las patas se las quedó para él.

Todos comieron y luego se prepararon para pasar la velada. El hijo del rey se volvió hacia la hija más inteligente y le dijo: «Para que me digas: Mi madre ha ido a ver a alguien a quien nunca ha visto, tendría que ser comadrona. Para que me digas: Mis hermanos están peleando agua con agua, tendrían que haber estado regando los huertos. En cuanto a tu hermana entre dos paredes, estaría tejiendo con una pared detrás y otra delante: está en la naturaleza del oficio».

La muchacha replicó: «Cuando empezaste, le dijiste a mi padre: He huido del paraíso de Dios. Eso es la lluvia, que hace un paraíso en la tierra - así que tenías miedo de mojarte. Y cuando dijiste: He rechazado lo que Dios ha preparado, ¿rechazabas la muerte? Todos tenemos que morir, pero nosotros no queremos. Finalmente, le dijiste a mi padre: El camino es largo, llévame o te llevaré yo. Habla o hablaré yo, era para que el viaje pareciera más corto. Igual que le dijiste, cuando os encontrasteis junto al río: Hazme cruzar el río o te haré cruzarlo yo, querías decir: Muéstrame el vado o lo buscaré. Cuando entraste en nuestra casa, miraste a mi hermana y dijiste: El plato es hermoso, pero tiene una grieta. Mi hermana es realmente hermosa y también virtuosa, pero es hija de un pobre. Y luego repartiste el pollo. Le diste la cabeza a mi padre porque es el cabeza de familia. Le diste la pechuga a mi madre porque ella es el corazón de la casa. A nosotras, las niñas, nos diste las alas, porque no nos quedaremos aquí en casa; alzaremos el vuelo. A mis hermanos les diste los muslos; ellos serán el soporte, los pilares de la casa. Y para ti tomaste las patas, porque eres el huésped; tus pies te trajeron aquí y tus pies te llevarán lejos».

Al día siguiente, el príncipe fue a buscar al rey, su padre, y le dijo: «Quiero casarme con la hija del supervisor del mercado». El rey exclamó indignado: «¿Cómo puedes tú, hijo de un rey, casarte con la hija de un supervisor? Sería vergonzoso. Nos convertiríamos en el hazmerreír de nuestros vecinos».

«Si no me caso con ella», dijo el príncipe, «no me casaré nunca». El rey, que no tenía otro hijo, terminó concediendo: «Cásate con ella entonces, hijo mío, ya que la amas».  El príncipe ofreció a su prometida oro y plata, sedas y rasos, y toda clase de maravillas. Pero también le dijo gravemente: «Recuérdalo bien. El día que tu sabiduría supere a la mía, ese día nos separaremos». Ella respondió: «Haré siempre todo lo que desees».

No obstante, antes del día de la boda, mandó llamar al carpintero y ordenó hacer una caja del tamaño de un hombre, con una tapa agujereada de pequeños agujeros. Para la caja tejió un forro de raso. Puso en él su ajuar y la envió a casa de su novio. A las nupcias siguieron siete días y siete noches de fiesta. El rey ofreció un gran banquete. Durante muchos años, el príncipe y la princesa vivieron felices en la corte. Cuando murió el rey, su hijo le sucedió.

Un día, mientras el joven rey impartía justicia, se presentaron ante él dos mujeres con un niño por el que discutían. Una decía: «¡Es mi hijo!» y la otra afirmaba: «Es mío». Se pusieron a gritar y a arrancarse el pelo. El rey se quedó perplejo. La reina, curiosa, se enteró por un criado, que le dijo: «Dos mujeres están allí con un niño que ambas reclaman. Cada una tuvo un bebé, pero uno de ellos murió. Y el rey no ha podido averiguar cuál es la madre del niño vivo». La reina se lo pensó un momento. Luego contestó: «Que el rey diga simplemente a las dos mujeres. Dividiré al niño en dos, y cada una de vosotras tendrá una mitad. Entonces oirá a la verdadera madre gritar: ¡Señor, no lo mates en nombre de Dios!».

Los criados corrieron a contarle al rey el truco que sacaría a la luz la verdad. El rey se volvió hacia su ministro y le dijo: «Trae una cuchilla para que podamos partir a este niño». «No, Señor», gritó una de las mujeres, «¡Morirá!».

Entonces, el rey le tendió el niño y le dijo: «Tú eres la madre porque no querías que muriera». Luego el rey fue a buscar a la reina y le dijo: «¿Recuerdas lo que acordamos el día de nuestra boda? Te dije: El día que tu sabiduría supere a la mía, ese día nos separaremos». Ella respondió: «Sí lo recuerdo. Pero concédeme sólo un favor. Comamos juntos por última vez. Luego me iré». Él consintió, y añadió: «Elige lo que desees del palacio y llévatelo contigo».

Ella misma preparó la comida. Le dio al rey una droga sin que él lo sospechara. Comió, bebió y, de repente, se durmió. Ella lo levantó, lo metió en la caja y cerró la tapa con cuidado. Llamó a los criados y les informó de que se iba al campo a visitar a su familia. Les ordenó que movieran la caja con cuidado. Y abandonó el palacio, sin perder de vista la caja que la seguía. Una vez de vuelta en casa de sus padres, abrió la caja. Cogió a su marido en brazos con ternura y lo tendió en la cama.

Sentada en la cabecera, esperó pacientemente a que se despertara. Al anochecer, el rey abrió los ojos y dijo: «¿Dónde estoy? ¿Y quién me ha traído aquí?».

Ella respondió: «Yo». Entonces él volvió a hablarle: «¿Por qué? ¿Cómo he llegado hasta aquí?». Y ella le contestó sonriendo: «¿Recuerdas cuando me dijiste: ¿Mira a tu alrededor y coge lo que te plazca del palacio y llévatelo contigo? Nada en el palacio podía serme tan querido como tú. Así que te cogí. Y te traje aquí en una caja».

Ahora sí que se entendían. Volvieron al palacio y allí vivieron felices juntos hasta que murieron.  (Marguerite Amrouche)

Ver, Tunisia – The Story of the chest – Comboni Missionaries

 

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