"A principios de siglo, mientras las potencias europeas se repartían África, el rey Leopoldo II de Bélgica llevó a cabo un brutal saqueo del territorio que rodea el río Congo. Aunque acabó reduciendo la población de la zona de diez millones, supo cultivar astutamente su reputación de gran humanitario. ‘King Leopold’s Ghost’, es una historia mucho más rica de lo que cualquier novelista podría inventar y es el espeluznante relato de un megalómano de proporciones monstruosas".
King Leopold’s Ghost, de Adam Hochschild, es un libro que relata a través de sus más de 360 páginas "Una historia de codicia, terror y heroísmo en el África colonial". De hecho, "es también el retrato profundamente conmovedor de aquellos que desafiaron a Leopoldo: líderes rebeldes africanos que lucharon en situaciones desesperadas y un valiente puñado de misioneros, viajeros y jóvenes idealistas que fueron a África para trabajar o por aventura, quienes inesperadamente se encontraron siendo testigos de un holocausto y participantes en el primer gran movimiento de derechos humanos del siglo XX".
Sin embargo, el libro plantea también una pregunta radical: ¿Curaron alguna vez las heridas de aquella época o siguen lastrando el camino a la crueldad, las injusticias, la agitación social y política y las mentiras actuales?
Un extracto - páginas 129-131 de King Leopold’s Ghost - sugiere que esas heridas se han cimentado en la hipocresía, las mentiras y la crueldad que la historia de la RDC aún no ha cicatrizado.
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Mientras Leopoldo promulgaba grandilocuentes edictos prohibiendo el comercio de esclavos, prácticamente ningún visitante, excepto George Washington Williams, se daba cuenta de lo obvio: no sólo los porteadores, sino incluso los soldados de la Force Publique [el ejército oficial del Estado libre congoleño] eran, de hecho, esclavos. Además, en virtud de un sistema aprobado personalmente por el Rey, los agentes estatales blancos recibían primas en función del número de conscriptos que entregaban a la Force Publique. A veces los agentes traían hombres proporcionados por jefes locales colaboradores, que entregaban sus bienes humanos encadenados. En una transacción, registrada en las notas de un comisario de distrito, veinticinco francos por persona era el precio recibido por media docena de adolescentes entregados por dos jefes de Bongata, en 1892. Los funcionarios del Estado congoleño recibían una prima adicional por la "reducción en los gastos de reclutamiento", una invitación apenas velada a ahorrar el dinero al Estado secuestrando directamente a estos hombres en lugar de pagar a los jefes por ellos.
Siempre, sin embargo, el sistema esclavista se adornaba de eufemismos, utilizados incluso por los oficiales sobre el terreno. "Acaban de llegar dos barcos con el Sargento Lens y 23 voluntarios de Engwettra encadenados; dos hombres se ahogaron intentando escapar", escribió un oficial, Luis Rousseau, en su informe mensual de octubre de 1892. De hecho, unas tres cuartas partes de esos voluntarios morían antes incluso de que pudieran ser entregados a los puestos de la Force Publique, escribió preocupado ese mismo año un alto oficial. Entre las soluciones a este "despilfarro" recomendaba un transporte más rápido y cadenas ligeras de acero en lugar de las pesadas de hierro. Documentos de la época registran a funcionarios del Estado congoleño encargando repetidamente suministros adicionales de estas cadenas. Un oficial señaló el problema de las columnas de estas reclutas que cruzaban largos y estrechos puentes sobre los ríos de la selva: cuando "cuando los libertos, encadenados el uno a otro por el cuello, cruzan un puente, si uno cae, arrastra con él toda la fila que desaparece en el agua".
Los oficiales blancos que negociaban con los jefes de las aldeas para adquirir soldados y porteadores voluntarios trataban a veces con las mismas fuentes que habían abastecido a los traficantes de esclavos afro-árabes de la costa oriental [de África]. El más poderoso de estos negreros era de Zanzíbar, el apuesto, barbudo y fuerte Hamed bin Muhammad el Murjebi, conocido popularmente como Tippu Tip. Se dice que su apodo provenía del sonido del principal instrumento de los negreros, el mosquete.
Tippu Tip era un hombre astuto e ingenioso que amasó una fortuna tanto con el marfil como con los esclavos, negocios que pudo ampliar espectacularmente gracias a que Stanley descubrió la ruta hacia la parte alta del río Congo. Leopoldo sabía que el poder y la perspicacia administrativa de Tippu Tip le habían convertido casi en el gobernante de facto del Congo oriental. En 1887, el rey le pidió que fuera gobernador de la provincia oriental de la colonia, con capital en las cataratas Stanley, y Tippu Tip aceptó; varios parientes suyos ocuparon puestos a sus órdenes. En esta primera etapa, con las fuerzas militares de Leopoldo esparcidas por allá y acá, el trato ofrecía ventajas a ambos hombres. [...] Aunque Leopoldo consiguiera durante la mayor parte de su vida aparentarse como un humanitario, el espectáculo de este rey, cruzado antiesclavista, haciendo tantos negocios con el traficante de esclavos más prominente de África contribuyó a espolear en Europa las primeras murmuraciones contra el soberano.
Con el tiempo, los dos hombres se separaron. Los generosos funcionarios blancos del Congo oriental, sin la aprobación de sus superiores en Bruselas, libraron entonces varias batallas victoriosas contra algunos de los caudillos afro-árabes de la región, combates que después fueron convertidos en una noble campaña contra los cobardes traficantes de esclavos "árabes". La literatura heroica colonial elevó el cuento a un lugar central en la mitología oficial de la época, cuyos ecos pueden oírse en Bélgica hasta el día de hoy. Sin embargo, a lo largo de los años las fuerzas militares del Congo derramaron mucha más sangre en la lucha contra los innumerables levantamientos de africanos, incluidos de los rebeldes entre sus propias filas. Además, en cuanto terminó la hipócrita campaña contra los esclavos, Leopoldo volvió a colocar a muchos de ellos como funcionarios del Estado.
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Un proverbio nande del Congo dice: "La vida puede entenderse mirando hacia atrás, pero se la vive con la mirada puesta hacia adelante". Por supuesto, pero un proverbio sukuma de Tanzania amonesta: "Para que un sarpullido se cure, hay que dejar de rascarse". En cambio, desde entonces hasta hoy, la RDC se ha rascado y ha sido rascada de múltiples maneras: desde el vergonzoso asesinato de Lumumba, pasando por la espantosa revolución de Simba, hasta la dictadura de Mobutu Seseseko: luego, un sinfín de desgobiernos de Kabila padre, Kabila hijo y recientemente del "círculo político sagrado" han dejado el País de un vacío político hasta las últimas elecciones presidenciales.
“Colera en el corazón, sonrisa en los labios" - proverbio Igbo de Nigeria -, parece ser la actitud política del pueblo congoleño. Sin embargo, si no se curan, esas viejas heridas pueden acabar en necedad y, por desgracia, "la locura sí puede tratarse, pero no la necedad".
Foto. Punch 1905: Una de las caricaturas en las que Leopoldo compara notas con el sultán de Turquía, también condenado por sus masacres (de armenios).
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