Una marea tumultuosa sacude los palacios del poder en África: son los hijos inquietos de este continente que toman las calles para gritar su cólera y su deseo de cambio. Son una multitud impresionante.
Están enfadados con los dirigentes políticos considerados «corruptos», «incompetentes», «a sueldo del Occidente» (acusados de imperialismo y neocolonialismo). Los hemos visto desfilar en Lagos, Dakar, Nairobi, Libreville, Johannesburgo, Jartum, Bamako, Uagadugú, Niamey... Seguirán haciéndolo, cada vez más, y será imposible que los gobernantes escapen a la fuerza perturbadora de este tsunami. Quienes han intentado reprimir las marchas (ya hay cientos de víctimas) no han hecho más que enardecer la protesta.
Los que han cometido el error de ignorar el rugido de las plazas se han visto desbordados por disturbios (a veces arrebatados por golpes militares) o abrumados por derrotas electorales. Los que evitaron el enfrentamiento se vieron obligados a llegar a un acuerdo con los manifestantes.
Los jóvenes africanos -que representan el 70% de los habitantes subsaharianos- están más decididos que nunca a hacerse oír, a rebelarse contra el mal gobierno, la corrupción y las injusticias inaceptables que desgarran la sociedad en la que viven. Exigen a la política respuestas y soluciones a sus problemas cotidianos: en primer lugar, la falta de trabajo, la ausencia de protección y bienestar, la inseguridad galopante, la insuficiencia de escuelas y universidades, la privatización de un sistema sanitario cada vez más elitista. Impugnan un modelo económico basado en la explotación indiscriminada que aumenta la brecha entre ricos y pobres. Exigen que las fortunas ocultas en sus países se utilicen para promover el bienestar y el desarrollo, y no para enriquecer a castas y oligarquías apoyadas por fuerzas extranjeras.
Manifestaciones en Nigeria
Aún no son un verdadero movimiento, las movilizaciones parecen fragmentadas, de las plazas deben surgir líderes carismáticos, pero las consignas y los orígenes de las protestas son claros y compartidos. Alimenta el resentimiento de esta generación herida la crisis social y económica desencadenada en 2020 por la pandemia de covid -que frenó el crecimiento de los PIB africanos tras 15 años de auge- y exacerbada hoy por la inestabilidad internacional: la guerra en Ucrania dificulta la llegada de cereales, mientras que el conflicto en Gaza penaliza el comercio marítimo en el Mar Rojo. Las consecuencias económicas son devastadoras: los cuellos de botella en el abastecimiento provocan un aumento vertiginoso de los precios de los productos de primera necesidad -en su mayoría importados- en una región donde el 40% de los habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza y donde la inflación hace que se evapore el poder adquisitivo de los salarios.
Lo que agrava la situación es el hundimiento de las monedas nacionales (el rand sudafricano y el naira nigeriano, divisas de las mayores economías africanas, han perdido la mayor parte de su valor) combinado con el aumento vertiginoso de la deuda soberana (con China, Estados Unidos, los países europeos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional). Para hacer caja, los presidentes suben los impuestos y recortan las subvenciones. Pero esto sólo aumenta la ira y la exasperación, ampliando la brecha entre las plazas públicas (pobladas por jóvenes) y los palacios (dominados por ancianos). Los hijos de África -urbanizados y digitalizados- sueñan con un futuro mejor y quieren ser protagonistas en él. Exigen respeto, justicia y oportunidades. Necesitan líderes capaces y responsables que sepan escucharles y satisfacerlos. Necesitan aire nuevo para sostener sus ambiciones de redención. Será imposible sofocar su irreprimible sed de liberación.
Ver, Ancora tanta sete di liberazione
Foto. Kenia tumultos contra el sistema financiero. © GettyImages-2157587094-1170x781
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