“El ataque de Putin a un país soberano nos ayuda a darnos cuenta de lo que podemos y no podemos esperar en términos de participación en el proceso sinodal de los católicos de Ucrania, pero también de aquellos de otras áreas devastadas por la guerra en el mundo. No pueden ofrecer una síntesis bien elaborada de las sesiones de escucha. Su aporte será de otro tipo: menos cuantificable, más místico. Su sufrimiento puede enseñarnos una gran lección sobre lo que significa ser Iglesia en el mundo de hoy. La sinodalidad también significa que los católicos debemos descubrir cómo podemos ‘caminar juntos’ con las Iglesias que sufren en este momento”. En realidad, los principales acontecimientos eclesiales siempre han estado influidos y configurados de alguna manera por el clima social, cultural y político de la época.
La primera víctima de la guerra es la verdad, y la guerra en Ucrania ha creado una mentalidad que inevitablemente tendrá un impacto en el “proceso sinodal” que está teniendo lugar en la Iglesia Católica. Reunirse, escuchar y discernir es mucho más difícil en tiempos de guerra aunque, al mismo tiempo, más urgente.
Incluso antes del comienzo de la invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero, el proceso sinodal presentaba a la Iglesia problemas inusuales. Por ejemplo, el Camino Sinodal que se está llevando a cabo en Alemania ha sido atacado por varios obispos de otras partes del mundo, personas como el Arzobispo Samuel Aquila de Denver (EE.UU.) y conferencias episcopales enteras de países como Escandinavia y Polonia.
Y solo hace unas semanas, unos 74 obispos de por todo el mundo, incluidos 49 de los Estados Unidos, firmaron una "carta abierta fraternal", diciéndoles a los alemanes que su camino sinodal está causando confusión y podría conducir al cisma.
La guerra en Ucrania ha cambiado dramáticamente el estado de ánimo en la Iglesia también desde el punto de vista del contexto político internacional. Las reuniones conciliares y sinodales en la Iglesia Católica siempre se han encontrado interactuando con conflictos armados. Sus agendas y planes nunca fueron inmunes a los efectos de las tensiones en el orden internacional.
Encuentros eclesiales moldeados por los acontecimientos de la época.
Basta mirar el último par de siglos. El Concilio Vaticano I (1869-1870) fue suspendido, de hecho interrumpido, por la guerra que condujo a la ocupación de Roma por parte del reino Italiano en septiembre de 1870. Las preocupaciones sobre la seguridad, tanto a nivel nacional como internacional, disuadieron a Pío XI y Pío XII de volver a convocar un concilio general en la década de 1920 e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
El Vaticano II (1962-65) se habría interrumpido si la Crisis de los Misiles en Cuba de octubre de 1962 se hubiera convertido en una confrontación nuclear entre las dos superpotencias, EE.UU. y la URSS.
Los concilios generales o ecuménicos no son como los sínodos a nivel diocesano y nacional, sin embargo aquí también hay algunos precedentes. Por ejemplo, el movimiento sinodal de fines del siglo XVIII fue interrumpido por la Revolución Francesa. Después de la caída de Napoleón, se restauró el orden político preexistente y se consolidó el poder papal.
Una de las muchas paradojas de los ataques anticlericales entre finales del siglo XVIII y principios del XIX es que hizo a la Iglesia católica más papal y menos sinodal, como dejan claro unas definiciones del Vaticano I.
El proceso sinodal 2021-2023 ha abierto a la Iglesia a una de sus experiencias históricamente más importantes de encuentro entre sus miembros a nivel local, nacional y mundial. Pero llega en un momento en que los temores de una guerra nuclear están en su punto más alto desde la crisis de los misiles en Cuba hace sesenta años.
Choques y enfrentamientos
La novedad es que el futuro de lo que parecía ser una isla de paz en un mundo convulso -es decir, Europa-, parece tan incierto como lo ha sido al acercarse la Segunda Guerra Mundial. En un interesante artículo publicado recientemente en Bloomberg, John Micklethwait y Adrian Wooldridge (dos periodistas que tienen los ojos puestos en las relaciones entre religión y política) escriben lo siguiente. “En la gran batalla intelectual de la década de 1990 entre Francis Fukuyama, quien escribió ‘El Fin de la Historia y el Ultimo Hombre’ (1992), y su maestro de Harvard, Samuel Huntington, quien escribió ‘El Choque de las Civilizaciones’ (1996), los directores ejecutivos generalmente se pusieron del lado de Fukuyama”.
La opinión que corría en sus salas de reuniones era sencilla: la democracia no siempre gana (China le enseñó eso rápidamente a los capitalistas), pero la economía sensata generalmente lo hace. Sin embargo, al final de la reflexión, Micklethwait y Wooldridge llegan a esta conclusión: mientras "los capitalistas ahora son todos Huntingtonianos", el papado moderno posconciliar está encarnando, por defecto, una visión bien lejana del "choque de civilizaciones" de Huntington.
Pero, el giro hacia una visión de confrontación de las relaciones entre los pueblos y las culturas no deja a los católicos milagrosamente indemnes.
La "cultura de guerras" norte-americana
En los corazones de muchos católicos, que ahora se supone que deben "caminar juntos" con sus hermanos y hermanas en la fe y en la única familia humana, hay el miedo. Lo que escuchan en sus iglesias a veces contrasta, a veces es al unísono con los tambores de guerra. Se suponía que la sinodalidad era un antídoto contra la creación de posiciones radicales en la Iglesia, contra la incapacidad para dialogar y trabajar juntos. Pero, actualmente hay una escalada en la globalización de esa globalización de la “cultura de guerras” norte-americana.
Hemos visto síntomas de esto en las últimas semanas. Además de la oposición sin precedentes que el Papa Francisco ha enfrentado durante mucho tiempo por parte de los neo-tradicionalistas, la guerra en Ucrania ha creado otras voces de oposición a él debido a su decisión de no presentar públicamente a Putin y Rusia como un enemigo religioso más de lo que ya son percibidos. Las críticas no provienen de la camarilla habitual de tradicionalistas estadounidenses y sus franquicias internacionales sino, de una manera más sutil, de otros círculos, incluso en Europa.
El clima social, cultural y político de la época.
Durante una guerra, se suspende temporalmente el orden democrático liberal y se dictan medidas extraordinarias que amplían significativamente los poderes del Estado y limitan los derechos de la población. La Iglesia Católica no es una democracia liberal, y la sinodalidad no va a convertir el sistema eclesial en una democracia.
Pero hay similitudes entre los efectos de la guerra sobre la democracia y sobre la sinodalidad en la Iglesia, entre la crisis del ethos democrático y también del ethos sinodal. La atención se centra más en un liderazgo fuerte que en las acciones y la responsabilidad de las personas. La propaganda reemplaza a la verdad. El "otro" está sujeto a un proceso de construcción de imagen que lo hace un enemigo.
Se supone que la sinodalidad hace que la Iglesia Católica sea más dialógica internamente y con otras Iglesias. Pero tanto a nivel local como internacional, las relaciones ecuménicas con las iglesias ortodoxas (y dentro de la propia ortodoxia) se encuentran ahora en su nivel más bajo desde hace mucho tiempo. Desde un punto de vista histórico, los estudiosos de los concilios y sínodos saben que tales eventos eclesiales sólo pueden entenderse en el contexto del clima social, cultural y político de la época. También estamos aprendiendo a incluir las voces de quienes no pudieron estar allí en persona o no fueron personajes clave del evento (por ejemplo, las mujeres en el Vaticano II). Necesitamos hacer eso ahora y en los próximos años para el "proceso sinodal".
¿Qué pueden aportar los católicos en situaciones de guerra al proceso sinodal?
En cierto sentido, habrá muchas voces que faltarán en el proceso sinodal de 2021-2023 también a causa de la guerra, pero aún es necesario escucharlas. En otro sentido, el proceso sinodal es la continuación de la eclesiología del Vaticano II. Pero este momento también marca el final de la era del Vaticano II, de esa cosmovisión posterior a la Segunda Guerra Mundial que miraba hacia el final de la Guerra Fría.
Desde un punto de vista teológico, es cierto que la sinodalidad no es un concepto nuevo sino que encuentra sus raíces más profundas en la antigua tradición de la Iglesia. Pero debemos recordar que la sinodalidad hoy se está desarrollando en una Iglesia católica que es más global y menos identificable con un área particular del mundo dominante a las demás eclesial y eclesiásticamente.
El ataque de Putin contra un país soberano nos ayuda a darnos cuenta de lo que podemos y no podemos esperar en términos de participación en el proceso sinodal de los católicos de Ucrania, pero también de aquellos de otras áreas devastadas por la guerra en el mundo.
No pueden ofrecer una síntesis bien elaborada de las sesiones de escucha. Su aporte será de otro tipo: menos cuantificable, más místico. Su sufrimiento puede enseñarnos una gran lección sobre lo que significa ser Iglesia en el mundo de hoy. Y la sinodalidad también significa que los católicos debemos descubrir cómo podemos "caminar juntos" con la Iglesia en Ucrania en este momento terrible.
Lea más en: El impacto de la guerra en Ucrania en el proceso sinodal (la-croix.com)
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