Del itinerario sinodal iniciado en octubre de 2021 empiezan a verse algunos frutos. Es cierto que hasta ahora no se ha tomado ninguna decisión importante, aplazada hasta el final de la segunda sesión que se celebrará en otoño de 2024 -o incluso más tarde, ya que será promulgada por el Obispo de Roma, que será el encargado del discernimiento final-, pero ya son visibles algunas respuestas de la Santa Sede a los deseos expresados por las Conferencias Episcopales y que surgieron durante el debate sinodal. La Iglesia se ha puesto en marcha con determinación, según los deseos del Papa Francisco, con vistas a una renovación que es también una reforma de la Iglesia misma.
Por ejemplo, el cambio introducido por el Papa en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, como se puede ver en una carta llena de parusía sobre la tarea del organismo y de los eclesiásticos implicados en él, prevé que este Dicasterio ya no tenga sólo la preciosa tarea de "custodiar la enseñanza que brota de la fe para dar razón de nuestra esperanza", una tarea que hay que llevar a cabo "no como enemigos que señalan y condenan". El Papa advirtió que, si el Dicasterio había llegado a utilizar métodos inmorales y a perseguir errores doctrinales, ahora, en cambio, debe ayudar a la Iglesia a crecer en la interpretación de la Palabra, dejando que se impongan distintas corrientes de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, humanizadas por el Espíritu Santo en la lógica del respeto y del amor.
En adelante, el pequeño rebaño del Señor no se verá intimidado y a veces perseguido por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, como hasta ahora, y los teólogos podrán llevar a cabo sus investigaciones con libertad, sin miedo. No es insignificante este cambio claramente evangélico, que excluye el recurso fácil al ministerio de la condena y espera que se busque más bien corregir cuando sea necesario, proponiendo modos de escucha recíproca, de confrontación seria, de caridad fraterna.
Otro cambio que se ha producido, urgido por varios episcopados del norte de Europa que ya están experimentando esta práctica, se refiere a las bendiciones concedidas a personas y parejas que viven concretamente una situación contraria a la doctrina católica: divorciados, parejas de hecho, homófilos, etc.
Aquí hace falta claridad, esa claridad sincera y leal que, por desgracia, ha faltado en la reacción al documento Fiducia suplicans del Dicasterio de la Fe. Sí, tal vez el documento podría haberse redactado de forma más acorde con el lenguaje teológico y jurídico de la Iglesia, pero no le falta claridad. Afirma que existe la posibilidad de bendecir a las parejas en situación irregular y del mismo sexo, sin validar su situación ni cambiar la enseñanza tradicional de la Iglesia.
Los cristianos, en verdad, sabemos que toda criatura ya está bendecida y no necesita bendición porque la verdadera bendición, según la Biblia, es bendecir a Dios por esa criatura. Esta doctrina se remonta a los rabinos, que ante una petición de bendición de algo respondían que sí, ¡pero siempre en el sentido de bendecir a Dios por esa cosa! Personalmente, antes de bendecir a cualquier pareja, ya sea heterófila u homófila, pediría que los dos miembros de la pareja bendijesen al Señor por el amor que experimentan, porque es un don que reciben. En la bendición ciertamente no podemos alabar a Dios por lo que no puede ser bueno, santo, según la voluntad de Dios, en sus vidas. Pero ya que se ha establecido la práctica de bendecir las cosas del mundo, los establos, los cerdos, incluso las armas, hay que tener en cuenta que, si se implora la bendición de Dios sobre una pareja en situación irregular, no se está bendiciendo el pecado, la contradicción con la doctrina católica y la voluntad de Dios expresada en las Sagradas Escrituras, sino simplemente bendiciendo a esas personas, que son mucho más grandes que su pecado.
Aquí se trata de una cuestión de ojo: muchos ven en los demás sólo la sexualidad desordenada, la sexualidad prohibida, y no disciernen que toda persona es capax bonum, y que a menudo hay quienes viven el amor al prójimo y la fe en Dios mientras no cumplen las exigencias de la castidad. Y entonces cuidado: es pecado cuando dos personas se unen de manera confusa, casadas psíquicamente, incluso sin el ejercicio de la genitalidad. Uno no quiere darse cuenta de esto, pero la castidad es lo contrario del incesto (incastus) y exige distinción, libertad, no confusión o conyugalidad, haya o no ejercicio de la genitalidad.
Si un padre da la bendición a un hijo homófilo, no la da por su homofilia, sino porque su hijo es más grande que ese aspecto de su persona. Y lo mismo hace la Iglesia cuando bendice a las personas, sus vidas: la bendición es siempre una llamada a la conversión, a un cambio de vida, a seguir fielmente al Señor. Por eso, la bendición a personas en situación irregular no debe darse en el contexto de una liturgia, sino, como sugiere la vida buena y hospitalaria, darse cuando se presente la ocasión: ni ostentosamente, ni de soslayo... Debe celebrarse en la vida, mirando a la vida, y que el Señor sea Señor de la bendición. También éste es un paso de misericordia que el Papa Francisco hace dar a la Iglesia para que todos se sientan atraídos por Cristo, que ha prometido atraer a todos hacia sí.
Sabemos de la reacción a este documento de conferencias episcopales enteras en Europa del Este y especialmente en África. Surge así el problema del que vengo hablando desde hace años, señalando la necesidad de prepararnos para la confrontación con las diversas culturas que hoy entran en conflicto con la fe. Es una novedad de los últimos veinte años, de la que la Iglesia anglicana ha sido la primera en pagar el precio en el enfrentamiento que se ha producido entre las Iglesias anglicanas del Norte y las del Sur (África, sobre todo) en las cuestiones de la ordenación de mujeres y de los obispos homófobos. Y los anglicanos han intentado, no sin traumas, resolver la cuestión evitando los cismas, con la aceptación de las diferencias reconciliadas.
Para la Iglesia católica puede que no sea así: pero corresponde a cada obispo discernir la posibilidad de conceder la bendición a parejas irregulares en su diócesis, valorando si la fe del pueblo de Dios está madura para tal acogida. Y, en todo caso, con el compromiso de estudiar, de perseguir el conocimiento del problema, sin oponerse radicalmente a las indicaciones del Dicasterio de la Fe. Por otra parte, éste no será el único problema de la acogida: las culturas tienen ahora un gran peso y en su confrontación con la fe no pueden ser dejadas de lado como en el pasado, cuando siempre y sólo la fe, testimoniada por Roma, era para todos y aceptada por todos. En los próximos decenios asistiremos a la aparición de áreas culturales diferentes con actitudes distintas ante la fe. Y ello en la medida en que se produzca la invocada inculturación de la fe, la moral y la liturgia.
En cualquier caso, asistimos a una evolución que es según el Evangelio y en la que el Papa Francisco nos anima con parusía y espíritu profético: quiere una Iglesia fiel al Evangelio, con el primado del amor, de la misericordia que no excluye, no condena, no margina, no humilla, sino que reconoce y ama a los hijos de Dios. Una Iglesia madre, ¡ya no madrastra! Francisco quiere una Iglesia con el primado de la misericordia, que no condene ni excluya.
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