"Cómo" deben interrogarse las Iglesias. Reflexiones a partir de la experiencia de la Iglesia italiana.
El interesante artículo de Pier Giorgio Gawronski - "Iglesias vacías y humanismo integral" (L'Osservatore Romano, 22.2.2021)- plantea un par de consideraciones que me parecen esenciales para iniciar un buen debate porque, como él mismo afirma, "las Iglesias deben interrogarse más profundamente sobre las causas de su decadencia".
En primer lugar, creo necesaria una aclaración sobre "cómo" deben cuestionarse las Iglesias.
Las Iglesias están formadas por los pastores, pero -desde un punto de vista numérico- sobre todo por los fieles laicos.
Yo, en la pequeña realidad de mi parroquia, con los que están más implicados en la vida de la comunidad, vuelvo a menudo sobre el tema de la disminución del número de personas en la misa dominical. Hablo de ello con ellos porque estoy convencido de que el problema -¡porque éste es "el" problema! - no puede reservarse a los "especialistas", ya sean sacerdotes u obispos, sino que concierne a toda la comunidad. Y lo hago porque pienso que la praxis sinodal diseñada por los teólogos debe encontrar luego salida en la acción pastoral concreta, de lo contrario no pasa de ser una mera academia. Por tanto, una Iglesia sinodal debe implicar en primer lugar a todos los bautizados en la discusión de los problemas de la Iglesia, porque la Iglesia (es triste tener que repetirlo) es de todos los bautizados en Cristo. Empezando por los miembros de los órganos de participación, ¿qué otra cosa es la sinodalidad "desde abajo" sino la que implica en primer lugar a las comunidades parroquiales? Habría que plantear a todos la pregunta: "¿Por qué crees que las iglesias se están vaciando?". Porque, de lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos en un plano puramente teórico, eclesiológico o sociológico.
Y luego -el segundo punto, aún más importante- hay que saber escuchar. ¿Es una aclaración superflua? No, no lo es. Desgraciadamente, los pastores pensamos a menudo que ya sabemos lo que piensan, o no piensan, nuestros fieles.
Son dos puntos que creo que hay que entender bien, sobre todo ahora que, a instancias del Papa Francisco, se avecina la apertura de un tiempo sinodal en la Iglesia italiana.
Gawronski indica como "posible remedio contra la secularización" la necesidad de verificar la experiencia real de nuestras comunidades a la luz de Hechos 2, 42-47; la famosa página en la que se describen las dimensiones fundamentales de la vida eclesial.
Estoy plenamente de acuerdo con su análisis, especialmente cuando señala con el dedo la "falta de relaciones humanas" entre quienes se reúnen los domingos para celebrar la Eucaristía. Falta de relaciones que generan "asambleas cultuales" en las que se percibe claramente la actitud de distanciamiento mutuo de la mayoría de los participantes, fruto de una comprensión individualista de la fe, que es siempre en cambio una fe "del nosotros".
Ahora bien, implicar a los fieles -a los que se ponen a disposición- para que se interroguen sobre las causas del vaciamiento de las iglesias, creo que podría ser un paso decisivo para iniciarlos en la corresponsabilidad y ofrecerles un espacio concreto en el que realizar precisamente esas "relaciones humanas" a las que se ha hecho referencia.
Será un primer paso para compartir también todas las demás dimensiones en las que se expresa la vida comunitaria. Es posible que al principio no muchos quieran responder a esta invitación a la corresponsabilidad, pero sin duda algunos la aceptarán, y sabemos que la influencia del Espíritu prescinde de la dimensión cuantitativa porque, "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). La sinodalidad no es reducible a democracia eclesial, es más bien un espacio privilegiado para la penetración del Espíritu Santo. No es impensable que en un futuro no muy lejano esta dimensión de "pequeños grupos" pueda coexistir con la realidad parroquial en su conjunto.
El futuro de nuestras Iglesias es, pues, el de los grupos reducidos; lo sabemos. Hace cincuenta años que sociólogos y eclesiásticos nos lo dicen. La praxis sinodal, que debería haberse emprendido hace mucho tiempo, y el cuidado de no debilitar el elemento doctrinal de la fe, para que permanezca fiel al dato escritural, a la Tradición y al Magisterio, deberían permitir, sin embargo, la conservación de un "resto" de pueblo santo que, en la fidelidad y la perseverancia, se convierta en signo -pequeño, pero auténtico- de la presencia del Reino de Dios en la tierra. ¿No fue así al comienzo de la vida de la Iglesia, antes del edicto de Constantino? ¿No sentían los cristianos de los primeros siglos un sentimiento de frustración frente a las formas contemporáneas de religiosidad que podían presumir de un mayor número de adeptos?
Sin embargo, hay un punto más sobre el que me gustaría llamar la atención. Creo que todos los pastores, con una sana inquietud, deberían preguntarse sobre las iniciativas puestas en marcha hasta ahora para formar a sacerdotes, párrocos y obispos para que sepan gestionar una sinodalidad sustancial y no sólo declarada; para que sepan, es decir, declinarla sabiamente en la experiencia de las Iglesias que dirigen. Si los pastores -que en sus comunidades no sólo ejercen un ministerio de guía, sino que también tienen una función conativa- no están formados en la praxis sinodal, ¿cómo podrán los fieles laicos sentirse animados e implicados en una experiencia eclesial en la que no se les permite asumir roles de corresponsabilidad? ¿Cómo, si no, será posible conseguir cristianos adultos, capaces de anunciar a todos la alegría de ser discípulos del Señor Jesús?
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