El gobierno ruandés primero lo negó y ahora se muestra ambiguo, pero las pruebas son muchas: por ejemplo, hay soldados ruandeses combatiendo junto a los milicianos.
En una entrevista realizada la semana pasada, al ser consultado sobre las repetidas acusaciones de contar entre sus filas con miles de soldados ruandeses, el líder político del grupo armado congoleño M23, Corneille Nangaa, declaró: «No sé, no los he visto. Ellos pueden tener sus pruebas, yo digo que no las tengo». Con “ellos”, se refiere al grupo de expertos establecido por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 2004 para monitorear, entre otras cosas, la actividad de los numerosos grupos armados activos en el Congo y sus redes de apoyo.
Dicho grupo sostiene que Ruanda ha respaldado al M23 desde la primera ofensiva del grupo contra el ejército regular congoleño en 2012, y que durante la última década ha contribuido a que se convierta en la milicia organizada y eficaz que es hoy.
El presidente de Ruanda, Paul Kagame, ha negado sistemáticamente estas acusaciones. Sin embargo, en tiempos recientes ha adoptado una postura más ambigua, afirmando –al igual que Nangaa– no saber si soldados de su ejército están combatiendo más allá de la frontera. Una afirmación poco creíble, considerando que es el comandante en jefe de las fuerzas armadas.
Según los expertos de la ONU, no solo es cierto y comprobado, sino que las Fuerzas de Defensa de Ruanda prestan «un apoyo sistemático» y están «de hecho en control de las operaciones» del M23. Los informes detallan tres formas principales de este apoyo: la presencia directa de soldados ruandeses en el Congo, el entrenamiento de nuevos reclutas y el suministro de armamento militar avanzado.
La implicación militar de Ruanda en el Congo no es reciente. Se remonta a los primeros años de la década de 1990, vinculada históricamente al genocidio étnico de 1994, llevado a cabo por el gobierno hutu y milicias aliadas, que dejó más de 800.000 muertos –principalmente tutsis, pero también hutus moderados que se opusieron a las masacres– en apenas 100 días.
El genocidio terminó con la llegada de la milicia liderada por Kagame a Kigali, instaurando un gobierno de mayoría tutsi. En ese contexto, numerosos hutus, incluidos responsables del genocidio, huyeron al Congo. Algunos se reagruparon en las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), una milicia hutu aún activa, considerada por Kigali como una amenaza para la seguridad nacional. Desde entonces, Ruanda ha apoyado a diversas milicias tutsis en el este del Congo, incluido el M23.
Las FDLR no representan una amenaza militar significativa, señala Koen Vlassenroot, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Gante e investigador del Instituto Egmont: «Son demasiado pequeñas y demasiado lejanas». No obstante, añade que «desde el punto de vista ideológico sí, porque pueden generar miedo en la sociedad ruandesa». Así, apoyando a las milicias tutsis en el este congoleño, Ruanda buscaría crear una zona de amortiguamiento.
Sin embargo, también podrían existir otros motivos para este respaldo. Uno de ellos son las minas: Kivu del Norte y Kivu del Sur –zonas donde el M23 ha ganado amplio terreno en los últimos tres años– son ricas en recursos minerales muy demandados en el mercado internacional. Se sabe que una parte significativa de estas extracciones es trasladada ilegalmente a Ruanda, desde donde se exportan al mundo.
Otra razón, según Vlassenroot, serían las crecientes tensiones entre Kigali y Kinshasa. El presidente congoleño, Félix Tshisekedi, ha firmado recientemente acuerdos militares y de cooperación minera con Uganda, rival histórico de Ruanda. Kagame, además, lo acusa de apoyar a las FDLR y de ignorar las demandas de los tutsis congoleños. El apoyo al M23 sería entonces una estrategia de presión política y económica contra el gobierno congoleño.
Los informes del panel de expertos de la ONU estiman que actualmente hay entre 3.000 y 4.000 soldados ruandeses desplegados junto al M23 en el Congo. Las evidencias incluyen fotografías, imágenes satelitales, testimonios de autoridades locales, trabajadores humanitarios, excombatientes del M23 y de otros grupos armados, quienes aseguran haber visto soldados ruandeses en bases del M23 y en combate. Incluso, según los expertos, algunos soldados ruandeses han confirmado directamente su participación.
Además del combate, oficiales ruandeses entrenan a los milicianos para operar como un ejército regular, en campos ubicados cerca de la frontera. Uno de estos es el de Tchanzu, donde, entre septiembre y octubre del año pasado, 3.000 nuevos reclutas completaron cinco meses de entrenamiento. Una parte importante de estos reclutas son menores de edad: los mayores de 15 años son preparados como combatientes, mientras que los más jóvenes apoyan a los oficiales en tareas diversas.
La formación incluye tanto cursos prácticos –uso de armas, tácticas de combate en zonas selváticas– como teóricos, sobre las llamadas reglas de enfrentamiento (cuándo y cómo usar la fuerza, según los estándares militares internacionales).
También hay una fase de «adoctrinamiento», según la ONU: enseñanzas sobre los valores políticos del M23, la historia e instituciones del Congo, el patriotismo, y el papel de mujeres y jóvenes en la revolución. Se instruye a los reclutas sobre cómo captar nuevos miembros y obtener información útil para la milicia.
Este adoctrinamiento ideológico es especialmente importante al reclutar ex miembros del ejército o de las fuerzas de seguridad congoleñas, como ocurrió tras la toma de Goma en enero de este año. Aunque el ejército congoleño está mal equipado y mal remunerado, cuenta con entre 100.000 y 200.000 efectivos, frente a los 3.000 estimados del M23.
El tercer eje del apoyo ruandés es el armamento. El M23 dispone hoy de armas más avanzadas que hace una década, algunas de las cuales nunca antes se habían visto en el Congo, ni siquiera en manos del ejército regular.
Las pruebas sobre el uso de armas tan sofisticadas, costosas y complejas apuntan a que «es altamente improbable» que el M23 las haya obtenido sin ayuda externa. «Sin el apoyo militar recibido no habrían podido llegar a Goma», asegura Clémentine de Montjoye, de Human Rights Watch.
Ver, Tutti i modi in cui il Ruanda appoggia il gruppo armato congolese M23
Militares del M23 a Bukavu, 22 febrero de 2025 © Hugh Kinsella Cunningham/Getty Images
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